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Nido de caranchos

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Hay fechas que interpelan la memoria colectiva porque son de alguna manera la síntesis de muchos años de lucha contra la dominación y la opresión. 

Enero, es ese sentido un mes emblemático en 1959 a comienzos de ese año fue la entrada triunfal a la ciudad de La Habana Cuba de los "barbudos de la Sierra Maestra" del Movimiento Revolucionario 26 de Julio.

Ininicio de la Revolución Cubana gestada desde el siglo XIX por los anarquistas, continuada por José Martí y el pueblo insurrecto contra Batista y el imperio del Norte.

El 1° de Enero de 1994, en Chiapas al sur de México, la irrupción desde la selva Lacandona de las mujeres y hombres del Moviento Zapatista rompiendo la lógica absurda del "fin de la historia" e inaugurando una nueva alborada de un proceso emancipador.

Estas personas embozadas para hacerse visible y hacer visible a todas y todos los condenados de la Tierra por el capitalismo.

En la madrugada mientras vengo transitando me cruzo en la calle con un hombre de gorra azul que alzando su jarro precario me mira y me dice "felicidades campeón".

Ni él ni yo somos campeones de nada más bien lo contrario.

Este saludo liminar es para mi el saludable augurio de que aún es posible propiciar una rebeldía colectiva y solidaria si nos vamos reconociendo en la ruptura con la indiferencia y el individualismo.

Estamos comenzando a escribir las primeras líneas de un año que a nivel mundial y regional será turbulento.

Acaso como escribió con fervor un poeta: "la era está pariendo un corazón, no puede más se muere de dolor y hay que romper el cielo si es preciso por vivir".

Para el comienzo lecturas inquietantes la novela de Martín Kohan Bahía Blanca y los cuentos de Juan Forn en Nadar de noche.

A transitar las horas y los días con "la esperanza entre los dientes" como decía John Berger.

Carlos A. Solero
Domingo 1° de enero de 2023
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Uno de los libros más conocidos del escritor, pintor y crítico de arte John Berger, fallecido a principios de año, surgió de una serie de programas televisivos emitidos por la BBC, que a continuación compartimos.



El programa televisivo 'Ways of seeing', creado en 1972 por John Berger y Mike Dibb, se propuso analizar cómo nuestros modos de ver afectan a la forma de interpretar, toma prestadas muchas ideas de La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, el artículo de Walter Benjamin de 1936. La serie recibió diversos premios, revolucionó la teoría del arte y fue adaptada a libro, convirtiéndose desde entonces en un título indispensable de la teoría del arte y de la comunicación visual. Berger analiza cuatro aspectos de la interpretación de la pintura al óleo: su origen relacionado con el sentido de la propiedad, el uso continuado de la mujer como objeto pictórico, la relación entre la herencia visual de la pintura y la publicidad y, finalmente, la transformación del significado de la obra original en el marco de sus múltiples reproducciones.

En el primer episodio, Berger señala lo que involucra a la visión y cómo nuestro modo de ver las cosas está determinado por lo que sabemos. Él va a argumentar que el verdadero significado de muchas imágenes ha sido oscurecida por académicos, cambiado por la reproducción fotográfica y distorsionado por el valor monetario.


En el segundo episodio se ocupa de la representación del desnudo femenino, una parte importante de la tradición del arte europeo. Berger examina estas pinturas y se pregunta si representan a las mujeres tal como son o sólo como a los hombres les gustaría que fueran.


Con la invención de la pintura al óleo alrededor de 1400, los pintores fueron capaces de retratar a personas y objetos con un grado sin precedentes de realismo, y la pintura se convirtió en la forma ideal para celebrar las posesiones privadas. En el tercer episodio, John Berger cuestiona el valor que le damos a esa tradición.


En el cuarto episodio, Berger desarrolla más el vínculo entre la propiedad y el arte a través de una mirada crítica de la sociedad consumista moderna; analiza las imágenes publicitarias y muestra cómo se relacionan con la tradición de la pintura al óleo, en los estados de ánimo, las relaciones y actitudes.



