La celebración de Buster



La otra noche vi en Mubi la última película de Peter Bogdanovich (1939-2022), director de Luna de papel y de, justamente, La última película. Se trata de un documental sobre la vida y la obra de la gran estrella del cine mudo Buster Keaton y el título es The Great Buster: A Celebration.

Así como recién te hablaba de la muerte del fílmico y la pérdida que eso entraña, la digitalización también produce grandes aportes. Uno de ellos es recuperar momentos del cine que podrían haberse perdido para siempre y este es el caso de las películas de Keaton.

De la mano de esas restauraciones, el film de Bogdanovich (gran cineasta y, sobre todo, gran amante del cine) reconstruye la biografía del artista y lo hace de un modo no lineal ni convencional.

Arranca por la infancia, continúa con los años del cine mudo y los cortos exitosos que pensaba, escribía, dirigía y actuaba Keaton, avanza un poco sobre sus películas de la década del 20 —la más exitosa y celebrada, con 11 largometrajes y 11 cortos— aunque, sorpresivamente, en lugar de detenerse elige dejar esta etapa entre paréntesis y pasar al acuerdo con la Metro Goldwyn Meyer, el gran error de su vida, y luego a los años finales, cuando el brillo había quedado atrás y apenas habían sobrevivido pequeños resplandores que los productores capitalizaban en los comienzos de la televisión, en publicidades o en cine puramente comercial. Recién en el final, Bogdanovich vuelve a la etapa más rica de la producción de Keaton.


Tal vez haya sido una manera de esquivar el momento de más sufrimiento en la vida del hombre impasible. O de poner el acento en la celebración de la que habla el título de la película en lugar de hurgar demasiado en lo humillante. O de pensar el éxito y el fracaso desde otro lugar.

Cómo saberlo.

El film retrata de modo excepcional —al menos para los que no habíamos visto nunca antes imágenes de la época— los primeros años del artista. Buster Keaton (1865-1966) nació como Joseph Frank y era hijo de dos actores de vodevil que viajaban por ciudades y pueblos llevando su espectáculo de mímica y acrobacia. La leyenda dice que le debe su apodo al gran escapista Houdini, con quien sus padres compartían funciones y quien alguna vez lo vio caer así chiquito con tremenda elegancia y con el rostro impasible que iba a caracterizarlo siempre.

En su autobiografía, Keaton asegura que Houdini le dijo a su padre algo así como “That’s a real buster!”. Buster era entonces una forma de decir “porrazo” en inglés y así le quedó el nombre que aún celebramos. Su capacidad física para resistir golpes y porrazos de diverso tenor lo llevaron a no aceptar doble de riesgo en las filmaciones. Es más, alguna vez tuvo una fractura en el cuello que fue descubierta por casualidad.

Keaton se integró pronto a la compañía de sus padres. Tenía 5 años cuando la convirtieron en The Three Keatons. Entonces protagonizaba un número en el cual molestaba a su padre, quien lo lanzaba de un lado a otro del escenario o directamente al público. Buster llevaba cosida sobre la espalda un asa o manija similar a la de las valijas, lo que facilitaba al padre el “traslado” del chico.

En más de una ocasión la policía intervino durante o después de la función por denuncias de maltrato infantil. Sin embargo, salvo por la dificultad de lidiar con un padre alcohólico —de quien heredó la adicción— Buster Keaton siempre recordó su infancia como una etapa divertida aunque nunca le perdonó que no le dejara tiempo disponible para ir a la escuela.

Las escenas con su padre le enseñaron dos cosas importantes. Una, que si él se reía, la gente no lo hacía y que, en cambio, si él se mantenía impertérrito, la audiencia estallaba en carcajadas. Otra de las cosas que aprendió fue a detenerse unos segundos luego de una agresión antes de actuar. Llamaba a esta figura “El pensador lento” y sabía que la gente amaba esta forma de reacción, en la que veían cautela y cálculo.

Las emociones se traducían aún con su rostro “cara de piedra” pero lo hacían de una manera distante, completamente opuesta al sentimentalismo que caracterizaba a Chaplin.

En The Great Buster hay muchos testimonios de gente de la industria y aunque no todos son de calidad, los nombres se destacan. Basta con mencionar a Mel Brooks, Quentin Tarantino, Cybill Shepherd, Werner Herzog, Carl Reiner o Dick Van Dyck, entre ellos. En el comienzo hay un rescate algo narcisista aunque interesante que es la escena en la que el propio Bogdanovich habla con Frank Capra sobre el cine de Keaton.

La película es un festival de highlights de todas las épocas entre los que por supuesto está el gag más famoso e icónico de la carrera de Keaton, que es el de la fachada de la casa que le cae encima en El héroe del río (1928) y en el que termina salvándose justo porque estaba ubicado ahí donde había una ventana. Su pasión por la ingeniería y las invenciones mecánicas lo llevaron a crear gran parte de la dinámica que caracterizó su obra y que influyó en todo lo que llegó después.


Triunfó y creó un cine que aún sorprende, quedó afuera de los focos, regresó casi en sordina. El alcohol y los vaivenes económicos hicieron mella en sus dos primeros matrimonios y afectó a sus hijos: recién durante sus últimos años consiguió estabilidad y una vida feliz en pareja. No fue el cine sonoro lo que minó su carrera —de hecho tenía muy buena voz—, sino el acuerdo con la MGM, que no solo le quitó su clásico sombrero chato sino que le arrebató el control sobre su obra y lo dejó a merced de las decisiones de la compañía.

¿De qué se ríen?

Me pasa que me río con sus películas, me divierto, me maravillan los recursos, su inteligencia y su ingenio. Me pasa también que me quedo colgada de su elegancia en blanco y negro, de su estética que no entiende de modas y que es pura belleza que atraviesa los tiempos. Sus ojos redondos, acaso los más tristes del mundo, son la foto exacta de la melancolía.

“Buster Keaton es, fue y será lo más grande del mundo mundial y esa grandeza se hace evidente hasta en las escenas más triviales de sus películas”, escribe Fernando Martín Peña en su libro, en una columna dedicada a El maquinista de la General (1926), la más celebrada de sus películas.

“Fue un especialista contra toda infección sentimental”, dijo Luis Buñuel, poniéndose de su lado en la clásica disputa entre los fanáticos de Keaton y los de Chaplin, una querella tan potente como la de Beatles vs Stones.

Estrenada en 2018, la película de Bogdanovich ganó el premio al mejor documental en el Festival de Venecia, el mismo festival en el que en 1965 habían aplaudido a un Keaton ya mayor durante diez minutos, ante la perplejidad del homenajeado. El artista no entendía cómo podían estar celebrando sus películas de cuarenta o cincuenta años atrás. Es más, aseguran que cuando murió de cáncer de pulmón al año siguiente, seguía sin entender por qué lo aplaudían.

Ah, me olvidaba. Murió de pie, jugando al bridge. Y no es un gag.

Hinde Pomeraniec
Infobae, 6 de julio de 2023 

You May Also Like

0 comentarios