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Este año se cumplen tres décadas de la consagración de la Selección argentina en el Mundial de México '86. Andrés Burgo fue un paso más allá y focalizó su extraordinaria crónica en sólo 90 minutos históricos para el fútbol nacional: la victoria ante Inglaterra en cuartos de final. Aquí, hablamos con el autor de El partido.


"Mi editora, Leila Guerriero, que no sabe nada de fútbol, me pidió hacerle entender el libro a gente que no tenga mayor idea. Y en las correcciones me di cuenta que los periodistas deportivos dejamos por supuesto un montón de cosas que la gente no sabe. Sin dejar de ser futbolero, el libro no debía dejar nada por supuesto".

Así cuenta Andrés Burgo la idea de El partido, la minuciosa crónica escrita en tres actos, en los que se enfoca de lleno en el antes, durante y después del encuentro más emblemático del Mundial 1986, y como el autor sugiere, uno de los partidos más importantes de la historia del fútbol argentino.

El relato es atrapante por sus pormenores, su riqueza de datos y fuentes, la extraordinaria urdimbre de la escritura, hilvanando temas y apostillas de las más conocidas y de las que aún hoy, a treinta años de aquel 22 de junio de 1986, permanecían ocultas.

"No recuerdo a cuánta gente entrevisté, pero fui absolutamente obsesivo en el registro. Hablé con 16 o 17 futbolistas argentinos, con ingleses, la terna arbitral, hinchas, periodistas, cuerpo técnico, en total hablé con cerca de trescientas personas", nos cuenta Burgo.


Es el partido que consagra a Maradona en todo su esplendor, y Burgo recurre a todos los intérpretes menos al solista principal: Maradona, el del gol con la mano, el del gol de todos los tiempos, está afuera de los testimonios para el libro, aunque su palabra circula en declaraciones de la época y nuestros días.

"Hice el intento, pero yo sabía de entrada que no iba a poder contar con Maradona. A partir de la supuesta debilidad que era no contar con él, único gran protagonista de ese día, me propuse contarlo a partir de todos los satélites que lo rodearon, lo que al final me pareció mucho más interesante. Y el libro también termina siendo una reivindicación de los "actores secundarios", y dicho esto entre comillas porque los "secundarios" son también campeones del mundo con la Selección y sus equipos: Burruchaga, Giusti, Clausen, Bochini, Ruggeri, Pumpido, Enrique, Batista, Borghi... Pero a pesar de eso me quedé con más ganas de hacer otras notas que a Maradona. Por ejemplo, me hubiera gustado saber si ese día había algún argentino en Malvinas, o hablar con un kelper", confiesa el cronista.


Mezcla de El área 18 de Roberto Fontanarrosa y La guerra del fútbol, de Ryszard Kapuscinski, El partido por momentos parece ficción dentro de un fútbol hoy demasiado mediático y tecnologizado. ¿Cómo puede ser que a 24 horas de jugar el encuentro no haya camisetas, que se tengan que salir a comprar y coser los números la noche previa? ("Hay un coleccionista que está en el libro que tiene las camisetas de ese partido del Tata Brown y de Clausen, que no la usó", dice el autor, y consigna en el libro).

"Es insólito lo de la camiseta, y no terminás de saber muy bien cómo es porque en el libro hay más de cinco tertimonios y todos cuentan historias distintas. Algunos hablan que salieron a comprarlas, otros que Zelada comocía una casa de deportes que podría tenerlas y uno más que dice que es el propio tercer arquero (que jugaba en el América de México) el que tenía una casa deportiva en el DF, pero ni el propio Zelada se acordaba de la historia de las camisetas... pasaron treinta años", manifiesta Burgo.

"También es insólita desde nuestra perspectiva la historia que cuenta Enrique, que acababa de salir campeón del mundo con River, y cuenta que fue con un solo par de botines al Mundial, y Giusti le termina prestando otro para entrenar. Era otra época, y para mi es la última etapa de la inocencia del fútbol. Después ya se va todo a la plata", justifica el autor. 



- ¿Por qué no hay relatos de la TV en vivo desde el Estadio, y sólo un par de radios cubriéndolo desde el Azteca?
- Los canales en ese momento eran todos del Estado menos el 9, y un par de meses antes del Mundial deciden no mandar gente por los costos y por no creer mucho en la Selección. Por eso no viajó nadie, y todos relataron desde estudios en Buenos Aires. El relato radial de Víctor Hugo es impresionante, estaba en estado de gracia.