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El autor, considerado uno de los más influyentes de su generación. G., Siempre bienvenidos o Modos de ver son algunas de sus obras más conocidas.



El escritor, pintor, ensayista y poeta John Berger falleció este lunes a los 90 años en Antony (París), según confirmó la directora literaria de Alfaguara, María Fasce, a El País, tras hablar con una nieta del autor en Francia, quien afirmó: "Il est parti" (Partió).

John Berger era un experto en desapariciones. Toda su obra literaria es el testimonio de alguien que contempla un universo que se desvanece ante sus ojos, ya se trate de la gran pintura europea o de la vida en los pequeños pueblos de la Europa rural. Berger se formó como artista plástico pero se consagró como teórico cuando convirtió en un libro mítico —Modos de ver— una serie emitida en 1972 por la BBC. Lejos de cualquier análisis esotérico, aquel ensayo ilustrado demostró que se podría mantener la fascinación por un cuadro incluso después de rastrear las condiciones materiales en que fue encargado, pintado y expuesto.

El creador británico fue también poeta, guionista de cine, dramaturgo y colaborador de El País. El diario The Guardian lo definía recientemente como "uno de los escritores más influyentes de su generación". Nacido en Londres en 1926, entre sus obras más conocidas están El cuaderno de Bento, Con la esperanza entre los dientes, Siempre bienvenidos, The Seventh Man, Hacia la boda, Puerca tierra y Una vez en Europa. Y Alfaguara editó hace pocos meses Rondó para Beverly, un homenaje que el autor escribió junto con su hijo Yves para su esposa, fallecida en 2013. En julio de 2006, escribió un artículo titulado En defensa del pueblo palestino, junto con Noam Chomsky, Harold Pinter y José Saramago.

Tirando de los hilos que Walter Benjamin dejó lanzados en los años treinta, Berger demostró que el marxismo seguía siendo útil como herramienta de análisis cultural. De paso puso de manifiesto que, en manos de un genio, el arte nacido como propaganda —al servicio de un Papa, un rey o un noble— también puede convertirse en una vía de liberación. De eso, pero aplicado al siglo XX, trataba también su primera novela: Un pintor de nuestro tiempo (1958), que daba voz a un artista húngaro exiliado en Londres.

Guionista de varias películas de Alain Tanner, entre ellas Jonás, que cumplirá los 25 años en el año 2000, Berger se consagró como novelista al mismo tiempo que como divulgador del arte. En el mismo 1972 publicó G., una particular versión de los viajes de Casanova que se alzó con el Booker, cuya dotación el escritor compartió con los Panteras Negras. Aquella novela contenía toda una poética literaria que rompía con la narración lineal decimonónica y llenaba sus historias de voces que se superponían y contradecían. Ese es el muy reconocible tono Berger, que alcanzó su máxima cota en De sus fatigas, una trilogía que está entre lo mejor de la literatura universal de finales del siglo XX. Formada por dos libros de cuentos —Puerca tierra y Una vez en Europa— y una novela —Lila y Flag— que retratan la desaparición de la vida rural y el trasvase de los campesinos a las grandes ciudades. Berger vivía en un pueblo de la Alta Saboya francesa y las vidas de sus vecinos, con sus grandezas y mezquindades, podían tocarse en páginas que recuperan la fuerza de la oralidad tradicional sin maquillar la dureza de una vida ganada con las manos.

