críticaEdith WhartonGermán CáceresGraeme DavisHarriet Beecher StoweHelena BlavatskyliteraturaLouisa May AlcottMary Shelley
Mujeres letales
Obras maestras de las reinas del terror
Edición de Graeme Davis
(Edhasa, Buenos Aires, 2021, 688 páginas)
Edición de Graeme Davis
(Edhasa, Buenos Aires, 2021, 688 páginas)
Es muy ilustrativa la introducción de Graeme Davis sobre esta voluminosa antología del género de terror que va desde 1830 a 1908 y contiene (entre cuentos, relatos y nouvelles) veintiséis obras escritas por mujeres.
Curiosamente se encuentran autoras famosas como Mary Shelley, Louisa May Alcott, Edith Wharton, Harriet Beecher Stowe y la inesperada Helena Blavatsky, famosa por haber fundado la Sociedad Teosófica y por su apología del esoterismo. Davis también brinda una breve pero jugosa biografía de cada narradora.
Es indudable que una reseña de todas estas obras sería muy fatigosa para el lector, de manera que se elegirán aquellas que mejor resumen el espíritu del libro.
«La transformación», de Mary Shelley (la genial creadora de Frankenstein), pertenece más al género fantástico que al de terror. El lector se deleitará con una prosa bella: “La estancia se santificó con una luz sagrada cuando ella entró. El suyo era un aspecto angelical, esos grandes ojos suaves, esas mejillas repletas de hoyuelos y esa boca de dulzura infantil, que expresan la rara unión de felicidad y amor».
Sorprende que Louisa May Alcott, la inmortal escritora de una novela como Mujercitas, haya gestado el cuento extenso «Perdidos en una pirámide o la maldición de la momia».
«Un cuento de fantasmas» de Ada Trevanion logra suspenso y tensión.
Se encuentra el humor contagioso propio de los relatos del Nick Adams de Hemingway en «El cuento de fantasmas de Tom Toothacre», de Harriet Beecher Stowe, la responsable de La cabaña del tío Tom.
«El destino de madame Cabanel», de Eliza Lynn Litton, es interesante porque un relato de vampiros y fantasmas se transforma en alegato contra el fatalismo y la superstición.
Una narración atrapante ofrece «El cuco de Beckside», de Alice Rea.
En «Inexplicado», de Mary Louisa Molesworth, un halo de misterio va creciendo a medida que transcurre la historia. La nouvelle se introduce de lleno en el tema de los fantasmas “… pueden imaginarse un especie de sombra, o de ecos de nosotros,…”
«En libertad», de Mary Cholmondely, se ofrece un típico relato de terror, con criptas, calaveras, huesos, espíritus malignos y frases cargadas de horror: “… si, después de desgastar mi vida entera con el esfuerzo, alcanzaba el éxito, ¿qué quedaba de mí al final? La tumba.”
Aunque la escritura de Helena Blavatsky –la ardiente promotora del ocultismo– no alcanza la perfección de las otras autoras, «La cueva de los ecos» es muy imaginativa y se sumerge en el mundo de los fantasmas.
Resulta admirable el relato de «El empapelado amarillo», de Charlotte Perkins Gilman, en el cual la voz interior de una mujer que describe sus alucinaciones desemboca en la locura.
Según Noël Coward, Edith Nesbit “Tenía una economía del fraseo y un talento sin precedentes para evocar los días calurosos del verano…” y escribió más de sesenta libros para chicos, y construyó con «La misa por los muertos» un cuento largo impregnado de sensibilidad.
Edith Wharton demuestra su brillante estilo en «La duquesa orante», aunque la historia no resulta del todo atractiva.
Muy sutil el relato de fantasmas de «El terreno blando», de Mary E, Wilkins-Freeman.
«Una historia nada científica», de Louise J. Strong, remite a la ficción y el espíritu de Lovecraft.
«Un alma insatisfecha», de Annie Trumbull Slosson, es un relato de sumo misterio: continuamente desparrama enigmas.
Merece resaltarse la calidad del ímprobo trabajo del compilador Graeme Davis. Correctísima la traducción de Pablo Ingberg.
Germán Cáceres
Curiosamente se encuentran autoras famosas como Mary Shelley, Louisa May Alcott, Edith Wharton, Harriet Beecher Stowe y la inesperada Helena Blavatsky, famosa por haber fundado la Sociedad Teosófica y por su apología del esoterismo. Davis también brinda una breve pero jugosa biografía de cada narradora.
Es indudable que una reseña de todas estas obras sería muy fatigosa para el lector, de manera que se elegirán aquellas que mejor resumen el espíritu del libro.
«La transformación», de Mary Shelley (la genial creadora de Frankenstein), pertenece más al género fantástico que al de terror. El lector se deleitará con una prosa bella: “La estancia se santificó con una luz sagrada cuando ella entró. El suyo era un aspecto angelical, esos grandes ojos suaves, esas mejillas repletas de hoyuelos y esa boca de dulzura infantil, que expresan la rara unión de felicidad y amor».
Sorprende que Louisa May Alcott, la inmortal escritora de una novela como Mujercitas, haya gestado el cuento extenso «Perdidos en una pirámide o la maldición de la momia».
«Un cuento de fantasmas» de Ada Trevanion logra suspenso y tensión.
Se encuentra el humor contagioso propio de los relatos del Nick Adams de Hemingway en «El cuento de fantasmas de Tom Toothacre», de Harriet Beecher Stowe, la responsable de La cabaña del tío Tom.
«El destino de madame Cabanel», de Eliza Lynn Litton, es interesante porque un relato de vampiros y fantasmas se transforma en alegato contra el fatalismo y la superstición.
Una narración atrapante ofrece «El cuco de Beckside», de Alice Rea.
En «Inexplicado», de Mary Louisa Molesworth, un halo de misterio va creciendo a medida que transcurre la historia. La nouvelle se introduce de lleno en el tema de los fantasmas “… pueden imaginarse un especie de sombra, o de ecos de nosotros,…”
«En libertad», de Mary Cholmondely, se ofrece un típico relato de terror, con criptas, calaveras, huesos, espíritus malignos y frases cargadas de horror: “… si, después de desgastar mi vida entera con el esfuerzo, alcanzaba el éxito, ¿qué quedaba de mí al final? La tumba.”
Aunque la escritura de Helena Blavatsky –la ardiente promotora del ocultismo– no alcanza la perfección de las otras autoras, «La cueva de los ecos» es muy imaginativa y se sumerge en el mundo de los fantasmas.
Resulta admirable el relato de «El empapelado amarillo», de Charlotte Perkins Gilman, en el cual la voz interior de una mujer que describe sus alucinaciones desemboca en la locura.
Según Noël Coward, Edith Nesbit “Tenía una economía del fraseo y un talento sin precedentes para evocar los días calurosos del verano…” y escribió más de sesenta libros para chicos, y construyó con «La misa por los muertos» un cuento largo impregnado de sensibilidad.
Edith Wharton demuestra su brillante estilo en «La duquesa orante», aunque la historia no resulta del todo atractiva.
Muy sutil el relato de fantasmas de «El terreno blando», de Mary E, Wilkins-Freeman.
«Una historia nada científica», de Louise J. Strong, remite a la ficción y el espíritu de Lovecraft.
«Un alma insatisfecha», de Annie Trumbull Slosson, es un relato de sumo misterio: continuamente desparrama enigmas.
Merece resaltarse la calidad del ímprobo trabajo del compilador Graeme Davis. Correctísima la traducción de Pablo Ingberg.
Germán Cáceres
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