De la videoteca interminable, el recuerdo caranchero para el unplugged de Megadeth en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires, el 2 de octubre de 1998.
Así se llamaba el disco en vivo que Todos Tus Muertos editó en 1996. Mezcla de rastafarismo con punk, la actitud que tuvo la banda de Fidel Nadal y Gamexane se expresaba a la perfección en su mayor hit, "Gente que no", compuesto junto a Jorge Serrano, de Los Auténticos Decadentes, y editado originalmente en el disco que ponía nombre a la banda, en 1988.
Esta semana se dieron a conocer las competencias del 25º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, que se llevará a cabo entre el 13 y 21 de noviembre. La película de apertura es Somewhere, de Sofia Coppola, ganadora de Venecia.
Competencia Internacional (13 films)
Competencia Internacional (13 films)
- Aballay, el hombre sin miedo, de Fernando Spiner - Argentina
- Chantrapas, de Otar Iosseliani - Francia / Georgia
- Chassis, de Adolfo Alix Jr. - Filipinas
- De caravana, de Rosendo Ruiz - Argentina
- Essential Killing, de Jerzy Skolimowski - Polonia / Noruega / Irlanda / Hungría
- Fase 7, de Nicolás Goldbart - Argentina
- L'ilusionniste, de Sylvain Chomet - Reino Unido /Francia
- Silent Souls, de Alexei Fedorchenko - Rusia
- The Fourth Portrait, de Mong-Hong Cheng - Taiwán
- The Hunter, de Rafi Pitts - Alemania, Irán
- Todos vós sodes capitáns, de Oliver Laxe - España
- Tuesday, After Christmas, de Radu Muntean - Rumania
- White White World, de Oleg Novkovic - Serbia /Alemania / Suecia
- Abel, de Diego Luna - México
- Agua y Sal, de Alejo Taube - Argentina / Alemania
- Amor en tránsito, de Lucas Blanco - Argentina
- Año bisiesto, de Michael Rowe - México
- Caño dorado, de Eduardo Pinto - Argentina
- La vieja de atrás, de Pablo Meza - Argentina / Brasil
- La vigilia, de Augusto Tamayo - Perú
- Novena, de Enrique Collar - Paraguay /Holanda
- O Coro, de Werner Schumann - Brasil / Reino Unido
- Octubre, de Daniel Vega y Diego Vega - Perú / Venezuela / España
- 18 peniques, de Peter McPhee - Chile
- Alijuna, de Cristina Escoda - Colombia
- Efecto dominó, de Gabriel Gauchet - Cuba / Alemania
- Ensolarado, de Ricardo Targino - Brasil
- Go to Sleep, de Luis Carlos Uribe - Colombia
- La llama doble, de Raúl Ramón - México
- Mar blindado, de Gerard Uzcátegui - Venezuela
- Q'eros: Hombres de altura, de Róger Neyra - Perú
- Tempestade, de Cesar Cabral - Brasil
- Antes del estreno, de Santiago Giralt
- Arrieros, de Juan Baldana
- AU3 (Autopista Central), de Alejandro Hartmann
- Domingo de Ramos, de José Glusman
- El camino del vino, de Nicolás Carreras
- El mal del sauce, de Sebastián Sarquís
- La palabra empeñada, de Juan Pablo Ruiz y Martín Masetti
- Malón, de Fabián Fattore
- Pompeya, de Tamae Garateguy
- Road July, de Gaspar Gómez
- Tiempo muerto, de Baltazar Tokman e Iván Tokman
- Un rey para la Patagonia, de Lucas Turturro
- Verano maldito, de Luis Ortega
- Doble Deportivo, de Guillermo Greco
- El otro día, desde el bondi, te vi con Lucía, de Laureano Rizzo
- Incordia, de Pablo Polledri
- Livianas, de Alejandro Jovic
- Los caminos que esperan, de Adrián Suárez
- Lote 30, de Christian Leiva
- Pies, de Nicolás León Tannchen
- Todos tienen algo que ocultar, excepto yo, de Iván Vescovo
- Tres minutos de mar, de Emiliano Penelas
- Cracks de nácar, de Daniel Casabe y Edgardo Dieleke
- Cornelia frente al espejo, de Daniel Rosenfeld
- Cuidado con los trenes, de Verónica Rocha
- El fin del Potemkin, de Misael Bustos
- Ella se lo buscó, de Susana Nieri
- El campo, de Hernán Belón
- Gricel, de Jorge Leandro Colás
- La mujer del eternauta, de Adan Aliaga
- La música callada, de Fernando Boto
- Nadie nació para ser puta, de Claudio Posse
- Planetario, de Baltazar Tokman
- Sadourni, de Dario Nardi
- Tierra de los padres, de Nicolás Prividera
"El mundo es lo que cada uno ve del mundo. Si en este momento yo te invito a caminar, vos vas a ver algunas cosas por la calle y yo, seguramente, veré otras. La tele es así también: lo que muestres y la manera en que lo muestres refleja tu perspectiva del mundo, y ésa es siempre una cuestión ideológica."