En 1995, cuando era reivindicado por los indignados del momento y, a la vez, reclamado como experto en los principales museos del mundo —el Prado entre ellos—, el escritor británico dio otra vuelta de tuerca a su obra literaria narrando una historia de amor en los tiempos del Sida: Hacia la boda. Esta vez los derechos de autor de aquel viaje por el viejo continente camino de unos esponsales estaban destinados a los comités de lucha contra el Sida de cada país en que se publicó. Ya fueran enfermos, campesinos, mendigos o inmigrantes, los desheredados de la tierra estuvieron siempre en el centro de la obra de John Berger, que llegó a escribir una novela —King— desde el punto de vista de un perro callejero. Nunca dejó de dibujar, de viajar en moto ni de escribir poemas. Fue el puente entre la gente de a pie y los grandes maestros de la pintura occidental. También la voz de los seres más frágiles, residuos del mundo moderno a los que su obra otorgó una dignidad de reyes.

Diario El País, Madrid
Lunes 2 de enero de 2017
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¡Rosa!, te conozco desde que era niño. Y ahora soy dos veces más grande que lo que eras tú en enero de 1919, cuando te apalearon a muerte, pocos meses después de que tú y Karl Liebknecht fundaran lo que habría de ser el Partido Comunista de Alemania.


Con frecuencia surges de alguna página que leo –y algunas veces surges de la página que intento escribir–, me saludas con la cabeza y una sonrisa, y nos reunimos. No hay página, ni celda alguna de las prisiones donde en repetidas ocasiones te pusieron, que pueda contenerte.

Quiero enviarte algo. Antes de que me fuera obsequiado, este objeto estaba en el pueblo de Zamosc, al sureste de Polonia. Es el pueblo donde tú naciste, y donde tu padre fue comerciante maderero. Pero el vínculo contigo no es tan simple.

El objeto perteneció a una amiga polaca llamada Janine. Ella vivía sola, no en la elegante plaza central donde tú habitaste durante los dos primeros años de tu vida, sino en una casita común en las afueras del poblado.

La casa de Janine y su diminuto jardín estaban llenos de plantas en macetas. Había macetas incluso en el piso de su dormitorio. Y cuando tenía visitas, no había nada que le gustara más que señalar, con sus dedos de vieja trabajadora, la particularidad de cada una de sus plantas. Ellas le hacían compañía. Janine hacía chistes, y contaba chismes, con ellas.

Aunque no hablo polaco, el país europeo donde me siento más como en casa es Polonia. Comparto con los polacos algo de su orden de prioridades. A la mayoría de ellos no les intriga el poder, porque han sobrevivido a toda la mierda del poder que se pueda concebir. Son expertos en darle la vuelta a los obstáculos. No paran de inventar tácticas para irla llevando. Respetan los secretos. Tienen recuerdos duraderos. Hacen sopa de acedera con acedera silvestre (Rumex acetosa. Conocida como agrella, vinagreira o romaza). Quieren ser alegres.

Tú dices algo semejante en una de tus enojadas cartas desde la prisión. Le respondías a la doliente carta que te enviaba alguna amistad, y la autocompasión siempre te hizo enojar. “Ser un ser humano”, decías, “es la cuestión principal, por encima de todo. Y eso significa ser firmes y claros y alegres; sí, alegres, pese a todo y cualquier cosa, porque chillar es el negocio de los débiles. Ser seres humanos significa que, si es necesario, con alegría avientes tu vida entera a la gigante balanza del destino, y al mismo tiempo te regocijes en la brillantez de cada día y en la belleza de cada nube”.

En años recientes, en Polonia se ha desarrollado un oficio nuevo. Todo aquel que lo practica es conocido como stacz, que significa “ocupar el sitio”. Uno paga a algún hombre o mujer para que haga alguna larga fila y le retoma su sitio cuando ya está casi hasta adelante. Son colas para la comida, para los utensilios de cocina, para algún tipo de licencia, para algún sello gubernamental en un documento, para conseguir azúcar o botas de hule.

Inventan muchas tácticas para irla llevando.

A principios de la década de 1970, mi amiga Janine decidió tomar un tren a Moscú, como varios de sus vecinos lo habían hecho. No fue una decisión fácil. Apenas uno o dos años antes, en 1970, había ocurrido la masacre de Dansk y otros puertos marinos: cientos de los trabajadores de los astilleros se habían ido a huelga y la policía y los soldados polacos los acribillaron a tiros por órdenes de Moscú.