- Cuántas veces viste el partido
No se si lo vi tanto, pero sí con mucho detenimiento. Y volví mucho a situaciones puntuales.

- ¿Cuándo se terminó de construir a partir de toda la información?
- El libro era una especie de rompecabezas. Una vez que reuní toda la información debía definir cómo la volcaba al papel, y una tarde volviendo de Rosario después de entrevistar a Giusti recordé un pequeño recorte perdido del diario La Nación en la que se hablaba de un tal Mariani, un personaje absolutamente secundario, que menciona cómo lo despertaron a Maradona en la mañana del 22 de junio. Ahí decidí que el libro iba a estructurarse con la mañana, el partido y la tarde de ese día.

¿Hasta dónde llega el mito y cuándo empieza la realidad en ese partido que juntó al gol más polémico y al más brillante que se hayan convertido en una Copa del Mundo?  Como en la película Hechizo del tiempo, en la que Bill Murray se ve forzado a vivir "El día de la marmota" una y otra vez, cada capítulo del libro nos remite al 22 de junio de 1986 y con los detalles y anécdotas del partido se hace inevitable intentar repasar los videos en YouTube, ver fotos nuevamente y googlear a los protagonistas. Editó Tusquets.  


El recuerdo de Independiente - Liverpool
- El primer partido oficial de argentinos versus ingleses fue la Intercontinental que Independiente le ganó al Liverpool en Japón, con el recordado gol de Percudani...
- Sí, y en el libro Burruchaga cuenta que tuvieron que llamarlo a Alfonsín, porque no quería que se jugara ese partido. Y también lo cuenta Rodolfo O'Reilly (ex jugador de Los Pumas y Secretario de Deportes de entonces), que la idea en 1984 era no tener ningún tipo de relación con los ingleses, tampoco deportiva. En el '86, como ya le convenía, la postura del gobierno es distinta.


Emiliano Penelas
www.lacalderadeldiablo.net 


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Negra, negrísima, muy negra. La novela de Dan J. Marlowe chorrea sangre, y así nos apasiona de principio a fin.


El nombre del juego es muerte
Dan Marlowe
En el comienzo de El nombre del juego es muerte, cuando arranca el motor del Oldsmobile, se pone en marcha también una historia que nunca se detiene, una carrera criminal despiadada. Roy Martin y el mudo Bunny roban un banco en Phoenix, Arizona. Logran llevarse una fortuna, pero algo no sale como habían planeado y tienen que separarse; malherido, Roy busca urgente un médico, y Bunny parte con el botín a un pueblo lejano de Florida: semanalmente, deberá mandar mil dólares por correo. El dinero llega durante un tiempo; de pronto, junto a un telegrama sospechoso, las remesas se interrumpen. Entonces Roy decide viajar para ver lo que le ha pasado a su compañero.
Hay una semejanza brutal entre el estilo del narrador y las acciones que ejecutan los personajes. Las oraciones son cortas, punzantes, no sentenciosas; el lenguaje acierta por su economía y precisión. Nadie atesora un juicio ni una condena sobre la secuencia de desproporciones e impiedades que se precipitan: Marlowe crea un héroe por completo insensible, cruel, amoral, y es muy eficaz en la presentación de un punto de vista bastante fuera de los patrones esperados de la humanidad. El nombre del juego es muerte es absolutamente incomparable.


