Pesadilla Galáctica, de Germán Cáceres
(Editorial Qilqana SAC, Lima, Perú, 2022, 98 pags.)
Pesadilla galáctica de Germán Cáceres es un texto engañoso: bajo la máscara de una nouvelle se oculta un cuento largo. Porque en el texto la construcción psicológica de los personajes se subordina a la precisión de la trama. Es decir, prima la arquitectura de la pieza por sobre las derivas temperamentales de los sujetos que la desandan. El protagonista es, en suma, el argumento.
Encubrir un género con otro es un ardid típico de las vanguardias destinado a crear una obra que sea capaz de fugarse de la cárcel normativa que constriñe la escritura. En Cáceres el artilugio ha tenido, al margen de sus logros literarios –o precisamente por ellos–, un destino exitoso: la obra se alzó con el Primer Premio Qilqana de novela juvenil 2020. Y en su fallo el jurado ratificó lo adelantado: “Con gran maestría, Germán Cáceres entrelaza historias de amor y suspenso sin perder nunca el hilo argumental”.
¿Cuál es ese argumento? La clásica telaraña de suspenso en torno a una mansión embrujada. Salvo que en el caso ese edificio es un colegio bilingüe del barrio Las cañitas, el Mary Shelley, y los personajes un grupo de alumnos secundarios abducidos por una trama de ciencia ficción. Entre los vecinos ha corrido la especie de que el edificio está embrujado. Sostienen que allí se celebran aquelarres y ritos satánicos protagonizados por demonios de otras galaxias con los cuales los directivos del colegio se comunican telepáticamente.
Esa superchería barrial no es azarosa. Se va alimentando de una serie de sucesos que se desencadenan –como en todo policial que se precie– con un crimen: la directora ha sido asesinada. Y uno de los alumnos tomará la batuta de la investigación. En su pesquisa tratará con una variopinta fauna de personajes aficionados a los trueques y prestaciones de parejas. Porque los hilos de este policial de ciencia ficción van también anudando y desanudando amores. De hecho, el quid de la trama se centra en una derivación anatómica de esos amoríos: la genitalidad. Y sus alusiones: la impotencia sexual y la infertilidad en un mundo robotizado.
Sobre un esquema transitado de las sitcom como lo es el típico entrevero de adolescentes en un colegio bilingüe, Germán Cáceres –con una prosa ágil y amena que ya es su marca de estilo– aporta una vuelta de tuerca. Los sitúa en un espacio ominoso. Y los hace rodar por situaciones fantasmáticas. Pero lo que asusta no es el acontecimiento sino su alegoría.
Gustavo Bernstein
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