(Fabián Polosecki, en una entrevista del 17/12/1995 en Página/12)
(Fabián Polosecki, en una entrevista del 17/12/1995 en Página/12)
No siempre lo que se ve
es lo que quieres ver, Hamlet…
La sociedad contemporánea, la nuestra, la mal llamada “occidental y cristiana” –si prescindimos de equívocos geográficos y religiosos-, vive inmersa en permanente sucesión de espectáculos, más o menos masivos, creados desde las redes del poder, alentados a través de la televisión, reina estadística de los medios comunicativos, y de la ventana virtual de Internet, con su infinita multiplicidad de incitaciones, con su Facebook, espejo de exhibición permanente que llega, a menudo, hasta la promiscuidad, donde cada quien publica fotografías, saludos, comentarios y opiniones sobre su propia intimidad doméstica o acerca del entorno inmediato o sobre sucesos de carácter mundial... Todo vale y todo cabe en este ir y venir, en su doble función de espectadores y sujetos del espectáculo, buscando mirar y que nos miren y que la vida cotidiana se vuelva, a la vez, ojo y espejo, una suerte de onanismo voyerista ante la habitación universal donde vivimos hacinados… Por supuesto que en este proceso se trata de evitar, consciente o inconscientemente, que mostremos lo que nos avergüenza o menoscaba; asimismo, que se exhiba ante nuestros ojos lo que pueda quebrar esta “entelequia del imbécil feliz”, dejando de lado toda posible crítica, siempre enojosa e inadecuada cuando turba nuestro limbo.
Chile, esta isla del fin del mundo, en la que vivimos poco más de dieciséis millones de seres humanos, podría ser (creo que ya lo va siendo) paradigma de la existencia como espectáculo. Los últimos acontecimientos confirman el aserto y nos lanzan a la vanguardia de esta categoría frenética de la auto-mostración. El terremoto del 27 de febrero de este año –el quinto más grande en intensidad desde que existen mediciones técnicas- desató impresionante despliegue de imágenes, muchas de ellas manipuladas por los propios medios, como fue la inducción –torpe e involuntaria- a saqueos y adquisiciones compulsivas de alimentos y de toda clase de objetos. Verdaderas cuadrillas de individuos acarreando muebles, electrodomésticos y utensilios que nada tenían que ver con la defensa ante la catástrofe, desfilaban por el escenario nacional, despavoridos seres enfrentados al Apocalipsis, cuyo conjuro parecía provenir del paraíso perdido de multitiendas y supermercados.
Luego, el gobierno de turno, que recién asumía, se apropió del protagonismo mediático, porque lo esencial de la política al uso no es cumplir la obligación de hacer, sino mostrar y convencer a todos que se hace, mucho y con eficacia. (Esto vale para tirios y troyanos, reconociendo sí que la derecha es más hábil en el manejo de la propaganda: puntos valgan para el rating de Piñera y sus sonrientes actores de chaquetilla roja). Después de las consabidas exhibiciones de solidaridad histriónica, de las promesas de ayuda, de las soluciones rotundas y verbales, el terremoto y sus consecuencias dejaron de ser “noticia de primera plana”. Ahí están y permanecen los millares de damnificados, esperando que se cumpla con ellos lo prometido; menos aún se habla de quienes estafaron alevosamente a sus compatriotas –empresarios, gestores y mercaderes- con viviendas construidas por debajo de las normas mínimas de ejecución. Nadie se acuerda de ellos y, lo más probable, es que no paguen por sus fechorías, uso que es parte de nuestras tradiciones republicanas.
Los chilenos fueron olvidando la catástrofe telúrica, aunque muchos privados organizaron grupos de ayuda real y tangible a los habitantes de las zonas más perjudicadas, a través de cadenas articuladas mediante la telefonía móvil y el efectivo recurso del mail. Pero eso ya no revestía interés masivo, se parecía peligrosamente al inoportuno consejo evangélico: “que tu mano izquierda no sepa lo que das con tu derecha”.... El Mundial de Sudáfrica iba a acaparar el noventa por ciento de las emisiones televisivas. Todos los chilenos nos uniríamos bajo la bandera de la estrella solitaria y la roja camiseta del triunfo... Crecieron grandes expectativas, luego de un notable proceso de clasificación en que sólo “fuimos” superados por Brasil. La expectación de los espectadores por el espectáculo llegó al clímax cuando los futbolistas nacionales pasaron, expectantes, la primera ronda. Pero no cosecharíamos nada espectacular, porque la verde-amarela de Brasil sentó sus reales y volvió a ponernos en “nuestro” sitio de segundones y mediocres futboleros. Aunque el balance de los expertos mediáticos convenció a la “opinión pública” de los méritos de la derrota… (No en balde somos un pueblo que sacraliza y encomia las debacles, al punto de otorgarles categoría de heroicidad memorable).
Y vino el desastre de la Mina San José, con sus treinta y tres mineros sepultados vivos. Un suceso de características notables e inéditas, sin duda, y que viene demostrando, sobre todo, la pericia de la ingeniería de minas en Chile y la capacidad de movilizar recursos en casos como éste… Piñera presidente y sus allegados, con la colaboración espontánea -y no tanto- de los “medios”, ávidos de espectacularidad, transformaron lo que pudo haber sido tragedia de proporciones, en feliz e incitante reality a los ojos de chilenos y extranjeros, porque la noticia de la supervivencia casi milagrosa atravesó los continentes y se hizo espectáculo global.
Desde hace sesenta y siete días, el rescate de los mineros es la principal noticia. Mediante auténticos prodigios tecnológicos, podemos verles en el fondo de la tierra, a ochocientos metros de profundidad, como ni lo hubiese soñado el propio Julio Verne para su Viaje al centro de la Tierra... Entrevistas diarias a ellos y a sus familiares, lectura pública de cartas íntimas que suben y bajan por el ducto que recorre la llamada “paloma”, quizá en inconsciente paráfrasis de aquella metáfora del poeta de Orihuela para designar la carta: “blanca paloma con las alas plegadas y la dirección en medio”. Alrededor de la mina se ha montado una villa de ochocientas personas, llamada “Campamento Esperanza”, con instalaciones habitacionales, sanitarias y escolares superiores, en muchos casos, a las que tienen acceso los trabajadores de la zona en su vida real, fuera de las cámaras.