Dan J. Marlowe nació en Lowell, Massachusetts, en 1914, hijo de un mecánico de imprenta. Se recibió de contador en una escuela de finanzas de Boston en 1934, y vivió alternativamente como jugador profesional (póker, caballos) y gerente de oficina hasta 1956, cuando, después de la muerte de su esposa, decidió probar suerte con la literatura. A finales de 1958 ya había publicado sus dos primeros libros, Doorway to Death y Killer with a Key, donde presentaba al detective Johnny Killain.
En 1962, produjo su obra maestra, El nombre del juego es muerte, que impresionó hasta al ladrón de bancos más famoso de los Estados Unidos, Al Nussbaum. Desde su prisión en Nueva York, utilizando el nombre de “Carl Fisher”, Al envió cartas al escritor, alabando el libro: le asombraba la destreza en el manejo de la trama; creía que la historia estaba parcialmente inspirada en Bobby “One-Eye” Wilcoxson, portador de una ametralladora letal para custodios de cualquier tesoro. Terminaron siendo amigos. Nussbaum, en materia literaria, era un buen alumno. Marlowe visitó tantas veces la cárcel que hasta despertó las sospechas del FBI: le interesaba conocer algunos secretos del mundo criminal para nutrir sus futuras novelas. The Vengeance Man, Flashpoint y Operation Breakthrough tuvieron esa inspiración. En el momento más exitoso de su carrera, cuando había ganado el premio Edgar Allan Poe, en 1977, Marlowe sufrió un ataque de amnesia y perdió todas las habilidades para escribir. Se mudó a Los Ángeles con Nussbaum, quien pacientemente lo acompañó en su recuperación. Guerilla Games, la última novela de Marlowe, fue completada con la ayuda del ladrón. Marlowe murió de un infarto en un pequeño departamento de Tarzana, California, en agosto de 1986.

(La Bestia Equilátera)

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Genialidad de Muriel Spark, en donde nuevamente con sutileza nos va introduciendo en un clima de intrigas minimalistas, casi de forma desapercibida.

Muy lejos de Kensington, de Muriel Spark
La insomne señora Hawkins, alter ego de Muriel Spark en esta novela, es una chica rellenita que trabaja como editora y vive en una pensión de Kensington. Intenta conciliar el sueño en su cuarto del altillo cuando oye el grito desesperado de la costurera polaca del primer piso, víctima de chantaje. Wanda Podolak recibe cartas anónimas que la acusan de no pagar los impuestos por sus ingresos miserables y teme que la deporten. Los kilos de más invitan a las confesiones, y convierten a la señora Hawkins en la detective perfecta para resolver el misterio. El alcance y el vuelo de sus intuiciones se adaptan, con rigor característico, a la agudeza y el poder de observación de Muriel Spark, quien puede hacer con ellos una guía indispensable para novelistas de todas las edades. Además, mientras investiga, la señora Hawkins da consejos simples e infalibles que se ofrecen “gratis con el costo del libro”, como ella misma aclara.

Con gracia paradójica, la novela de Muriel Spark afina y condensa la diferencia entre géneros tan disímiles como el thriller y los manuales de autoayuda y se anticipa además a las previsiones en temas relacionados con el placer de la lectura. Satisface todas las expectativas porque contiene las claves para vencer el insomnio, para adelgazar, para tener fuerza de voluntad, para concentrarse y escribir una novela y para tratar con maridos. El éxito queda garantizado.

Muriel Spark nació en Edimburgo el 1º de febrero de 1918. Recién casada, partió hacia Rodesia (actual Zimbabwe), donde tuvo un hijo. De vuelta en Gran Bretaña, durante la Segunda Guerra Mundial trabajó para el Foreign Office en el Departamento de Inteligencia. Comenzó su carrera literaria como poeta y biógrafa de Mary Shelley, en una época en la que pasaba por grandes penurias económicas. Graham Greene la ayudó por un tiempo con una pensión alimentaria para salvarla de la miseria, con la condición de que nunca le diera las gracias ni rezara por él. Su suerte empezó a cambiar en 1950, cuando ganó un prestigioso concurso de relatos en The Observer. De madre anglicana y padre judío, se convirtió al catolicismo en 1954. Con la novela La plenitud de la señorita Brodie (1961), llevada al cine y al teatro, alcanzó el éxito; siguieron más de veinte obras. Entre las más destacadas, se cuentan Memento mori, La balada de Peckham Rye, La abadesa de Crewe, Los encubridores y La intromisión. En 1993 recibió el título de Dama al Servicio del Imperio Británico. Después de trabajar un tiempo para la revista The New Yorker, decidió retirarse a un pequeño pueblo de la Toscana, donde vivió y escribió hasta su muerte, el 13 de abril de 2006, a los ochenta y ocho años. Su última novela, The Finishing School, había aparecido en 2004.

(La Bestia Equilátera)

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Copa América. El tercero de Argentina ante Bolivia lo anotó Víctor Cuesta, el defensor de Independiente.

