La vida como espectáculo
No siempre lo que se ve
es lo que quieres ver, Hamlet…
La sociedad contemporánea, la nuestra, la mal llamada “occidental y cristiana” –si prescindimos de equívocos geográficos y religiosos-, vive inmersa en permanente sucesión de espectáculos, más o menos masivos, creados desde las redes del poder, alentados a través de la televisión, reina estadística de los medios comunicativos, y de la ventana virtual de Internet, con su infinita multiplicidad de incitaciones, con su Facebook, espejo de exhibición permanente que llega, a menudo, hasta la promiscuidad, donde cada quien publica fotografías, saludos, comentarios y opiniones sobre su propia intimidad doméstica o acerca del entorno inmediato o sobre sucesos de carácter mundial... Todo vale y todo cabe en este ir y venir, en su doble función de espectadores y sujetos del espectáculo, buscando mirar y que nos miren y que la vida cotidiana se vuelva, a la vez, ojo y espejo, una suerte de onanismo voyerista ante la habitación universal donde vivimos hacinados… Por supuesto que en este proceso se trata de evitar, consciente o inconscientemente, que mostremos lo que nos avergüenza o menoscaba; asimismo, que se exhiba ante nuestros ojos lo que pueda quebrar esta “entelequia del imbécil feliz”, dejando de lado toda posible crítica, siempre enojosa e inadecuada cuando turba nuestro limbo.
Chile, esta isla del fin del mundo, en la que vivimos poco más de dieciséis millones de seres humanos, podría ser (creo que ya lo va siendo) paradigma de la existencia como espectáculo. Los últimos acontecimientos confirman el aserto y nos lanzan a la vanguardia de esta categoría frenética de la auto-mostración. El terremoto del 27 de febrero de este año –el quinto más grande en intensidad desde que existen mediciones técnicas- desató impresionante despliegue de imágenes, muchas de ellas manipuladas por los propios medios, como fue la inducción –torpe e involuntaria- a saqueos y adquisiciones compulsivas de alimentos y de toda clase de objetos. Verdaderas cuadrillas de individuos acarreando muebles, electrodomésticos y utensilios que nada tenían que ver con la defensa ante la catástrofe, desfilaban por el escenario nacional, despavoridos seres enfrentados al Apocalipsis, cuyo conjuro parecía provenir del paraíso perdido de multitiendas y supermercados.
Luego, el gobierno de turno, que recién asumía, se apropió del protagonismo mediático, porque lo esencial de la política al uso no es cumplir la obligación de hacer, sino mostrar y convencer a todos que se hace, mucho y con eficacia. (Esto vale para tirios y troyanos, reconociendo sí que la derecha es más hábil en el manejo de la propaganda: puntos valgan para el rating de Piñera y sus sonrientes actores de chaquetilla roja). Después de las consabidas exhibiciones de solidaridad histriónica, de las promesas de ayuda, de las soluciones rotundas y verbales, el terremoto y sus consecuencias dejaron de ser “noticia de primera plana”. Ahí están y permanecen los millares de damnificados, esperando que se cumpla con ellos lo prometido; menos aún se habla de quienes estafaron alevosamente a sus compatriotas –empresarios, gestores y mercaderes- con viviendas construidas por debajo de las normas mínimas de ejecución. Nadie se acuerda de ellos y, lo más probable, es que no paguen por sus fechorías, uso que es parte de nuestras tradiciones republicanas.
Los chilenos fueron olvidando la catástrofe telúrica, aunque muchos privados organizaron grupos de ayuda real y tangible a los habitantes de las zonas más perjudicadas, a través de cadenas articuladas mediante la telefonía móvil y el efectivo recurso del mail. Pero eso ya no revestía interés masivo, se parecía peligrosamente al inoportuno consejo evangélico: “que tu mano izquierda no sepa lo que das con tu derecha”.... El Mundial de Sudáfrica iba a acaparar el noventa por ciento de las emisiones televisivas. Todos los chilenos nos uniríamos bajo la bandera de la estrella solitaria y la roja camiseta del triunfo... Crecieron grandes expectativas, luego de un notable proceso de clasificación en que sólo “fuimos” superados por Brasil. La expectación de los espectadores por el espectáculo llegó al clímax cuando los futbolistas nacionales pasaron, expectantes, la primera ronda. Pero no cosecharíamos nada espectacular, porque la verde-amarela de Brasil sentó sus reales y volvió a ponernos en “nuestro” sitio de segundones y mediocres futboleros. Aunque el balance de los expertos mediáticos convenció a la “opinión pública” de los méritos de la derrota… (No en balde somos un pueblo que sacraliza y encomia las debacles, al punto de otorgarles categoría de heroicidad memorable).
Y vino el desastre de la Mina San José, con sus treinta y tres mineros sepultados vivos. Un suceso de características notables e inéditas, sin duda, y que viene demostrando, sobre todo, la pericia de la ingeniería de minas en Chile y la capacidad de movilizar recursos en casos como éste… Piñera presidente y sus allegados, con la colaboración espontánea -y no tanto- de los “medios”, ávidos de espectacularidad, transformaron lo que pudo haber sido tragedia de proporciones, en feliz e incitante reality a los ojos de chilenos y extranjeros, porque la noticia de la supervivencia casi milagrosa atravesó los continentes y se hizo espectáculo global.