Así, por milagro de la espectacular cobertura mediática, estas víctimas de la irresponsabilidad e incuria de sus patrones, hijos éstos de la codicia desembozada del sistema, se transforman en héroes planetarios… El régimen de injusticia social y desprecio a la vida del prójimo –filosofía y praxis cotidiana del capitalismo salvaje- se vuelve proeza encomiable y auténtica epopeya, mientras miles de mineros y trabajadores de este país laboran en condiciones de seguridad deplorables, pues muchos empresarios, coludidos con funcionarios corruptos de las supuestas entidades de control, transgreden normas y eluden obligaciones al amparo de una legislación deficiente, hecha por los dueños del capital a través de sus propios mandatarios en el Parlamento.
La prensa ha dejado de hablar de los propietarios de la mina San José, encausados ante tribunales del trabajo, hecho que ya no contribuye a amenizar el gran espectáculo, al que se ha sumado hoy, como gran director de orquesta o presentador circense –según se entienda-, Don Francisco, el popular engendro de Mario Kreutzberger, modesto hijo de la emigración judía, devenido exitoso animador de la televisión chilena, que ha sido declarado, por el alcalde de Santiago del Nuevo Extremo, luego de un escrutinio popular, iniciado el mismo día del desastre minero, como “el personaje más representativo del 2010, de acuerdo a la votación realizada en el marco de la Cápsula Bicentenario”…
Su mayor mérito, sin duda, es haber copiado con acierto en Chile la “Theleton”, creada por el actor cómico Jerry Lewis en Estados Unidos, en 1950, para ayudar a los minusválidos, llevando el certamen a un altísimo nivel de recaudación financiera, lo que hizo posible crear una fundación y un hospital que atiende a millares de discriminados de nuestra fracturada sociedad… Un logro encomiable que no exime del exhibicionismo flagrante de esa “corte de los milagros” que cada fin de año se monta para sensibilizar la difícil y cacareada solidaridad nacional, que destaca la “generosidad” de las grandes corporaciones que utilizan la Teletón como gigantesca ventana publicitaria, beneficiándose, sin tapujos, del excedente de ventas que su desarrollo les procura, y, como es habitual, sin traspasar nada de esa plusvalía a sus propios trabajadores. Tinglado que sirve, asimismo, para ocultar bajo la alfombra un cúmulo de miserias sociales y sucesos non gratos.
Tras bambalinas, en la trastienda del espectáculo global, la causa Mapuche vuelve a ser olvidada. Estuvo algunos días en primera plana, porque la huelga de hambre de cuarenta comuneros hubo de ser enfrentada por el actual gobierno, debido a las presiones de organismos internacionales y de la mismísima Unión Europea; de lo contrario, otra hubiera sido la actitud de estos aventajados herederos y representantes de la expoliación indígena. Luego de las gestiones de la iglesia católica chilena, los mapuches depusieron su movimiento, aun cuando una decena de ellos permanecen sumidos en la privación voluntaria de alimentos: los comuneros de Angol. Pero la presión sobre La Moneda ha disminuido y los hijos de Arauco vuelven al ominoso silencio en que la sociedad chilena se empeña en mantenerles, hasta que algún hecho, más o menos espectacular, les haga volver a la palestra pública, aunque sea bajo el calificativo de “terroristas”.
El rescate de los mineros se torna inminente. En dos o tres días más volverán a la superficie, por medio de modernísimas cápsulas diseñadas para tal propósito, vestidos como verdaderos astronautas. Don Francisco llevará adelante un programa abierto llamado “Corazón de Minero”, que culminará con el regreso a la superficie de los enterrados. Una auténtica resurrección, quién lo duda… -“Por algo el número 33 corresponde a la edad de Cristo, y no es casualidad la analogía entre el 11 de septiembre chileno y el 11 de septiembre de las torres gemelas…”-, afirmó, lúcida como una vestal mediática, la esposa del presidente Piñera, quien reasumirá la batuta de director de orquesta, cuando el animador de televisión le traspase el testimonio de la juerga pública.
La primera parte del espectáculo habrá terminado, aunque vendrán otros números de actuación, ya programados, porque la proeza va a servir para el cine, la televisión y la radio, para entrevistas y publicaciones de variado jaez… Las víctimas, ahora héroes, recibirán pingües compensaciones económicas, para ellos y sus familiares, como justo corolario de sus padecimientos. A menos, claro, que sus testimonios caigan en manos de especuladores editoriales, que de haberlos los hay, Garay…
No obstante, quedará sin respuesta, como tantas otras, la pregunta hecha por un dirigente minero de la zona de la catástrofe: “¿Y de nosotros, que estamos fuera de este show, quién va a preocuparse?”. Pero las crisis no son parte de este espectáculo, a menos que redunden en impensadas explosiones y haya que ocuparse, sin más remedio, de ellas.
El telón del último acto está por caer. Chile y el mundo entero tiemblan de expectación. El espectáculo de los mineros surgidos de las entrañas del Hades va a concluir, pero sus ecos continuarán, durante todo lo que resta del año, incorporándose al “resumen espectacular” del Bicentenario, que ya preparan los genios mediáticos para felicidad de sus millones de fieles e incondicionales espectadores.
Amén.
Edmundo Moure
Octubre 12, 2010
Autor y dirección: Diego Faturos. Intérpretes: Manuela Amosa, Francisco Lumerman, Lisandro Penelas y Ana Scannapieco. Asistente de dirección: María Latzina. Escenografía: Sofía Rapallini y Mariana Samman. Iluminación: Ricardo Sica. Prensa: María Sureda. Teatro: Timbre 4, Avda. Boedo 640, CABA, domingos 17 horas.