Y tú lo anticipaste, Rosa. En tu comentario sobre la Revolución Rusa de 1918 tú anticipaste los peligros implícitos en el modo bolchevique de responder a todo razonamiento. “Una libertad sólo para los miembros del gobierno, sólo para los miembros del partido –aunque éstos sean bastante numerosos– no es, para nada, libertad. La libertad es siempre la libertad de aquéllos que piensan diferente. De esta característica esencial de la libertad política depende todo lo que es aleccionador, pleno y purificante, y no de algún fanático concepto de la justicia. Si la ‘libertad’ se vuelve un privilegio especial, sus efectos se desvanecen”.

Janine tomó el tren a Moscú para comprar oro. El oro valía allá una tercera parte de su costo en Polonia. Al dejar atrás la estación Bielorusski, eventualmente encontró los callejones donde los joyeros autorizados tenían anillos para vender. Siempre había una larga fila de otras mujeres “extranjeras” que esperaban comprar. En razón de la ley y el orden cada una de estas mujeres llevaba un número con gis en la palma de la mano, que indicaba su lugar en la cola. Un policía era quien dibujaba los números. Cuando por fin Janine llegó hasta el mostrador preparó sus rublos y compró tres anillos de oro.

De camino a la estación, le atrapó la mirada el objeto que quiero enviarte, Rosa. Le costó apenas 50 kopek. Lo compró en el vuelo del momento, porque le hizo ilusión. Éste podría conversar con sus plantas metidas en macetas.

Tuvo que esperar mucho tiempo en la estación para tomar el tren de regreso. Como lo supiste en tu época, estas estaciones rusas se volvieron campamentos para los pasajeros que esperaban largo tiempo. Janine se puso uno de sus anillos en el cuarto dedo de la mano izquierda, y los otros dos se los escondió en sus partes íntimas. Cuando el tren arribó y ella se trepó, un soldado le ofreció un asiento en un rincón. Suspiró con alivio –podría dormir un poco. No tuvo problemas en la frontera.

En Zamosc vendió los anillos por el doble de la suma que pagó por ellos, y aun así eran considerablemente más baratos que cualquiera que se pudiera comprar en una tienda polaca. Después de deducir el boleto del tren, Janine había logrado una ganancia inesperada.

El objeto que quiero enviarte, lo colocó en el quicio de la ventana de su cocina.

Este objeto tiene algo de enciclopédico. Diderot explicó así, en 1750, la enciclopedia que justo acababa de ayudar a concretar: “El objetivo de una enciclopedia es ensamblar todo el conocimiento esparcido por la superficie de la Tierra, con el fin de demostrar el sistema general a la gente que vendrá después de nosotros, de tal modo que los esfuerzos de los siglos pasados no sean inútiles para los siglos venideros, para que nuestros descendientes se vuelvan más letrados, puedan ser más virtuosos y más felices...”

Es una caja de cartón delgado, del tamaño de una cuartilla antigua [de las conocidas como cuartos. Su medida es de 23x30 centímetros]. Impreso en su tapa está un grabado a color del pájaro conocido en Europa central como papamoscas collarino, y debajo hay dos palabras en cirílico ruso: pájaros cantores.

Abre la tapa. Adentro hay tres hileras de cajas de cerillos, seis cajas por hilera. Y cada caja tiene un etiqueta con el grabado en colores de un pájaro cantor diferente. Dieciocho cantores diferentes. Y debajo de cada grabado, en letra muy pequeña, está el nombre del pajarito en ruso. Tú que escribiste furiosamente en ruso, polaco y alemán habrías podido leerlos. Yo no puedo. Tengo que adivinar a partir de mi vaga memoria de cuando he observado pájaros alguna vez.

