Tiempo de abandonar la fiesta
R.E.M. les puso punto final a sus treinta años de carrera. El trío de Athens, Georgia, iluminó con su música a varias generaciones y se fue con la dignidad de un grupo de amigos que, en un buen momento artístico, sencillamente decidió que era tiempo de seguir camino.
El sueño se acabó: R.E.M., el grupo estadounidense de rock alternativo que recibió su nombre de una de las etapas del pasaje de la vigilia a la ensoñación, decidió dejar de alimentar su historia, luego de quince discos editados en un período de tres décadas. En esos años, si algo caracterizó a R.E.M. fue su capacidad de ser una banda, un colectivo artístico, capaz de acompañar con su crecimiento y una complejización estética, sónica y poética a los propios conocimientos de su público, que también se fueron complejizando emocional e intelectualmente en esos años. Es el fin de un modelo: el de una banda capaz de generar una transversalidad en el tiempo.
“A nuestros fans y amigos: como R.E.M. y como amigos de toda la vida y coconspiradores, hemos decidido ponerles punto final a los días de esta banda. Nos apartamos con un gran sentido de gratitud y de finitud; y de deslumbramiento por todo lo que hemos podido cumplir. A todos aquellos que alguna vez sintieron el toque de nuestra música, nuestro más profundo agradecimiento por habernos prestado sus oídos.” Con esas emotivas, simples y contundentes palabras, la banda se despidió oficialmente a través de su sitio web. Si algo quedaba por agregar, allí figuran también las explicaciones de Michael Stipe, su vocalista: “Como alguna vez dijo un sabio, el talento oculto en ir a una fiesta está en saber cuándo irse de ella. Creamos algo extraordinario juntos y ahora debemos seguir camino. Espero que nuestros fanáticos se den cuenta de que no fue una decisión fácil: pero todo debe terminar y quisimos hacerlo bien, a nuestra manera”.
Así es que R.E.M. se va en un pico de nivel, apenas después de haber entregado un par de discos (Accelerate, de 2008, y Collapse into Now, de 2011) excepcionales: maduros, energéticos y bellos, que tenían no sólo una música para mostrar, también unas cuantas cosas para decir sobre su época (esa que arrancó en los primeros años de los ’80 y ahora acaba). Lo más probable es que su público argentino recuerde hoy (o más bien, que lo esté haciendo desde ayer, cuando lo informaron) aquel concierto en el Campo de Polo en 2001, cuando la tormenta se violentó justo, justito cuando le soltaban las riendas a la apocalíptica canción “It’s the End of the World as We Know It (And I Feel Fine)”. O quizás el último, en el Club Ciudad de Buenos Aires, en noviembre de 2008, en otra noche de alta gama.
“Durante nuestro último tour, y mientras hacíamos Collapse into Now y poníamos en retrospectiva todos esos ‘grandes éxitos’ reunidos, comenzamos a preguntarnos qué más había para hacer luego. Siempre fuimos una banda en el más genuino sentido de la palabra: hermanos que se aman y respetan de verdad y mutuamente. Nunca hubo pleitos, caídas ni abogados metidos entre medio de nosotros. Tomamos la decisión del mismo modo. Y se siente bien”, sumó el bajista Mike Mills en el sitio del grupo, www.remhq.com. Peter Buck, insigne guitarrista de la agrupación, también se expresó: “Sé que seguiremos viéndonos con Mike, Michael, Bill (Berry, baterista) y Bertis (Downs, manager y representante legal de R.E.M.), aunque más no sea en el sector de vinilos de alguna disquería de barrio o en el estacionamiento de algún boliche, mirando a algún otro grupo de jovencitos tratar de cambiar el mundo”.
Por lo pronto, el trío (Berry ya se había alejado hacía más de una década) se va con humildad, haciendo lo que quizá parezca un injusto mutis por el foro: injusto para ellos, injusto para sus oyentes. Una salida tan poco grandilocuente como podía esperarse de un grupo que si bien comportó unos cuantos hitos (su ingreso en 2007 al Salón de la Fama del Rock and Roll o su contrato con el sello Warner Bros en 1996, por 60 millones de dólares, que fue entonces el más caro de la historia de la industria), fue basando su carrera en el sustentable campo de las grandes canciones y los grandes discos, durante 30 años de trabajo en continuado, con no más que unos años de tardanza en lanzar nuevo material durante momentos críticos, como ese lapsus de mediados de la década pasada que les duró cuatro años. “Una de las cosas más geniales de estar en R.E.M. era que los discos y las canciones significaban tanto para nosotros como para los fanáticos. Por eso es que sigue siendo importante, en esta despedida, ser sinceros con ustedes, que nos han regalado algo increíble: ser parte de sus vidas”, sumó emoción Buck. Y poco más queda: habrá ahora que terminar de perder la religión, de aceptar que el pastor Stipe ya no va a venir a contar cómo es que se puede seguir creciendo y madurando dignamente. Y habrá que seguir en solitario; con sus canciones, sí, pero sabiendo que ya no habrá nuevas.
Página/12, 22 de septiembre de 2011
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