El principal personaje es nada menos que Eugène Ionesco (1912-1994), el escritor francés de origen rumano y miembro de la Academia Francesa que fue uno de los máximos representantes del teatro del absurdo. En Vientos que zumban entre ladrillos, el dramaturgo (Lisandro Penelas) ha decido aislarse completamente del mundo junto con su hija (Manuela Amosa) y un amigo de la familia (Francisco Lumerman), y viven encerrados en una habitación sin puertas, cuyo piso está inundado y en la que sólo hay una cama —en ella duermen los tres juntos—, una silla, libros apilados y un nebulizador.
Esta encerrona disparatada remite a la célebre producción de Ionesco (por ejemplo, La cantante calva, La lección, Las sillas y El rinoceronte), en la cual un humor cruel describía situaciones irracionales, mientras los diálogos desplegaban una catarata de paradojas. Pero en Vientos que zumban entre ladrillos no hay mucho lugar para la risa, sino una clave existencial cercana a la de A puertas cerradas, de Jean-Paul Sartre, que registraba un horrendo infierno psicológico. Aunque en la pieza de Faturos campea la soledad y la desesperación, así como el temor a la muerte, también hay lugar para atisbos de felicidad, como si ésta únicamente pudiera gozarse de a ratos pero sin embargo posibilitara que la vida valiese la pena. Y esta suerte de alegría está encarnada en una visitadora social (Ana Scannapieco), que irrumpe para despertar fogonazos de esperanza, así como la perspectiva de superar la angustia a través del amor.
Los personajes duermen casi todo el día, y los sueños se erigen en un tema recurrente, dado que Ionesco y el amigo dialogan sobre ellos durante la vigilia (la hija es muda), además de comprobar que a veces son idénticos o se complementan entre sí. Otra de las delicias de esta bella obra es la calidad poética de sus textos, que a veces se entremezclan con declaraciones que el propio dramaturgo francés realizó en entrevistas.
La actuación cumple un papel fundamental en esta puesta. Lisandro Penelas responde con profesionalismo a las exigencias de un personaje difícil y cuenta con una dicción impecable para enunciar extensos y complicados parlamentos. Ana Scannapieco participa con soltura de esos diálogos y su presencia escénica otorga una luminosidad que la sombría reclusión del trío reclamaba. Francisco Lumerman es un asombro de espontaneidad y frescura al componer una suerte de tierno freak que imprime una nota de calidez y naturalidad. La sutileza y la expresividad gestual y corporal son las virtudes que exhibe Manuela Amosa para responder a las dificultades interpretativas de la hija muda.
Sofía Rapallini y Mariana Samman plasmaron una escenografía cuyo ascetismo y síntesis dotan al escenario de belleza visual y riqueza conceptual. Impecable la iluminación de Ricardo Sica, que supo crear un clima que oscila entre la pesadilla y el resplandor.
Diego Faturos demuestra ser un excelente dramaturgo (esta obra fue destacada en los premios “Teatro del Mundo 2006”) y un diestro director, que no duda en utilizar recursos como la proyección de imágenes —con los cuatro personajes inmersos en ensoñaciones plenas de dicha—, muy en la línea de la estética empleada por este grupo en puestas anteriores de Francisco Lumerman, que aquí participa como actor.
Germán Cáceres
El principal personaje es nada menos que Eugène Ionesco (1912-1994), el escritor francés de origen rumano y miembro de la Academia Francesa que fue uno de los máximos representantes del teatro del absurdo. En Vientos que zumban entre ladrillos, el dramaturgo (Lisandro Penelas) ha decido aislarse completamente del mundo junto con su hija (Manuela Amosa) y un amigo de la familia (Francisco Lumerman), y viven encerrados en una habitación sin puertas, cuyo piso está inundado y en la que sólo hay una cama —en ella duermen los tres juntos—, una silla, libros apilados y un nebulizador.
Esta encerrona disparatada remite a la célebre producción de Ionesco (por ejemplo, La cantante calva, La lección, Las sillas y El rinoceronte), en la cual un humor cruel describía situaciones irracionales, mientras los diálogos desplegaban una catarata de paradojas. Pero en Vientos que zumban entre ladrillos no hay mucho lugar para la risa, sino una clave existencial cercana a la de A puertas cerradas, de Jean-Paul Sartre, que registraba un horrendo infierno psicológico. Aunque en la pieza de Faturos campea la soledad y la desesperación, así como el temor a la muerte, también hay lugar para atisbos de felicidad, como si ésta únicamente pudiera gozarse de a ratos pero sin embargo posibilitara que la vida valiese la pena. Y esta suerte de alegría está encarnada en una visitadora social (Ana Scannapieco), que irrumpe para despertar fogonazos de esperanza, así como la perspectiva de superar la angustia a través del amor.
Los personajes duermen casi todo el día, y los sueños se erigen en un tema recurrente, dado que Ionesco y el amigo dialogan sobre ellos durante la vigilia (la hija es muda), además de comprobar que a veces son idénticos o se complementan entre sí. Otra de las delicias de esta bella obra es la calidad poética de sus textos, que a veces se entremezclan con declaraciones que el propio dramaturgo francés realizó en entrevistas.
La actuación cumple un papel fundamental en esta puesta. Lisandro Penelas responde con profesionalismo a las exigencias de un personaje difícil y cuenta con una dicción impecable para enunciar extensos y complicados parlamentos. Ana Scannapieco participa con soltura de esos diálogos y su presencia escénica otorga una luminosidad que la sombría reclusión del trío reclamaba. Francisco Lumerman es un asombro de espontaneidad y frescura al componer una suerte de tierno freak que imprime una nota de calidez y naturalidad. La sutileza y la expresividad gestual y corporal son las virtudes que exhibe Manuela Amosa para responder a las dificultades interpretativas de la hija muda.