Es extraña la satisfacción de identificar un pájaro vivo mientras vuela o desaparece tras unos setos, ¿no crees? Implica una momentánea y peculiar intimidad, como si en ese momento de reconocimiento uno se dirigiera al pájaro –pese al estruendo o las confusiones de otros incontables eventos– por su particular apodo: ¡aguzanieves!, ¡aguzanieves!

De los 18 pájaros en las etiquetas, reconozco tal vez cinco.

Las cajas están llenas de cerillos con cabeza verde. Sesenta en cada caja. Lo mismo que los segundos en un minuto y los minutos en una hora. Cada uno es una flama potencial.

“La moderna clase proletaria”, escribiste, “no desarrolla su lucha de acuerdo con el plan establecido en algún libro o teoría: la actual lucha de los trabajadores es parte de la historia, es parte del progreso social. Y en el centro de la historia, en el centro del progreso, en medio de la lucha, es que aprendemos cómo debemos luchar”.

En el interior de la tapa de la caja de cartón hay una breve nota explicativa (era la URSS de la década de los 70) dirigida a los coleccionistas de cajas de cerillos (los filumenistas, como se les conoce).

La nota brinda la siguiente información: en términos evolucionarios los pájaros preceden a los animales. En el mundo actual existe un estimado de 5 mil especies de pájaros. En la Unión Soviética hay 400 especies de pájaros cantores. Por lo general son los pájaros machos los que cantan. Los pájaros cantores han desarrollado cuerdas vocales en el fondo de sus gargantas, por lo común anidan en los arbustos, en los árboles o en el suelo, y son de gran ayuda para la agricultura cerealera porque comen y, por ende, eliminan hordas de insectos. Recientemente se han identificado tres nuevas especies de gorriones cantores en áreas remotas de la Unión Soviética.

Janine guardaba su caja en el quicio de la ventana de la cocina. Le daba placer, y en el invierno le recordaba del canto de los pájaros.

Cuando te encarcelaron por oponerte con vehemencia a la Primera Guerra Mundial, escuchabas a un carbonero, un herrerillo azul que siempre se quedaba cerca de tu ventana. “Venía con los otros a ser alimentado, y diligente cantaba su graciosa cancioncita: tsii-tsii-bey. Sonaba como la broma traviesa de un niño y siempre me hacía reír y yo le contestaba con el mismo llamado. Luego el pájaro se desvaneció con los demás, a principios de este mes, sin duda para hacer nido en otra parte. No vi ni escuché nada por semanas. Pero ayer sus bien conocidas notas vinieron de repente del otro lado del muro que separa nuestro patio de otra sección de la prisión; había alterado su canto considerablemente porque ahora cantaba tres veces seguidas en rápida sucesión: tsii-tsii-bey, tsii-tsii-bey, tsii-tsii-bey y luego se quedaba callado. Y eso se me metió al corazón, porque era tanto lo que me transmitía en este apresurado canto desde la distancia –toda la historia de la vida de los pájaros”.

Tras varias semanas Janine decidió poner la caja en la alacena debajo de la escalera. Pensó que esta alacena sería una suerte de refugio, lo más cercano a una bodega, y en ella guardó lo que ella llamaba su reserva. La reserva consistía en una lata de sal, una lata de azúcar para cocinar, una lata más grande de harina, un paquete de kasha(sémola o gachas de trigo sarraceno, cebada, centeno o trigo) y cerillos. La mayoría de las amas de casa polacas mantenían un guardado como medio de supervivencia mínima para el día en que, repentinamente, las tiendas ya no tuvieran nada en sus estantes, debido a alguna crisis nacional.

Una crisis así llegó en 1980. De nuevo comenzó en Dansk, donde los trabajadores se fueron a la huelga en protesta contra el alza en el precio de los alimentos, y su acción hizo nacer el movimiento nacional conocido como Solidarnosc [Solidaridad] que derrocó al gobierno.

