Amargo dulzor
Idea: Marcelo Katz y Javier Pomposiello. Dirección: Marcelo Katz-Hernán Carbón. Intérpretes: Julieta Carrera, Virginia Kaufmann, Martín López Carzolio y Lisandro Penelas. Escenografía: Gabriel Díaz. Diseño de vestuario: Laura Molina. Diseño de luces: Fernando Berreta. Asistente de Dirección: Fernando Maranzana. Los sábados a las 21.30 horas en Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Mientras se espera que comience la función, a través de los parlantes del teatro se escuchan boleros, como una suerte de preludio a una obra que tratará sobre el amor en sus más variados y risibles recovecos. Y entonces aparece un supuesto español (Martín López Carzolio), que con ocurrente desparpajo expondrá sobre la evolución de los besos desde que existe vida en la Tierra. Comenzará con las inusitadas actitudes de simples protozoarios, reptiles y homínidos, hasta llegar al complejo homo sapiens. Lo curioso y creativo es que todo este singular besuqueo (y bastantes cosas más) está ilustrado con las sombras proyectadas en una pantalla de los otros tres actores, dando lugar a un hipnótico (y desopilante) espectáculo de sombras chinescas.
Luego están los llamados efectos teatrales, y sale desde el costado de la pantalla un personaje delgado y alto (Lisandro Penelas), para aclarar con hilarante torpeza que aquellos no son otros que las sombras proyectadas de los eróticos inconscientes de parejas que intentan seducirse. Aquí hay audacia y humor al exponer sin tapujos los anhelos y obsesiones sexuales.
Y se luce la chica acomplejada y sin éxito (Julieta Carrera), que, desesperada, se está regalando a través de un sorteo y pide a gritos que algún hombre del público se la lleve.
Por último, Virginia Kaufmann compone a una joven soñadora que sentada en un banco canta un tema romántico mientras en la pantalla se desplaza un hermoso juego de coloridas luces: es un logrado momento poético.
Es impresionante cómo el público se siente inmerso en esta buena onda que emana del escenario. Sobre el espacio al aire libre donde están las butacas se derrama un torbellino de chistes, recordando esas cataratas de gags de la comedia lunática del cine mudo norteamericano. Los intérpretes están formados en la escuela de clowns de Marcelo Katz, pero, portando vistosos atuendos tropicales (estupendos el diseño de Laura Molina y la realización de Lidia Benitez y Patricia Mizraji), se salen de ese género e ingresan a un estilo más cercano al music-hall y al stand up, en el que brillan por la destreza acrobática de su manejo corporal, ya que bailan, pelean y se caen estrepitosamente. Y, como si no fuera suficiente, cantan bien. Resulta evidente que la pieza fue gestada en forma colectiva partiendo de la improvisación actoral.
Da la sensación que todo el equipo ha visto con suma atención la filmografía completa de Los Hermanos Marx y se contagió de su delirio. Y resulta inevitable citar la definición que sobre sí mismo dio Charles Chaplin: pertenezco a una honorable profesión, la de clown.
Germán Cáceres
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