Sofía Rapallini y Mariana Samman plasmaron una escenografía cuyo ascetismo y síntesis dotan al escenario de belleza visual y riqueza conceptual. Impecable la iluminación de Ricardo Sica, que supo crear un clima que oscila entre la pesadilla y el resplandor.
Diego Faturos demuestra ser un excelente dramaturgo (esta obra fue destacada en los premios “Teatro del Mundo 2006”) y un diestro director, que no duda en utilizar recursos como la proyección de imágenes —con los cuatro personajes inmersos en ensoñaciones plenas de dicha—, muy en la línea de la estética empleada por este grupo en puestas anteriores de Francisco Lumerman, que aquí participa como actor.
Germán Cáceres
El reconocido y siempre crítico, Noam Chomsky, una de las voces clásicas de la disidencia intelectual durante la última década, ha compilado una lista con las diez estrategias más comunes y efectivas a las que recurren las agendas “ocultas” para establecer una manipulación de la población a través de los medios de comunicación.
Históricamente los medios masivos han probado ser altamente eficientes para moldear la opinión pública. Gracias a la parafernalia mediática y a la propaganda, se han creado o destrozado movimientos sociales, justificado guerras, matizados crisis financieras, incentivado unas corrientes ideológicas sobre otras, e incluso se da el fenómeno de los medios como productores de realidad dentro de la psique colectiva.
¿Pero como detectar las estrategias más comunes para entender estas herramientas psicosociales de las cuales, seguramente, somos partícipes? Afortunadamente Chomsky se ha dado a la tarea de sintetizar y poner en evidencia estas prácticas, algunas más obvias y otras más sofisticadas, pero aparentemente todas igual deefectivas y, desde un cierto punto de vista, denigrantes. Incentivar la estupidez, promover el sentimiento de culpa, fomentar la distracción, o construir problemáticas artificiales para luego, mágicamente, resolverlas, son sólo algunas de estas tácticas.
1- La estrategia de la distracción.
El elemento primordial del control social es la estrategia de la distracción que consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las elites políticas y económicas, mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes. La estrategia de la distracción es igualmente indispensable para impedir al público interesarse por los conocimientos esenciales, en el área de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la cibernética. “Mantener la Atención del público distraída, lejos de los verdaderos problemas sociales, cautivada por temas sin importancia real. Mantener al público ocupado, ocupado, ocupado, sin ningún tiempo para pensar; de vuelta a granja como los otros animales (cita del texto Armas silenciosas para guerras tranquilas)”.
2- Crear problemas, después ofrecer soluciones.
Este método también es llamado “problema-reacción-solución”. Se crea un problema, una “situación” prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que éste sea el mandante de las medidas que se desea hacer aceptar. Por ejemplo: dejar que se desenvuelva o se intensifique la violencia urbana, u organizar atentados sangrientos, a fin de que el público sea el demandante de leyes de seguridad y políticas en perjuicio de la libertad. O también: crear una crisis económica para hacer aceptar como un mal necesario el retroceso de los derechos sociales y el desmantelamiento de los servicios públicos.
3- La estrategia de la gradualidad.
Para hacer que se acepte una medida inaceptable, basta aplicarla gradualmente, a cuentagotas, por años consecutivos. Es de esa manera que condiciones socioeconómicas radicalmente nuevas (neoliberalismo) fueron impuestas durante las décadas de 1980 y 1990: Estado mínimo, privatizaciones, precariedad, flexibilidad, desempleo en masa, salarios que ya no aseguran ingresos decentes, tantos cambios que hubieran provocado una revolución si hubiesen sido aplicadas de una sola vez.
4- La estrategia de diferir.
Otra manera de hacer aceptar una decisión impopular es la de presentarla como “dolorosa y necesaria”, obteniendo la aceptación pública, en el momento, para una aplicación futura. Es más fácil aceptar un sacrificio futuro que un sacrificio inmediato. Primero, porque el esfuerzo no es empleado inmediatamente. Luego, porque el público, la masa, tiene siempre la tendencia a esperar ingenuamente que “todo irá mejorar mañana” y que el sacrificio exigido podrá ser evitado. Esto da más tiempo al público para acostumbrarse a la idea del cambio y de aceptarla con resignación cuando llegue el momento.
5- Dirigirse al público como criaturas de poca edad.
La mayoría de la publicidad dirigida al gran público utiliza discurso, argumentos, personajes y entonación particularmente infantiles, muchas veces próximos a la debilidad, como si el espectador fuese una criatura de poca edad o un deficiente mental. Cuanto más se intente buscar engañar al espectador, más se tiende a adoptar un tono infantilizante. ¿Por qué? Si uno se dirige a una persona como si ella tuviese la edad de 12 años o menos, entonces, en razón de la sugestionabilidad, ella tenderá, con cierta probabilidad, a una respuesta o reacción también desprovista de un sentido crítico como la de una persona de 12 años o menos de edad .
6- Utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión.
Hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un corto circuito en el análisis racional, y finalmente al sentido crítico de los individuos. Por otra parte, la utilización del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y temores, compulsiones, o inducir comportamientos…
7- Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad.
Hacer que el público sea incapaz de comprender las tecnologías y los métodos utilizados para su control y su esclavitud. “La calidad de la educación dada a las clases sociales inferiores debe ser la más pobre y mediocre posible, de forma que la distancia de la ignorancia que planea entre las clases inferiores y las clases sociales superiores sea y permanezca imposibles de alcanzar para las clases inferiores (ver ‘Armas silenciosas para guerras tranquilas)”.
8- Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad.
Promover al público a creer que es moda el hecho de ser estúpido, vulgar e inculto…
9- Reforzar la autoculpabilidad.
