Alfred Hayes: el hombre que nunca estuvo

Aunque no haya asesinato, ni sangre derramada o sospechoso de algún crimen, siempre sobrevuela una muerte en el universo de Alfred Hayes, ese inglés que, como Raymond Chandler, supo hacer de Estados Unidos ya no su lugar en el mundo sino el escenario perfecto para poder contar, describir y desentrañar ese mundo.


Una muerte, se decía. Algo de eso hay -y se repite- en la atmósfera implacable y cartesiana que recrea Hayes. Esta vez, quien asume esa muerte -pérdida, traición o simple desazón ante la inexplicable curiosidad del universo y sus frágiles personitas- se llama Asher, protagonista de Mi Perdición -la última novela de Hayes sacada a la luz por La Bestia Equilátera- y alter ego de un narrador que ya nos supo deslumbrar con dos novelas traducidas por Martín Schifino y capturadas por el mismo sello editorial: Los enamorados (2010) y Que el mundo me conozca (2012).

Una muerte, se decía. Al menos en el sentido metafísico en que puede describirse una muerte por amor. Asher, guionista o escritor sin escritura desde hace tiempo, encuentra a su mujer con otro hombre -su compañero de tenis- y huye para no gritar. Así es Hayes. O Asher. Y así comienza su perdición: se escapa de Los Angeles y corre. No quiere estar. No puede estar. Deja su casa encendida de luces en un incendio simbólico y corre. No para de correr. Huye hasta la Nueva York de su infancia y busca recuerdos que, como él, tampoco están. No grita. No aúlla. Corre. Y corre. No se detiene ni una sola vez para pegar el alarido que sólo genera el dolor de los corazones rotos.

Asher huye, se pierde, y en esa huida hacia algún lugar insondable de su pasado, de su propia desaparición, se encuentra ya no con su juventud sino con la de los otros protagonistas de esta historia conmovedora: Michael -pariente irónico y lejano que también sueña con ser escritor- y Aurora -su chica, su belleza-. Esa Nueva York será el escenario o la música de fondo -acaso un personaje fantasmal- para este extraño triángulo amoroso donde la muerte -pérdida, traición o simple desazón ante lo inexplicable- sobrevuela este soliloquio de lúcida tensión amorosa.

Escrita a fines de los sesenta, Hayes (1911-1985) avanza por las páginas y el relato, su relato, fluye armónico y natural y preciso. Es un tono con ritmo y cadencia propia. Y no es casual: autor de otras cuatro novelas, un libro de cuentos (The Temptations of Don Volpi) y tres de poesía, Hayes nació en Inglaterra pero su vida transcurrió en Nueva York, donde adoptó la respiración y el porte de esa cultura como si lo suyo hubiese estado signado desde siempre y fuera, en realidad, un toque literario del propio destino.

Durante la Segunda Guerra, nos dice su biografía, estuvo asignado en Italia, donde al poco tiempo de terminada la batalla comenzó a hacer sus primeras armas como guionista de cine profesional. Trabajó con De Sica y Rossellini, y luego se instaló en los Estados Unidos para poner su pluma al servicio de Hollywood y de directores como Fritz Lang y Nicholas Ray. Como se dijo, las coincidencias en varios puntos de sus biografías lo emparentan con su contemporáneo y compatriota Raymond Chandler, aunque en el mundo Hayes, también queda dicho, el asesinato es siempre un símbolo y los misterios que rondan no son otros que los enigmas de una experiencia inasequible y sentimental.

Facundo Bañez
Diario El Día, La Plata, 3 de noviembre de 2013

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