Alimentar la mente
Debido al éxito de la entrada anterior referida a este librito tan apetecible, vamos con otro fragmentito.
Desayuno, comida, té. En casos extremos, desayuno, almuerzo, comida, té, cena y un vaso de algo caliente a la hora de irse a la cama. ¡Cuántos cuidados nos tomamos en alimentar a nuestro afortunado cuerpo! Pero, ¿cuántos de nosotros hacemos algo similar por su mente? ¿Y qué es lo que marca la diferencia? ¿Es el cuerpo, con mucho, el más importante de los dos?
Pues bien, si, como pienso, las consecuencias de descuidar el cuerpo pueden ser, en nuestro caso, claramente vistas y sentidas, sería bueno para algunos que las consecuencias de descuidar la mente fueran igualmente visibles y tangibles, que pudieramos, digamos, llevarla al médico y sentir su pulso.
«¿Qué? ¿Qué ha estado haciendo con la mente los últimos días? ¿Cómo la ha alimentado? Está pálida y su pulso es muy lento.»
«Pues bueno, doctor, últimamente no ha tenido unas comidas muy regulares. Ayer le di muchos dulces.»
«¿Dulces? ¿De qué tipo?»
«Bueno, pues un paquete de acertijos, señor.»
«Ah, lo suponía. Ahora recuerde esto: si sigue con este tipo de travesuras se le pudrirán todos los dientes y tendrá una indigestión mental. En los próximos días no puede tomar nada más que las lecturas planificadas. ¡Tenga cuidado! ¡Nada de novelas ni facturas!»
Alimentar la mente, Lewis Carroll
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