Viajes y trabajos
Creo que el viaje es un buen ejemplo de cosas maravillas antes y después de la posesión. Los habrá, sin duda, maravillosos antes, mientras y después, pero la verdad es que el viaje propiamente dicho mantiene, a través de los años y a pesar de tanta invención extraordinaria, algo de su prístina dureza. No por nada viajes y trabajos fueron sinónimos (como en Los trabajos de Persiles y Sigismunda). Es claro que en el recuerdo, las corridas, las fatigas, las ansiedades, las esperas y más de un mal momento se convierten en risueñas aventuras de las que fuimos protagonistas.
No todas las cosas maravillosas lo son para todo el mundo. Hay coleccionistas para quienes las estampillas, los automóviles viejos, las pequeñas botellas de muestra de bebidas alcohólicas, son maravillosas; las cajas de fósforos, los objetos de arte de particular fealdad, los huacos, pueden serlo para exquisitos. Cuando yo era chico acompañé a mi padre a visitar a un vecino que nos mostró una colección de monedas y medallas. Casi todas eran de bronce oscuro o de algún metal blanco (no sé si plata) sin brillo. Espero que el señor aquel no haya notado hasta qué punto su preciosa colección me pareció triste.
Existen individuos a quienes los más dispares objetos se les vuelven maravillosos a lo largo de la vida. Conocí a uno que en la infancia tuvo por maravillosas las aventuras de Dick Turpin y luego se pasó a las tarjetas postales de barcos; en la adolescencia volcó un apasionado interés en los automóviles Auburn y, ya hombre, introdujo en la serie a una generosa media docena de señoras y señoritas.
Me gustaría creer que esta reflexión sobre las cosas maravillosas nos ayuda a conocernos mejor o siquiera nos recuerda a qué grupo humano pertenecemos; al de quienes buscan lo que deja de ser maravilloso en la posesión o al de quienes buscan lo que es maravilloso en la posesión y continúa siéndolo después. El afán de los primeros puede construir o destruir, pero en definitiva favorece a la sociedad; el de los segundos también puede construir o destruir, pero ante todo es una fuente de dicha para el individuo. Más vale que de esto no se enteren los del primer grupo, el de los hombres de acción. En su carrera tras el fascinante espejismo de las ilusiones -comparable, por el desenlace, con el vuelo del zángano- erigieron, piedra sobre piedra, nuestra civilización de Occidente. Sea o no la mejor, sospecho que por estar cifrada en la actividad, conviene a muchos que sin afanes y ocupaciones tal vez aguantarían mal esta vida cuyo sentido no siempre parece claro.
De las cosas maravillosas, de Adolfo Bioy Casares
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