Chile: larga lágrima del sur
En la madrugada del sábado 27 de febrero, un terrible sismo de 8.8º en la escala de Richter sacudió mil kilómetros de territorio en el centro-sur de Chile, desde Illapel hasta Temuco. Más de un millar de muertos (hasta ahora), cientos de desaparecidos, miles de viviendas y edificios destruidos, tristeza y desolación por todas partes. Minutos después del primer movimiento sísmico, un gigantesco maremoto arrasó con balnearios y villas de la costa del Pacífico, olas de veinte metros que se internaron más de dos kilómetros hacia los cerros de la ribera. Un barco de pesca apareció varado sobre una colina, especie de grotesco monumento al horror vivido.
A lo largo de cinco mil kilómetros, la geografía de Chile está jalonada por setenta volcanes aparentemente dormidos, pero en sorda y latente actividad. Podríamos decir que, telúricamente hablando, es la zona más insegura e inestable del planeta. Quizá por ello, el carácter del chileno es taciturno y fatalista, porque desde la formación de nuestra etnia, hecha de mapuches, aimaraes y chonos, mezclados con hispanos, el largo y angosto país viene sufriendo, periódicamente, colosales calamidades.
El primer desastre que consignan las crónicas ocurrió el 11 de septiembre de 1541, cuando un terremoto arrasó la incipiente villa de Santiago del Nuevo Extremo, fundada ocho meses antes; el segundo se produjo en mayo de 1551, en la zona de Concepción -la misma del epicentro del actual sismo- y su completo y detallado relato fue obra del pontevedrés Pedro Mariño de Lobera en la primera Crónica del Reino de Chile. Si traslapáramos su relación a un reportaje de hoy, nos asombraríamos de su precisión y de la similitud con los sucesos de esta reciente tragedia, porque la Madre Gea es algo más antigua que nosotros y para ella los siglos son apenas suspiros en su rotación milenaria por los caminos de la Vía Láctea. Ella es un ente vivo, de humor impredecible, de comportamiento y acciones que escapan a la humana inteligencia; por eso suele dejar en ridículo nuestra soberbia de supuestos homo sapiens, desnudando la precariedad de arrestos tecnológicos y pretensiones de “amos de la Naturaleza”.
Al menos, aquellos remotos devanceiros asumían las tragedias y desastres bajando la cerviz en humilde actitud cristiana, atribuyendo los inexplicables sucesos a la castigadora voluntad de un Dios severo, que parecía buscar la rectificación de los humanos actos a través de la vieja máxima “la letra con sangre entra”… Lo malo y lo bueno, pues, procedían del Hacedor y había que rogarle, mediante constantes preces y complicados rituales, para obtener los beneficios de su extraña misericordia. Hoy, en un mundo de escasa fe trascendente, la desolación y el miedo quizá sean aún más profundos, y la incógnita del porqué nos sumerja en la desesperanza, aun cuando el apego por la existencia y el amor a la vida nos alcen de nuevo de entre escombros y cenizas, para volver a reconstruir los sueños desplomados.
La tierra sigue temblando, se suceden las “réplicas”, unas más violentas que otras. Tragamos saliva, aspiramos ávidos en el ansia del temor, mirando a los que están más desvalidos que nosotros. En la paradoja del accionar humano, mientras algunos desalmados se dedican al saqueo y al pillaje, otros aúnan fuerzas para levantar a los caídos, para llevar agua al sediento y pan a los que padecen hambre. Muchos se preguntan, en Haití y en Chile, “¿Y dónde está Dios?”. Nadie lo sabe y menos podríamos desentrañar sus móviles, si es que el dedo de su cólera agita el corazón de los enormes volcanes o si su boca sopla las aguas procelosas del océano para derribar minúsculos hogares y aplastar a sus hijos como inermes gusanos, o para ahogarlos bajo la cólera de Neptuno.
Pero el chileno sabe resistir, como pocos, aún haciendo chistes en medio de la tragedia, con ese curioso humor fatalista que se vuelve raro bálsamo contra la adversidad. Un vecino, a quien se le ha derrumbado la casa y que lo ha perdido todo, comenta: -“Lo que más siento es una garrafa que se me quebró, con cinco litros de oloroso vino pipeño… Un triste desperdicio, ¿no le parece?”.
Hoy lunes, los santiaguinos de esta vapuleada ciudad de seis millones de habitantes hemos madrugado para iniciar la jornada y la semana de trabajo, un poco más taciturnos y cariacontecidos, pero con igual resolución y ánimo. Es un radiante día de verano. Gea despertó como si nada hubiese pasado; el sol acaricia los jardines, las aves trinan como ayer (quizá un poco más escépticas, ya no le canten al Creador, sino celebren simplemente la vida como pájaros existencialistas)... En la hora vespertina, tal vez volveremos al bar, celebrando el haber salido ilesos, para reconfortarnos e infundirnos ánimo, unos a otros. En este año del Bicentenario de la Patria de los Grandes Poetas, volveremos a levantarnos, porque somos “Pueblo, pueblo innumerable/y desde las cenizas, renacemos…”, como cantó Pablo Neruda, conjurando tragedias históricas, tan duras y traicioneras como los caprichos del cataclismo aleve.
El verano del Sur enjugará esta extensa lágrima y volveremos a sonreír, porque las voces solidarias y hermanas nos llegan, desde todos los confines, en versos de Rosalía: -“Ánimo, compañeiros, toda terra é dos homes”-.
Edmundo Moure
Marzo 1, 2010
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