“La moderna clase proletaria”, escribiste, “no desarrolla su lucha de acuerdo con el plan establecido en algún libro o teoría: la actual lucha de los trabajadores es parte de la historia, es parte del progreso social. Y en el centro de la historia, en el centro del progreso, en medio de la lucha, es que aprendemos cómo debemos luchar”.

Cuando Janine murió en 2010, su hijo Witek encontró la caja en la alacena debajo de las escaleras y la trajo a París, donde ha estado trabajando como plomero y albañil. Un día me la trajo y me la dio. Somos viejos amigos. Nuestra amistad comenzó jugando cartas juntos, de tarde en tarde. Jugábamos un juego ruso y polaco conocido como Imbecile. En él gana el jugador que pierda primero todas sus cartas. Witek adivinó que la caja me dejaría pensando.

Uno de los pájaros de la segunda fila de cajas de cerillos lo reconocí como un pardillo, por su pico rosado y sus dos estrías blancas en la cola. ¡Tsuuiit. Tsuuiit! A veces varios de ellos lo cantan a coro desde las copas de los arbustos.

“El que más ha logrado restaurarme a la razón es un amiguito cuya imagen les mando en un sobre. Este camarada que sostiene su pico, con gallardía, con su frente en alto y ojos de saberlo todo es llamado Hippolais hippolais, que en lenguaje cotidiano es el zarcero común”.

Estás presa en Poznan en 1917 y continúas tu carta diciendo: “este pájaro es un bicho raro. No canta una sola canción o una sola melodía como los otros pájaros, sino que es un orador público por la gracia de Dios, y se echa para adelante para hacer sus discursos en el jardín y lo hace con voz muy fuerte y plena de emoción dramática, brincándose las transiciones, buscando pasajes hasta llegar al arrebato. Parece plantearnos cuestiones imposibles, y luego se apresura y se responde solo, con sinsentidos, haciendo las aseveraciones más audaces, refutando acalorado opiniones que nadie ha expresado, para salir volando por entre esas puertas abiertas de par en par y de repente exclama triunfal: ‘¿no te dije, no te dije?’ Y de inmediato le advierte a todos, lo quieran escuchar o no: ‘¡te lo dije, te lo dije!’ (Tiene el sagaz hábito de repetir cada uno de sus agudas observaciones dos veces.)”

La caja del zarcero, Rosa, está llena de cerillos.

“Las masas”, decías en 1900, “en realidad son su propio líder, creando dialécticamente sus propios procedimientos de desarrollo”.

Cómo te puedo enviar esta colección de cerillos a ti. Si los matones que te asesinaron tiraron tu cuerpo mutilado a un canal en Berlín. Lo encontraron en el agua estancada tres meses después. Algunos dudaron de que fuera tu cadáver.

Puedo enviártela escribiendo estas páginas en estos oscuros tiempos.

“Yo fui, yo soy, yo seré”, dijiste. Vives en tu ejemplo para nosotros, Rosa. Y aquí está, te la estoy enviando a tu ejemplo.

John Peter Berger (Londres, 1926) es un crítico de arte, pintor y escritor. Entre sus obras más conocidas están G., ganadora del prestigioso Booker Prize en 1972 y el ensayo de introducción a la crítica de arte,Modos de ver, texto de referencia básica para la historia del arte.

Traducción para La Jornada: Ramón Vera Herrera.
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Más un recorrido para la memoria que un alardeo de cultura, una refrescada de los libros con los que recorrimos este año.

Enero
  • Papeles en el viento, de Eduardo Sacheri
  • Aviones en el cielo, de Eduardo Sacheri

Febrero
  • Memorias del desierto, de Ariel Dorfman
  • La obra de arte en la era de su reproducción técnica, de Walter Benjamin
  • Homo videns, de Giovanni Sartori
  • La máquina del tiempo, de H.G. Wells

Marzo
  • Mi perdición, de Alfred Hayes
  • Primeros daguerrotipos de la Argentina 1843-1844. El Almirante Guillermo Brown y otros retratos de John Elliot, de Carlos Vertanessian. 