Hacer creer al individuo que es solamente él el culpable por su propia desgracia, por causa de la insuficiencia de su inteligencia, de sus capacidades, o de sus esfuerzos. Así, en lugar de rebelarse contra el sistema económico, el individuo se autodesvalida y se culpa, lo que genera un estado depresivo, uno de cuyos efectos es la inhibición de su acción. ¡Y, sin acción, no hay revolución!
10- Conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen.
En el transcurso de los últimos 50 años, los avances acelerados de la ciencia han generado una creciente brecha entre los conocimientos del público y aquellos poseídas y utilizados por las elites dominantes. Gracias a la biología, la neurobiología y lapsicología aplicada, el “sistema” ha disfrutado de un conocimiento avanzado del ser humano, tanto de forma física como psicológicamente. El sistema ha conseguido conocer mejor al individuo común de lo que él se conoce a sí mismo. Esto significa que, en la mayoría de los casos, el sistema ejerce uncontrol mayor y un gran poder sobre los individuos, mayor que el de los individuos sobre sí mismos.
Históricamente los medios masivos han probado ser altamente eficientes para moldear la opinión pública. Gracias a la parafernalia mediática y a la propaganda, se han creado o destrozado movimientos sociales, justificado guerras, matizados crisis financieras, incentivado unas corrientes ideológicas sobre otras, e incluso se da el fenómeno de los medios como productores de realidad dentro de la psique colectiva.
¿Pero como detectar las estrategias más comunes para entender estas herramientas psicosociales de las cuales, seguramente, somos partícipes? Afortunadamente Chomsky se ha dado a la tarea de sintetizar y poner en evidencia estas prácticas, algunas más obvias y otras más sofisticadas, pero aparentemente todas igual deefectivas y, desde un cierto punto de vista, denigrantes. Incentivar la estupidez, promover el sentimiento de culpa, fomentar la distracción, o construir problemáticas artificiales para luego, mágicamente, resolverlas, son sólo algunas de estas tácticas.
1- La estrategia de la distracción.
El elemento primordial del control social es la estrategia de la distracción que consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las elites políticas y económicas, mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes. La estrategia de la distracción es igualmente indispensable para impedir al público interesarse por los conocimientos esenciales, en el área de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la cibernética. “Mantener la Atención del público distraída, lejos de los verdaderos problemas sociales, cautivada por temas sin importancia real. Mantener al público ocupado, ocupado, ocupado, sin ningún tiempo para pensar; de vuelta a granja como los otros animales (cita del texto Armas silenciosas para guerras tranquilas)”.
2- Crear problemas, después ofrecer soluciones.
Este método también es llamado “problema-reacción-solución”. Se crea un problema, una “situación” prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que éste sea el mandante de las medidas que se desea hacer aceptar. Por ejemplo: dejar que se desenvuelva o se intensifique la violencia urbana, u organizar atentados sangrientos, a fin de que el público sea el demandante de leyes de seguridad y políticas en perjuicio de la libertad. O también: crear una crisis económica para hacer aceptar como un mal necesario el retroceso de los derechos sociales y el desmantelamiento de los servicios públicos.
3- La estrategia de la gradualidad.
Para hacer que se acepte una medida inaceptable, basta aplicarla gradualmente, a cuentagotas, por años consecutivos. Es de esa manera que condiciones socioeconómicas radicalmente nuevas (neoliberalismo) fueron impuestas durante las décadas de 1980 y 1990: Estado mínimo, privatizaciones, precariedad, flexibilidad, desempleo en masa, salarios que ya no aseguran ingresos decentes, tantos cambios que hubieran provocado una revolución si hubiesen sido aplicadas de una sola vez.
4- La estrategia de diferir.
Otra manera de hacer aceptar una decisión impopular es la de presentarla como “dolorosa y necesaria”, obteniendo la aceptación pública, en el momento, para una aplicación futura. Es más fácil aceptar un sacrificio futuro que un sacrificio inmediato. Primero, porque el esfuerzo no es empleado inmediatamente. Luego, porque el público, la masa, tiene siempre la tendencia a esperar ingenuamente que “todo irá mejorar mañana” y que el sacrificio exigido podrá ser evitado. Esto da más tiempo al público para acostumbrarse a la idea del cambio y de aceptarla con resignación cuando llegue el momento.
5- Dirigirse al público como criaturas de poca edad.
La mayoría de la publicidad dirigida al gran público utiliza discurso, argumentos, personajes y entonación particularmente infantiles, muchas veces próximos a la debilidad, como si el espectador fuese una criatura de poca edad o un deficiente mental. Cuanto más se intente buscar engañar al espectador, más se tiende a adoptar un tono infantilizante. ¿Por qué? Si uno se dirige a una persona como si ella tuviese la edad de 12 años o menos, entonces, en razón de la sugestionabilidad, ella tenderá, con cierta probabilidad, a una respuesta o reacción también desprovista de un sentido crítico como la de una persona de 12 años o menos de edad .
6- Utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión.
Hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un corto circuito en el análisis racional, y finalmente al sentido crítico de los individuos. Por otra parte, la utilización del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y temores, compulsiones, o inducir comportamientos…
7- Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad.
Hacer que el público sea incapaz de comprender las tecnologías y los métodos utilizados para su control y su esclavitud. “La calidad de la educación dada a las clases sociales inferiores debe ser la más pobre y mediocre posible, de forma que la distancia de la ignorancia que planea entre las clases inferiores y las clases sociales superiores sea y permanezca imposibles de alcanzar para las clases inferiores (ver ‘Armas silenciosas para guerras tranquilas)”.
8- Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad.
Promover al público a creer que es moda el hecho de ser estúpido, vulgar e inculto…
9- Reforzar la autoculpabilidad.