#CopaAmerica gol de Víctor Cuesta, de #Independiente para #Argentina ante Bolivia https://t.co/Gs5wf6Satp
— LaCaldera del Diablo (@calderadiablo) 15 de junio de 2016
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A fines del siglo XIX, entre los inmigrantes italianos se formó un sindicato anarquista. En una huelga bautizaron a las facturas.

Postal: panaderos anarquistas en un horno de Buenos Aires, a fines del siglo XIX

 Para muchos la palabra factura puede resultar una pesadilla. Sobre todo si se aplica la principal definición del diccionario de la Real Academia Española: “cuenta en la que se detallan con su precio los artículos vendidos o los servicios realizados y que se entrega al cliente para exigir su pago”. También puede significar el pedido a cambio de un favor (“pasar factura”) o algo que conlleva malas consecuencias (“la vida descarriada le está pasando su factura”). Pero en Buenos Aires y en la Argentina la factura suele ser otra cosa: es esa masa horneada o frita, de una textura crocante que, aunque atenta contra cualquier dieta, suele acompañar desayunos, meriendas o buenas mateadas de la gente. Lo que algunos ignoran es que los nombres de esos sabrosos productos están relacionados con luchas obreras que fueron mojones en la historia de las conquistas sociales.

Los lingüistas sostienen que la palabra factura deriva del verbo de raíz latina facere (hacer). Es decir: una especie de sinónimo de trabajo o creación. Entonces esas masas, que pueden ser dulces o saladas y que en nuestro país tienen un origen que se relaciona en forma directa con la inmigración europea, son obras artesanales con una llegada masiva en todos los niveles de la sociedad. En otras ocasiones se hizo mención a la historia puntual de las medialunas (ver Clarín del lunes 14 de octubre de 2013) o de los churros (ver Clarín del lunes 2 de febrero de 2015). Esta vez, la intención es contar cómo una huelga de panaderos influyó para que otras facturas tomaran un nombre que, de manera irreverente, fuera una burla para los poderes constituidos.

A finales del siglo XIX, las ideas anarquistas alcanzaban cierta popularidad en las clases obreras. Aquellas propuestas de una sociedad con criterios humanistas, que le daban alta prioridad a lo sindical, buscaban ser la base para tener una vida sin un gobierno que dirigiera a las comunidades. Creían que las normas sociales debían surgir de acuerdos voluntarios que marcaran las reglas de convivencia sin imposiciones autoritarias.

Uno de los líderes de aquel pensamiento era Errico Malatesta (1853-1932), filósofo italiano que vivió en la Argentina entre 1885 y 1889. En 1887, junto con Errico Ferrer, otro impulsor del anarquismo, promovieron la creación de la Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos, organización que realizó la primera huelga de ese gremio. La bandera incluía reclamos salariales y de lucha por las ocho horas de trabajo.

La huelga duró diez días. Al retomar las tareas, aquellos panaderos decidieron burlarse de los poderes y bautizaron a sus facturas con nombres irónicos. Así surgieron las “bolas de fraile” o “suspiros de monja” y los “sacramentos”, en alusión a la Iglesia. Y aparecieron los “cañones” y las “bombas”, como burla para el Ejército. También comenzaron a hornearse los “vigilantes”, referencia directa a la Policía. Además se agregaron otras alusiones a favor de la educación (se reflejó en los “libritos”) y dicen que la forma de las cremonas semejan una fila pegada de letras A, símbolo del anarquismo.

Las facturas pueden estar rellenas con dulce de leche. También pueden incluir dulce de membrillo o crema pastelera. Las puede haber cubiertas con azúcar impalpable o trozos de manzana. O quizás aparecer a la vista de todos con una capa de azúcar negro en las famosas tortitas. Lo cierto es que todas forman parte de una cultura tradicional que está arraigada entre nuestras costumbres cotidianas. Y allí surgen en escena los panaderos con su trabajo que viene de muy lejos en la vida de los humanos y que se vincula con un alimento de reconocida fama.

Por supuesto que dentro del gremio de los panaderos hay recuerdos que también resultan inolvidables. Sin dudas, uno de esos recuerdos es aquel carrito de la Panificación Argentina que llegaba hasta los barrios con su carga de panes y cuyo conductor anunciaba su presencia en cada cuadra haciendo sonar una corneta de aire. Pero esa es otra historia.

Eduardo Parise
Diario Clarín, lunes 6 de junio de 2016
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