Abril
  • Los comienzos de la fotografía en Uruguay. El daguerrotipo y su tiempo, de Juan Antonio Varese
  • El cine mudo argentino, de Roberto Di Chiara
Mayo
  • Los encubridores, de Muriel Spark
  • El espíritu de la naturaleza, de Ralph Waldo Emerson
  • Cuentos populares, de León Tolstoi
Junio
  • De la sabiduría egoísta, de Francis Bacon
  • Breve historia de la fotografía, de Walter Benjamin
  • El mármol, de César Aira

Julio
  • Nueve cuentos, de J.D. Sallinger

Agosto
  • El toldo de Bolonia, de John Berger
  • 120 historias de cine, de Alexander Kluge

Septiembre
  • Paseos nocturnos, de Charles Dickens
  • Será siempre Independiente, de José Bellas y Ferando Soriano

Octubre
  • Buster Keaton, de Marcel Oms

Noviembre
  • De mi tierra a la Tierra, de Sebastiao Salgado

Diciembre
  • Pantallas de plata, de Carlos Fuentes
  • Los libros de 2009
  • Los libros de 2010
  • Los libros de 2011 
  • Los libros de 2012
  • Los libros de 2013
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Insistentes, seguimos en la refrescada anual de los libros leídos durante el año. Algunos títulos encierran enlaces con textos que fuimos publicando. Y si andan con ganas, pueden mirar los listados de 2009, 2010, 2011 y 2012.


Enero
  • El cuaderno de Bento, de John Berger
  • Henri Cartier-Bresson, el disparo fotográfico, de Clément Chéroux
  • La revolución es un sueño eterno, de Andrés Rivera

Febrero
  • El infinito viajar, de Claudio Magris

Marzo
  • Apuestas / El yugo y la marcha, de Andrés Rivera
  • Futuro, de Marc Augé

Abril
  • Desde el altillo, de Eduardo Alvariza 

    Mayo
    • El caballero que cayó al mar, de H.C. Lewis
    • El farmer, de Andrés Rivera
    • La humillación de los Northmore, de Henry James
    Junio
    • Desconfiar de las imágenes, de Harun Farocki
    • Te digo más, de Roberto Fontarrosa

    Julio
    • La revolución es un sueño eterno, de Andrés Rivera

    Agosto
    • La historia siguiente, de Cees Nooteboom

    Septiembre
    • Estoy hecho de cine, conversaciones de José Martínez Suárez con Mario Gallina
    • Dios y el Estadio, de Mikhail Bakunin
    Octubre
    • Montevideo, de AA.VV.
    • Una felicidad repulsiva, de Guillermo Martínez
    Diciembre
    • Divorcio en Buda, de Sándor Márai
    • Tina Modotti. Una nueva mirada, 1929, de Jesús Nieto Sotelo y Elisa Lozano Álvarez
    • Relatos, Arturo Uslar Pietri
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    El cuaderno de Bento, John Berger
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    Queridos amigos: si están leyendo esto es porque el mundo (o al menos Blogger) no se acabó este 2012. Quizás sí el próximo, pero por las dudas, volvimos a tropezar con la misma piedra que en 2009, 2010 y 2011, y acá están los libros transitados en estos doce meses, a pedido del público.

    Enero
    • Open water diver manual, de PADI

    Marzo
    • Advance open water diver manual, de PADI


    Abril
    • El hombre como la sal del agua, de Lisandro Penelas

    Mayo
    • 84, Charing Cross Road, de Helene Hanff
    • Jim, Jam y el otro, pólvora y chimangos, de Max Aguirre
    • Los enamorados, de Alfred Hayes 
    • Unos días en el Brasil, de Adolfo Bioy Casares 

