Alimentar la mente

Debido al éxito de la entrada anterior referida a este librito tan apetecible, vamos con otro fragmentito.


Desayuno, comida, té. En casos extre­mos, desayuno, almuerzo, comida, té, cena y un vaso de algo caliente a la hora de irse a la cama. ¡Cuántos cuidados nos tomamos en alimentar a nuestro afortunado cuerpo! Pero, ¿cuántos de nosotros hacemos algo similar por su mente? ¿Y qué es lo que marca la diferencia? ¿Es el cuerpo, con mucho, el más importante de los dos?  

De ninguna manera. Si bien la vida de­pende de que el cuerpo sea alimentado, podemos seguir existiendo como animales (apenas como hombres) aunque la mente esté completamente desnutrida y descui­dada. Por lo tanto, la Naturaleza provée que, en caso de serio descuido del cuerpo, sobrevendrán terribles consecuencias, ma­lestar y dolor, hasta devolvernos nuestro sentido de la responsabilidad; así también, realiza por nosotros, queramos o no, algu­nas de las funciones vitales más necesarias. Muchos de nosotros sencillamente enferma­ríamos si nos dejaran al cargo de nuestra propia digestión y circulación. «¡Maldita sea!» «¡Olvidé darle cuerda a mi corazón esta mañana!», gritaría uno al percatarse de que lleva parado las últimas tres horas. «No puedo dar un paseo contigo esta tarde», nos diría un amigo, «tengo nada menos que once comidas que digerir. Las he estado dejando de lado durante la úl­tima semana -estaba muy ocupado- y mi médico dice que no se responsabiliza de las consecuencias si espero mucho más».


Pues bien, si, como pienso, las conse­cuencias de descuidar el cuerpo pueden ser, en nuestro caso, claramente vistas y sentidas, sería bueno para algunos que las consecuen­cias de descuidar la mente fueran igualmente visibles y tangibles, que pudieramos, diga­mos, llevarla al médico y sentir su pulso.


«¿Qué? ¿Qué ha estado haciendo con la mente los últimos días? ¿Cómo la ha alimentado? Está pálida y su pulso es muy lento.»


«Pues bueno, doctor, últimamente no ha tenido unas comidas muy regulares. Ayer le di muchos dulces.»


«¿Dulces? ¿De qué tipo?»


«Bueno, pues un paquete de acertijos, señor.»


«Ah, lo suponía. Ahora recuerde esto: si sigue con este tipo de travesuras se le pu­drirán todos los dientes y tendrá una indi­gestión mental. En los próximos días no puede tomar nada más que las lecturas pla­nificadas. ¡Tenga cuidado! ¡Nada de nove­las ni facturas!»


Alimentar la mente, Lewis Carroll

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