La ciudad que une vida y fotografía

Arles. En el lobby del célebre hotel Nord Pinus, todo gira alrededor de uno de los desnudos fotografiados más célebres de Helmut Newton: Charlotte Rampling en 1973, fumando y bebiendo en un cuarto con espejos dorados que todavía se reserva para los toreros cuando vienen a las ferias taurinas de esta ciudad.

El impactante desnudo ocupa una pared entera, y las otras paredes tienen grandes imágenes de mujeres en Kenia igualmente escasas de vestimenta, tomadas por el célebre fotógrafo de África, Peter Brandt. Cuelgan entre vitrinas que exhiben brillantes trajes de matador, a veces, ligeramente ensangrentados, y las cartas que Hemingway, Picasso, Maria Callas, Henry James y Graham Greene escribían y recibían cuando se alojaban aquí. Pero nadie actúa como si algo de esto llamara la atención.

Poco puede sorprender en un hotel ligeramente bizarro y románticamente decadente, que en los 50 y en los 60 fuera regenteado por un equilibrista y su mujer, cantante de cabaret. Hoy, los hijos dilectos de la ciudad, Christian Lacroix y los Gypsy Kings, son asiduos concurrentes, junto con corpulentos ciclistas alemanes octogenarios que lo usan de parada en sus giras por Francia.
Pero, sobre todo, ocurre que la fotografía en Arles -en la que una de las calles céntricas se llama Robert Doisneau en honor al popular fotógrafo parisino- está ya totalmente integrada en la vida cotidiana.

En septiembre, concluyó su punto álgido, el festival anual de fotografía, con proyecciones entre las ruinas romanas de la ciudad. Durante los 80, apasionados fans peregrinaban aquí con sus Leica colgando del cuello y tiraban tomates o incendiaban las pantallas sobre las que se proyectaban fotos que no les resultaban lo suficientemente avant-garde.

Y aunque hoy todo es más tranquilo, cuando Willy Ronis, pocas semanas atrás, pasó por Arles para dar una conferencia justo antes de morir hizo hincapié en una experiencia. Mientras le hablaba a una masa de conmovidos seguidores, el último de los grandes de la fotografía francesa de posguerra relató el autorretrato que hizo sonriendo como un niño mientras se tiraba de un paracaídas a los 85 años y cuando, en tierra, apenas podía moverse con la ayuda de un bastón.

Por Juana Libedinsky
Diario La Nación, domingo 4 de octubre de 2009

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