    Junio
    • Que el mundo me conozca, de Alfred Hayes 
    • El Sunset Limited, de Cormac McCarthy 
    • La memoria de Guayaquil, de René Favaloro 
    Julio
    • Clave para un amor, de Adolfo Bioy Casares

    Agosto
    • El cortador de cañas, de Junichiro Tanizaki
    • John Berger y los modos de mirar, de Marcos Mayer
    • El mar de coral, de Patti Smith
    • De las cosas maravillosas, de Adolfo Bioy Casares

    Septiembre
    •  Imágenes en la maleta, de Ferruccio Musitelli



    Octubre
    • Calicalabozo, de Andrés Caicedo



    Noviembre 
    • Alfred Hitchcock, de Bruno Villien
    • El cine y lo que queda de mi, de Hernán Musaluppi
    Diciembre
    • Nadie acabará con los libros, de Umberto Eco y Jean-Claude Carrière
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    Para John Berger

    mientras el ladrllo de la tarde guarda el calor rosa del viaje

    mientras la rosa germina un invernadero para respirar
    y florece como el viento

    mientras los esbeltos abedules murmuran sus historias del
    [viento a lo urgente
    en los camiones

    mientras las hojas de los setos guardan la luz
    que el momento pensó haber perdido

    mientras el cuenco de su muñeca pulsa como el pecho
    [de un gorrión en el aire ondulante

    mientras el coro de la tierra encuentra sus ojos en el cielo
    y los desvela para uno y para otra en la rebosante oscuridad

    cuida todo lo que amas

    la caligrafía de los pájaros que surca la mañana
    los millones de manos del hacha, la suave mano de la tierra
    un paso adelante del tiempo
    los dientes rotos de las tríbus y su vasto lugar
    [esparcidos por la estepa y juntos
    la diminuta asa de barro, sobreviviente, el cercano fantasma
    [de un cántaro
    viajando a nosotros por el suelo

    la promesa de los brazos abiertos, el manto único de nuestro
    [caminar común
    el mapa de la palma contenida
    en un nudo
    pero que se brinda como tea

    cuida todo lo que amas

    los senderos que tallan hacia nosotros y lo lejos que nos
    [abrimos hacia ellos

    la justicia de una brizna de yerba que demadeja palacios
    [pero aloja la canciones de la búsqueda

    el bajel que nombra las olas, la vasija de esta vida, conforme
    [se llena con los días
    y se hunde para volverse lo que ama

    la memoria que crece para formar el árbol que siempre
    [conoció como semilla

    las palabras
    el pan

    el niño que busca las verdades tras la puerta

    el anhelo de comenzar junos de nuevo
    animales ávidos dentro del parlamento del mundo

    la gente en el cuarto la gente en la calle la gente

    cuida todo lo que amas

    19 de mayo 2005
    Gareth Evans
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    Como el año pasado, tomé como costumbre anotar los libros leídos mes a mes. No es un catálogo del buen leer, sino lo que se fue cruzando por el camino, y el propósito es sólo el de la memoria personal o la pura curiosidad. Aquí están, estos son.


    Enero
    • Cortos, de Alberto Fuguet
    • Un pintor de hoy, de John Berger

    Febrero

    • El guardián entre el centeno, de J.D. Sallinger
    • La habitación cerrada, de Paul Auster
    • Soriano por Soriano, de Osvaldo Soriano
    • Una cuestión personal, de Kenzaburo Oé

    Marzo
    • Triste, solitario y final, de Osvaldo Soriano
    • La vida nueva, de Orhan Pamuk
    • El sueño de los héroes, de Adolfo Bioy Casares
    • Por la espalda, de Andrés Rivera
    • Acerca de Roderer, de Guillermo Martínez
    Abril
    • Cine o sardina, de Guillermo Cabrera Infante
    • Arqueros, ilusionistas y goleadores, de Osvaldo Soriano

    Mayo
    • Mecanismo a válvula, de Eduardo Alvariza
    • La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata
    • Primeras vistas de Buenos Aires, de Esteban Gonnet
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