Los panaderos anarquistas

A fines del siglo XIX, entre los inmigrantes italianos se formó un sindicato anarquista. En una huelga bautizaron a las facturas.

Postal: panaderos anarquistas en un horno de Buenos Aires, a fines del siglo XIX

 Para muchos la palabra factura puede resultar una pesadilla. Sobre todo si se aplica la principal definición del diccionario de la Real Academia Española: “cuenta en la que se detallan con su precio los artículos vendidos o los servicios realizados y que se entrega al cliente para exigir su pago”. También puede significar el pedido a cambio de un favor (“pasar factura”) o algo que conlleva malas consecuencias (“la vida descarriada le está pasando su factura”). Pero en Buenos Aires y en la Argentina la factura suele ser otra cosa: es esa masa horneada o frita, de una textura crocante que, aunque atenta contra cualquier dieta, suele acompañar desayunos, meriendas o buenas mateadas de la gente. Lo que algunos ignoran es que los nombres de esos sabrosos productos están relacionados con luchas obreras que fueron mojones en la historia de las conquistas sociales.

Los lingüistas sostienen que la palabra factura deriva del verbo de raíz latina facere (hacer). Es decir: una especie de sinónimo de trabajo o creación. Entonces esas masas, que pueden ser dulces o saladas y que en nuestro país tienen un origen que se relaciona en forma directa con la inmigración europea, son obras artesanales con una llegada masiva en todos los niveles de la sociedad. En otras ocasiones se hizo mención a la historia puntual de las medialunas (ver Clarín del lunes 14 de octubre de 2013) o de los churros (ver Clarín del lunes 2 de febrero de 2015). Esta vez, la intención es contar cómo una huelga de panaderos influyó para que otras facturas tomaran un nombre que, de manera irreverente, fuera una burla para los poderes constituidos.

A finales del siglo XIX, las ideas anarquistas alcanzaban cierta popularidad en las clases obreras. Aquellas propuestas de una sociedad con criterios humanistas, que le daban alta prioridad a lo sindical, buscaban ser la base para tener una vida sin un gobierno que dirigiera a las comunidades. Creían que las normas sociales debían surgir de acuerdos voluntarios que marcaran las reglas de convivencia sin imposiciones autoritarias.

Uno de los líderes de aquel pensamiento era Errico Malatesta (1853-1932), filósofo italiano que vivió en la Argentina entre 1885 y 1889. En 1887, junto con Errico Ferrer, otro impulsor del anarquismo, promovieron la creación de la Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos, organización que realizó la primera huelga de ese gremio. La bandera incluía reclamos salariales y de lucha por las ocho horas de trabajo.

La huelga duró diez días. Al retomar las tareas, aquellos panaderos decidieron burlarse de los poderes y bautizaron a sus facturas con nombres irónicos. Así surgieron las “bolas de fraile” o “suspiros de monja” y los “sacramentos”, en alusión a la Iglesia. Y aparecieron los “cañones” y las “bombas”, como burla para el Ejército. También comenzaron a hornearse los “vigilantes”, referencia directa a la Policía. Además se agregaron otras alusiones a favor de la educación (se reflejó en los “libritos”) y dicen que la forma de las cremonas semejan una fila pegada de letras A, símbolo del anarquismo.

Las facturas pueden estar rellenas con dulce de leche. También pueden incluir dulce de membrillo o crema pastelera. Las puede haber cubiertas con azúcar impalpable o trozos de manzana. O quizás aparecer a la vista de todos con una capa de azúcar negro en las famosas tortitas. Lo cierto es que todas forman parte de una cultura tradicional que está arraigada entre nuestras costumbres cotidianas. Y allí surgen en escena los panaderos con su trabajo que viene de muy lejos en la vida de los humanos y que se vincula con un alimento de reconocida fama.

Por supuesto que dentro del gremio de los panaderos hay recuerdos que también resultan inolvidables. Sin dudas, uno de esos recuerdos es aquel carrito de la Panificación Argentina que llegaba hasta los barrios con su carga de panes y cuyo conductor anunciaba su presencia en cada cuadra haciendo sonar una corneta de aire. Pero esa es otra historia.

Eduardo Parise
Diario Clarín, lunes 6 de junio de 2016

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