Huellas y memoria de Jorge Prelorán

(Idem, Argentina, 2009)
Guión y Dirección: Fermín Rivera. Fotografía: Emiliano Penelas. Montaje: Emiliano Serra, Pablo Valente y Fermín Rivera. Sonido: Gino Gelsi. Música: Leo Chialvo. Cámara: Emiliano Penelas y Fermín Rivera. Distribuye: Juan Carlos Fisner. Estreno desde el jueves 30 de septiembre en el Espacio INCAA Km 0 Cine Gaumont y desde el 8 de octubre viernes y sábados en Malba.


Jorge Prelorán (en palabras de Manuel Antín, que aparece en el filme) es uno de los más grandes directores de la historia de nuestra cinematografía. Pero, no sólo se han visto y proyectado pocos de su filmes, sino que apenas es conocido por el público.

Claro, su obra pertenece al género documental, que tanto cuesta imponer a un espectador que gusta más de la ficción y deja así de lado a clásicos como Robert Flaherty, John Grierson y Jean Rouch —por sólo citar a tres— y apenas se ha acercado a Frederick Wiseman (el de La danse, 2009), pero sí, hay que reconocerlo, al notable Michael Moore. El trabajo de Prelorán recibió un importante aporte en los años sesenta al obtener un subsidio del Fondo Nacional de las Artes que le permitió realizar varios filmes en coproducción con la Universidad Nacional de Tucumán y bajo la coordinación del Doctor Augusto Raúl Cortázar, un eminente investigador del folklore.

Además, Prelorán optó por el cine antropológico y lo hizo con mínimos recursos: era guionista, director, fotógrafo, productor y usaba una modesta cámara, si bien contó con la colaboración inapreciable de Lorenzo Nelly y Sergio Barbieri y principalmente de su esposa Mabel. Un concepto fundamental de su estética (de sus denominadas etnobiografías) es la necesidad de captar el cuerpo y el alma de un individuo: al lograrlo, se representa no sólo a su comunidad, sino también a todos los seres humanos. Por eso no le hacía un reportaje, sino que lo filmaba en su rutina diaria, para lo cual convivía con él y su familia en los lugares más recónditos y desprovistos de comodidades. Y, evitando emitir comentarios sobre lo que observaba, la voz del mismo protagonista —a través del sonido asincrónico— daba vida a esas potentes imágenes que registran zonas pobres y expoliadas del país. De esta manera, el filme de Rivera ofrece secuencias de un santero de la Puna en Hermógenes Cayo (1969), de un hachero en Los hijos de Zerda (1978), o de un caso de transculturación en Zulay frente al siglo XXI (1992). Y aparecen reiteradamente esas ceremonias religiosas tan singulares que testimonian la vida simbólica que anida en el hombre.

Prelorán no fue comprendido políticamente: se lo acusaba de revulsivo al registrar la injusticia social y a la vez de reaccionario al no inducir a la lucha por la liberación. Como opina la investigadora Graciela Taquini en la película, no se reparó en que el director argentino bregaba por el humanismo. Además, condenaba los prejuicios racistas, los cuales, según él, se originaban en el desconocimiento de los pueblos originarios.

Su cine austero y realista, producto de la inmediatez, no debe hacer olvidar el gran sentido estético que evidenciaba en su creativa compaginación. Por otra parte, en Castelao (Biografía de una ilustre gallego) (1980), da una muestra maravillosa de su refinamiento al centrarse en la producción de este genial dibujante e intelectual.


El mérito principal de Fermín Rivera es considerarse discípulo del maestro y haber abrevado en su estética (ya lo hizo en su opera prima Pepe Nuñez, luthier, 2005). Evita dar explicaciones y se acerca al corazón de su extensa filmografía (más de sesenta documentales), desplegando parte de ella mientras la banda sonora transmite las agudas reflexiones en off de Prelorán. Logra así una bella y valiosa película, después de un arduo rodaje que llevó cinco años, y que seguramente provocará que más de un espectador quiera rastrear esa filmografía (el Cine Club La Rosa brindó durante setiembre una retrospectiva de sus cortometrajes). Pero Rivera contó con un equipo brillante: es impresionante la calidad y belleza de la despojada fotografía de Emiliano Penelas, el montaje de Emiliano Serra, Pablo Valente y del mismo director, el impecable sonido de Gino Gelsi y la hermosa sutileza de la música de Leo Chialvo.

Jorge Prelorán falleció en el año 2009, a los 75 años, en Los Angeles, donde se había exiliado en 1976. Fue docente en la Universidad de California (UCLA), su filme Luther Metke at 94 (1980), acerca de un constructor de cabañas, fue nominado al Oscar, y legó su obra para su preservación al Smithsonian, un conjunto de museos de Washington. En base a sus experiencias cinematográficas dejó escritos numerosos textos con ilustraciones, que no consiguió editar. En 2005 se le concedió el Ástor de Oro por su trayectoria en Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

Huellas y memoria de Jorge Prelorán obtuvo los premios al mejor documental en el 5º Festival de Cine Latinoamericano (FESAALP), mejor documental zona centro en el Festival de la Patagonia ARAN 2010 y mención especial del jurado en el 9º Festival de Cine de Tandil. Evidentemente, es imperdible.

Germán Cáceres

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