Hacer creer al individuo que es solamente él el culpable por su propia desgracia, por causa de la insuficiencia de su inteligencia, de sus capacidades, o de sus esfuerzos. Así, en lugar de rebelarse contra el sistema económico, el individuo se autodesvalida y se culpa, lo que genera un estado depresivo, uno de cuyos efectos es la inhibición de su acción. ¡Y, sin acción, no hay revolución!
10- Conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen.
En el transcurso de los últimos 50 años, los avances acelerados de la ciencia han generado una creciente brecha entre los conocimientos del público y aquellos poseídas y utilizados por las elites dominantes. Gracias a la biología, la neurobiología y lapsicología aplicada, el “sistema” ha disfrutado de un conocimiento avanzado del ser humano, tanto de forma física como psicológicamente. El sistema ha conseguido conocer mejor al individuo común de lo que él se conoce a sí mismo. Esto significa que, en la mayoría de los casos, el sistema ejerce uncontrol mayor y un gran poder sobre los individuos, mayor que el de los individuos sobre sí mismos.
(Idem, Argentina, 2009)
Guión y Dirección: Fermín Rivera. Fotografía: Emiliano Penelas. Montaje: Emiliano Serra, Pablo Valente y Fermín Rivera. Sonido: Gino Gelsi. Música: Leo Chialvo. Cámara: Emiliano Penelas y Fermín Rivera. Distribuye: Juan Carlos Fisner. Estreno desde el jueves 30 de septiembre en el Espacio INCAA Km 0 Cine Gaumont y desde el 8 de octubre viernes y sábados en Malba.
Jorge Prelorán (en palabras de Manuel Antín, que aparece en el filme) es uno de los más grandes directores de la historia de nuestra cinematografía. Pero, no sólo se han visto y proyectado pocos de su filmes, sino que apenas es conocido por el público.
Claro, su obra pertenece al género documental, que tanto cuesta imponer a un espectador que gusta más de la ficción y deja así de lado a clásicos como Robert Flaherty, John Grierson y Jean Rouch —por sólo citar a tres— y apenas se ha acercado a Frederick Wiseman (el de La danse, 2009), pero sí, hay que reconocerlo, al notable Michael Moore. El trabajo de Prelorán recibió un importante aporte en los años sesenta al obtener un subsidio del Fondo Nacional de las Artes que le permitió realizar varios filmes en coproducción con la Universidad Nacional de Tucumán y bajo la coordinación del Doctor Augusto Raúl Cortázar, un eminente investigador del folklore.
Además, Prelorán optó por el cine antropológico y lo hizo con mínimos recursos: era guionista, director, fotógrafo, productor y usaba una modesta cámara, si bien contó con la colaboración inapreciable de Lorenzo Nelly y Sergio Barbieri y principalmente de su esposa Mabel. Un concepto fundamental de su estética (de sus denominadas etnobiografías) es la necesidad de captar el cuerpo y el alma de un individuo: al lograrlo, se representa no sólo a su comunidad, sino también a todos los seres humanos. Por eso no le hacía un reportaje, sino que lo filmaba en su rutina diaria, para lo cual convivía con él y su familia en los lugares más recónditos y desprovistos de comodidades. Y, evitando emitir comentarios sobre lo que observaba, la voz del mismo protagonista —a través del sonido asincrónico— daba vida a esas potentes imágenes que registran zonas pobres y expoliadas del país. De esta manera, el filme de Rivera ofrece secuencias de un santero de la Puna en Hermógenes Cayo (1969), de un hachero en Los hijos de Zerda (1978), o de un caso de transculturación en Zulay frente al siglo XXI (1992). Y aparecen reiteradamente esas ceremonias religiosas tan singulares que testimonian la vida simbólica que anida en el hombre.
Prelorán no fue comprendido políticamente: se lo acusaba de revulsivo al registrar la injusticia social y a la vez de reaccionario al no inducir a la lucha por la liberación. Como opina la investigadora Graciela Taquini en la película, no se reparó en que el director argentino bregaba por el humanismo. Además, condenaba los prejuicios racistas, los cuales, según él, se originaban en el desconocimiento de los pueblos originarios.
Su cine austero y realista, producto de la inmediatez, no debe hacer olvidar el gran sentido estético que evidenciaba en su creativa compaginación. Por otra parte, en Castelao (Biografía de una ilustre gallego) (1980), da una muestra maravillosa de su refinamiento al centrarse en la producción de este genial dibujante e intelectual.
El mérito principal de Fermín Rivera es considerarse discípulo del maestro y haber abrevado en su estética (ya lo hizo en su opera prima Pepe Nuñez, luthier, 2005). Evita dar explicaciones y se acerca al corazón de su extensa filmografía (más de sesenta documentales), desplegando parte de ella mientras la banda sonora transmite las agudas reflexiones en off de Prelorán. Logra así una bella y valiosa película, después de un arduo rodaje que llevó cinco años, y que seguramente provocará que más de un espectador quiera rastrear esa filmografía (el Cine Club La Rosa brindó durante setiembre una retrospectiva de sus cortometrajes). Pero Rivera contó con un equipo brillante: es impresionante la calidad y belleza de la despojada fotografía de Emiliano Penelas, el montaje de Emiliano Serra, Pablo Valente y del mismo director, el impecable sonido de Gino Gelsi y la hermosa sutileza de la música de Leo Chialvo.