Desde hace sesenta y siete días, el rescate de los mineros es la principal noticia. Mediante auténticos prodigios tecnológicos, podemos verles en el fondo de la tierra, a ochocientos metros de profundidad, como ni lo hubiese soñado el propio Julio Verne para su Viaje al centro de la Tierra... Entrevistas diarias a ellos y a sus familiares, lectura pública de cartas íntimas que suben y bajan por el ducto que recorre la llamada “paloma”, quizá en inconsciente paráfrasis de aquella metáfora del poeta de Orihuela para designar la carta: “blanca paloma con las alas plegadas y la dirección en medio”. Alrededor de la mina se ha montado una villa de ochocientas personas, llamada “Campamento Esperanza”, con instalaciones habitacionales, sanitarias y escolares superiores, en muchos casos, a las que tienen acceso los trabajadores de la zona en su vida real, fuera de las cámaras.
Así, por milagro de la espectacular cobertura mediática, estas víctimas de la irresponsabilidad e incuria de sus patrones, hijos éstos de la codicia desembozada del sistema, se transforman en héroes planetarios… El régimen de injusticia social y desprecio a la vida del prójimo –filosofía y praxis cotidiana del capitalismo salvaje- se vuelve proeza encomiable y auténtica epopeya, mientras miles de mineros y trabajadores de este país laboran en condiciones de seguridad deplorables, pues muchos empresarios, coludidos con funcionarios corruptos de las supuestas entidades de control, transgreden normas y eluden obligaciones al amparo de una legislación deficiente, hecha por los dueños del capital a través de sus propios mandatarios en el Parlamento.
La prensa ha dejado de hablar de los propietarios de la mina San José, encausados ante tribunales del trabajo, hecho que ya no contribuye a amenizar el gran espectáculo, al que se ha sumado hoy, como gran director de orquesta o presentador circense –según se entienda-, Don Francisco, el popular engendro de Mario Kreutzberger, modesto hijo de la emigración judía, devenido exitoso animador de la televisión chilena, que ha sido declarado, por el alcalde de Santiago del Nuevo Extremo, luego de un escrutinio popular, iniciado el mismo día del desastre minero, como “el personaje más representativo del 2010, de acuerdo a la votación realizada en el marco de la Cápsula Bicentenario”…
Su mayor mérito, sin duda, es haber copiado con acierto en Chile la “Theleton”, creada por el actor cómico Jerry Lewis en Estados Unidos, en 1950, para ayudar a los minusválidos, llevando el certamen a un altísimo nivel de recaudación financiera, lo que hizo posible crear una fundación y un hospital que atiende a millares de discriminados de nuestra fracturada sociedad… Un logro encomiable que no exime del exhibicionismo flagrante de esa “corte de los milagros” que cada fin de año se monta para sensibilizar la difícil y cacareada solidaridad nacional, que destaca la “generosidad” de las grandes corporaciones que utilizan la Teletón como gigantesca ventana publicitaria, beneficiándose, sin tapujos, del excedente de ventas que su desarrollo les procura, y, como es habitual, sin traspasar nada de esa plusvalía a sus propios trabajadores. Tinglado que sirve, asimismo, para ocultar bajo la alfombra un cúmulo de miserias sociales y sucesos non gratos.
Tras bambalinas, en la trastienda del espectáculo global, la causa Mapuche vuelve a ser olvidada. Estuvo algunos días en primera plana, porque la huelga de hambre de cuarenta comuneros hubo de ser enfrentada por el actual gobierno, debido a las presiones de organismos internacionales y de la mismísima Unión Europea; de lo contrario, otra hubiera sido la actitud de estos aventajados herederos y representantes de la expoliación indígena. Luego de las gestiones de la iglesia católica chilena, los mapuches depusieron su movimiento, aun cuando una decena de ellos permanecen sumidos en la privación voluntaria de alimentos: los comuneros de Angol. Pero la presión sobre La Moneda ha disminuido y los hijos de Arauco vuelven al ominoso silencio en que la sociedad chilena se empeña en mantenerles, hasta que algún hecho, más o menos espectacular, les haga volver a la palestra pública, aunque sea bajo el calificativo de “terroristas”.
El rescate de los mineros se torna inminente. En dos o tres días más volverán a la superficie, por medio de modernísimas cápsulas diseñadas para tal propósito, vestidos como verdaderos astronautas. Don Francisco llevará adelante un programa abierto llamado “Corazón de Minero”, que culminará con el regreso a la superficie de los enterrados. Una auténtica resurrección, quién lo duda… -“Por algo el número 33 corresponde a la edad de Cristo, y no es casualidad la analogía entre el 11 de septiembre chileno y el 11 de septiembre de las torres gemelas…”-, afirmó, lúcida como una vestal mediática, la esposa del presidente Piñera, quien reasumirá la batuta de director de orquesta, cuando el animador de televisión le traspase el testimonio de la juerga pública.
La primera parte del espectáculo habrá terminado, aunque vendrán otros números de actuación, ya programados, porque la proeza va a servir para el cine, la televisión y la radio, para entrevistas y publicaciones de variado jaez… Las víctimas, ahora héroes, recibirán pingües compensaciones económicas, para ellos y sus familiares, como justo corolario de sus padecimientos. A menos, claro, que sus testimonios caigan en manos de especuladores editoriales, que de haberlos los hay, Garay…
No obstante, quedará sin respuesta, como tantas otras, la pregunta hecha por un dirigente minero de la zona de la catástrofe: “¿Y de nosotros, que estamos fuera de este show, quién va a preocuparse?”. Pero las crisis no son parte de este espectáculo, a menos que redunden en impensadas explosiones y haya que ocuparse, sin más remedio, de ellas.
El telón del último acto está por caer. Chile y el mundo entero tiemblan de expectación. El espectáculo de los mineros surgidos de las entrañas del Hades va a concluir, pero sus ecos continuarán, durante todo lo que resta del año, incorporándose al “resumen espectacular” del Bicentenario, que ya preparan los genios mediáticos para felicidad de sus millones de fieles e incondicionales espectadores.
Amén.
Edmundo Moure
Octubre 12, 2010
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