Más tarde recordarían aquellos momentos entre bromas, como suelen recordar su primer encuentro los matrimonios, pues la primera vez no puede ser tan trivial como para que los interesados no la vean como un pequeño acontecimiento de alcance mundial: "¿Te acuerdas? Tú estabas a orillas del lago; yo pasaba por allí y, de repente, me detuve..." Y a continuación se maravillan del "azar tan peculiar" que los ha unido, y al mismo tiempo de lo terriblemente sencillo que ha sido todo... Años después, Kristóf le había confesado que en el instante del encuentro había sentido mucha vergiienza, que había tenido unas ganas de huir irresistibles. "¡Esa confesión no es muy cortés que digamos!", le había dicho Hertha, sorprendida y entre risas. Kristóf admitía para sus adentros que su reacción y sus sentimientos no daban fe de muy buena educación, pero a ella le explicó que uno reacciona así solamente ante su destino, ante el amor de su vida, del que es imposible huir.
Aquella tarde, Hertha llevaba un impermeable transparente de color burdeos, y eso lo perturbaba aún más. El deseo inequívoco de salir corriendo, ese fuerte impulso, la voz interior que le gritaba que huyera aunque se pusiera en ridículo, que no hiciera caso de la sorpresa enojada de la joven, que echara a correr como si lo hubieran atacado en medio del bosque, a orillas del lago (más tarde soñaría a menudo con el encuentro y, para su sorpresa, en el sueño se repetía la obsesión por el "ataque a orillas del lago", como si hubiese leído el titular en la prensa y el artículo se refiriese a ellos), toda esa sensación de pánico había quedado ligada para siempre al recuerdo de su encuentro. Y, como es lógico, provocaba la risa de ambos.
Divorcio en Buda
Sándor Márai
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