Jorge Prelorán falleció en el año 2009, a los 75 años, en Los Angeles, donde se había exiliado en 1976. Fue docente en la Universidad de California (UCLA), su filme Luther Metke at 94 (1980), acerca de un constructor de cabañas, fue nominado al Oscar, y legó su obra para su preservación al Smithsonian, un conjunto de museos de Washington. En base a sus experiencias cinematográficas dejó escritos numerosos textos con ilustraciones, que no consiguió editar. En 2005 se le concedió el Ástor de Oro por su trayectoria en Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
Huellas y memoria de Jorge Prelorán obtuvo los premios al mejor documental en el 5º Festival de Cine Latinoamericano (FESAALP), mejor documental zona centro en el Festival de la Patagonia ARAN 2010 y mención especial del jurado en el 9º Festival de Cine de Tandil. Evidentemente, es imperdible.
Germán Cáceres
Guión y Dirección: Fermín Rivera. Fotografía: Emiliano Penelas. Montaje: Emiliano Serra, Pablo Valente y Fermín Rivera. Sonido: Gino Gelsi. Música: Leo Chialvo. Cámara: Emiliano Penelas y Fermín Rivera. Distribuye: Juan Carlos Fisner. Estreno desde el jueves 30 de septiembre en el Espacio INCAA Km 0 Cine Gaumont y desde el 8 de octubre viernes y sábados en Malba.
Jorge Prelorán (en palabras de Manuel Antín, que aparece en el filme) es uno de los más grandes directores de la historia de nuestra cinematografía. Pero, no sólo se han visto y proyectado pocos de su filmes, sino que apenas es conocido por el público.
Claro, su obra pertenece al género documental, que tanto cuesta imponer a un espectador que gusta más de la ficción y deja así de lado a clásicos como Robert Flaherty, John Grierson y Jean Rouch —por sólo citar a tres— y apenas se ha acercado a Frederick Wiseman (el de La danse, 2009), pero sí, hay que reconocerlo, al notable Michael Moore. El trabajo de Prelorán recibió un importante aporte en los años sesenta al obtener un subsidio del Fondo Nacional de las Artes que le permitió realizar varios filmes en coproducción con la Universidad Nacional de Tucumán y bajo la coordinación del Doctor Augusto Raúl Cortázar, un eminente investigador del folklore.
Además, Prelorán optó por el cine antropológico y lo hizo con mínimos recursos: era guionista, director, fotógrafo, productor y usaba una modesta cámara, si bien contó con la colaboración inapreciable de Lorenzo Nelly y Sergio Barbieri y principalmente de su esposa Mabel. Un concepto fundamental de su estética (de sus denominadas etnobiografías) es la necesidad de captar el cuerpo y el alma de un individuo: al lograrlo, se representa no sólo a su comunidad, sino también a todos los seres humanos. Por eso no le hacía un reportaje, sino que lo filmaba en su rutina diaria, para lo cual convivía con él y su familia en los lugares más recónditos y desprovistos de comodidades. Y, evitando emitir comentarios sobre lo que observaba, la voz del mismo protagonista —a través del sonido asincrónico— daba vida a esas potentes imágenes que registran zonas pobres y expoliadas del país. De esta manera, el filme de Rivera ofrece secuencias de un santero de la Puna en Hermógenes Cayo (1969), de un hachero en Los hijos de Zerda (1978), o de un caso de transculturación en Zulay frente al siglo XXI (1992). Y aparecen reiteradamente esas ceremonias religiosas tan singulares que testimonian la vida simbólica que anida en el hombre.
Prelorán no fue comprendido políticamente: se lo acusaba de revulsivo al registrar la injusticia social y a la vez de reaccionario al no inducir a la lucha por la liberación. Como opina la investigadora Graciela Taquini en la película, no se reparó en que el director argentino bregaba por el humanismo. Además, condenaba los prejuicios racistas, los cuales, según él, se originaban en el desconocimiento de los pueblos originarios.
Su cine austero y realista, producto de la inmediatez, no debe hacer olvidar el gran sentido estético que evidenciaba en su creativa compaginación. Por otra parte, en Castelao (Biografía de una ilustre gallego) (1980), da una muestra maravillosa de su refinamiento al centrarse en la producción de este genial dibujante e intelectual.
El mérito principal de Fermín Rivera es considerarse discípulo del maestro y haber abrevado en su estética (ya lo hizo en su opera prima Pepe Nuñez, luthier, 2005). Evita dar explicaciones y se acerca al corazón de su extensa filmografía (más de sesenta documentales), desplegando parte de ella mientras la banda sonora transmite las agudas reflexiones en off de Prelorán. Logra así una bella y valiosa película, después de un arduo rodaje que llevó cinco años, y que seguramente provocará que más de un espectador quiera rastrear esa filmografía (el Cine Club La Rosa brindó durante setiembre una retrospectiva de sus cortometrajes). Pero Rivera contó con un equipo brillante: es impresionante la calidad y belleza de la despojada fotografía de Emiliano Penelas, el montaje de Emiliano Serra, Pablo Valente y del mismo director, el impecable sonido de Gino Gelsi y la hermosa sutileza de la música de Leo Chialvo.
Jorge Prelorán falleció en el año 2009, a los 75 años, en Los Angeles, donde se había exiliado en 1976. Fue docente en la Universidad de California (UCLA), su filme Luther Metke at 94 (1980), acerca de un constructor de cabañas, fue nominado al Oscar, y legó su obra para su preservación al Smithsonian, un conjunto de museos de Washington. En base a sus experiencias cinematográficas dejó escritos numerosos textos con ilustraciones, que no consiguió editar. En 2005 se le concedió el Ástor de Oro por su trayectoria en Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
Huellas y memoria de Jorge Prelorán obtuvo los premios al mejor documental en el 5º Festival de Cine Latinoamericano (FESAALP), mejor documental zona centro en el Festival de la Patagonia ARAN 2010 y mención especial del jurado en el 9º Festival de Cine de Tandil. Evidentemente, es imperdible.
Germán Cáceres