¿A quién se le habrá ocurrido que ese espacio en blanco lleno de cemento y óxido era la mejor plaza para ir junto al Teatro Colón?
Pertenece al mismo escultor que su hermana famosa en Nueva York, pero fue emplazada 22 años antes en nuestra ciudad. Se encuentra en Barrancas de Belgrano, entre 11 de septiembre y La Pampa.
La famosa "Estatua de la Libertad" que acaba de cumplir 125 años en la ciudad de Nueva York, tiene una hermana en Buenos Aires, que aunque de menor tamaño es más antigua.
La versión porteña también está hecha en bronce, aunque construida en una escala muchísimo menor. Aunque muchos piensen lo contrario, no se trata de una copia, sino de una obra original del mismo escultor, Frederic Bartholdi, hecha en su taller de París y adquirida por nuestra municipalidad en Francia en 1874, junto con otras obras que se compraron para embellecer nuestras plazas y parques.
Según contó el arquitecto Fernando Ferreyra en La Nación, nuestra pequeña dama de la antorcha se colocó 22 años antes de que Bartholdi empleara el mismo molde para inaugurar el imponente coloso que celebra el bicentenario de los Estados Unidos.
El estreno de La fuga fue el miércoles 28 de julio de 1937 (en aquella época los estrenos podían ser cualquier día de la semana, y no necesariamente los jueves). Aunque podría haber asistido unos días antes, no es imposible imaginar que Borges haya elegido esa fecha para ir a ver el film de Saslavsky. Según esta hipótesis, habría sido parte de una escena inverosímil a los ojos de hoy: habría estado entre los casi mil setecientos espectadores que, a sala llena, se daban cita esa noche en el Cine Teatro Monumental de Lavalle 780. La sala subsiste, aunque totalmente remodelada. O sería mejor decir "diseccionada", ya que en las sucesivas reformas que sufrió a partir de la década del setenta, el Monumental se fue convirtiendo de a poco en un edificio mutilado por las exigencias comerciales. Si bien se mantienen faustos de moldura s, vitrales, bronces y mármoles de la construcción original, el espacio de exhibición se modificó drásticamente y quedó dividido en cuatro salas: la más grande, de 1.096 butacas; la mediana, de 480; y las dos más pequeñas, de 200 butacas cada una.
El Monumental fue innovador en varios sentidos. Inaugurado el 23 de mayo de 1931 por los empresarios Coll y Di Fiore (también propietarios de los cines Hindú y Renacimiento), impresionaba por su diseño art-déco, en boga en la arquitectura del momento, y por la fastuosidad de su estructura, con oficinas en las plantas altas y salones y confiterías en el subsuelo. La sala principal estaba equipada con los proyectores más avanzados y costosos de la época, los Super-Simplex, que instalaba la casa Max Glücksmann. A Coll y Di Fiore, además, se les había ocurrido invertir en un curioso aparato de refrigeración de la marca Carrier que anticipaba el aire acondicionado y era una rareza en los años treinta. Una crónica de La Nación a raíz de la inauguración de la sala se entusiasmó con estas innovaciones y señaló que el Monumental "constituye una nota de gran relieve en el progreso de nuestra metrópoli".
La otra nota de relieve se la lleva el hecho de que, hacia 1934, el Monumental comenzaba a tener un papel influyente en la promoción de films nacionales. Como en la mayoría de los exhibidores, en el Monumental estaban acostumbrados a trabajar con material de distribuidoras extranjeras, que inundaban el mercado de copias desde la época del mudo. A pesar de los compromisos asumidos con esas distribuidoras, el 24 de octubre de 1934 Coll y Di Fiore decidieron probar suerte con la comedia Ídolos de la radio, cono éxito de público que empezaron a optar por incorporar más films argentinos a los programas. La medida llegó a provocar una querella de la British Company y de otras distribuidoras que reclamaban volver a las pautas de programación anteriores, ya que en las funciones dobles del Monumental los films extranjeros quedaban como material de relleno.
Prácticamente todos los clásicos nacionales de la segunda mitad de los años treinta fueron exhibidos en la llamada "catedral del cine argentino". Los espectadores se amontonaban en el hall de entrada para ver de cerca a los actores, que asistían a los estrenos para ser entrevistados y fotografiados. Un cronista llamado Adolfo Avilés, muy conocido por sus transmisiones en vivo en Radio Splendid, se ubicaba en el interior de la sala y comentaba el film escena por escena. La gente que había quedado fuera de la función (las entradas se agotaban rápido; una sola película era capaz de llenar la sala diariamente y durante varias semanas) al menos tenía el consuelo de escucharla en la radio. Los oyentes percibían las risas y murmullos de la sala; el cronista contaba todo menos el final. Al día siguiente, muchos de esos oyentes corrían a comprar las entradas para ver con sus propios ojos el espectáculo prometido.
Borges va al cine, de Gonzalo Aguilar y Emiliano Jelicié, Buenos Aires, Libraria, 2010.
El Monumental fue innovador en varios sentidos. Inaugurado el 23 de mayo de 1931 por los empresarios Coll y Di Fiore (también propietarios de los cines Hindú y Renacimiento), impresionaba por su diseño art-déco, en boga en la arquitectura del momento, y por la fastuosidad de su estructura, con oficinas en las plantas altas y salones y confiterías en el subsuelo. La sala principal estaba equipada con los proyectores más avanzados y costosos de la época, los Super-Simplex, que instalaba la casa Max Glücksmann. A Coll y Di Fiore, además, se les había ocurrido invertir en un curioso aparato de refrigeración de la marca Carrier que anticipaba el aire acondicionado y era una rareza en los años treinta. Una crónica de La Nación a raíz de la inauguración de la sala se entusiasmó con estas innovaciones y señaló que el Monumental "constituye una nota de gran relieve en el progreso de nuestra metrópoli".
La otra nota de relieve se la lleva el hecho de que, hacia 1934, el Monumental comenzaba a tener un papel influyente en la promoción de films nacionales. Como en la mayoría de los exhibidores, en el Monumental estaban acostumbrados a trabajar con material de distribuidoras extranjeras, que inundaban el mercado de copias desde la época del mudo. A pesar de los compromisos asumidos con esas distribuidoras, el 24 de octubre de 1934 Coll y Di Fiore decidieron probar suerte con la comedia Ídolos de la radio, cono éxito de público que empezaron a optar por incorporar más films argentinos a los programas. La medida llegó a provocar una querella de la British Company y de otras distribuidoras que reclamaban volver a las pautas de programación anteriores, ya que en las funciones dobles del Monumental los films extranjeros quedaban como material de relleno.
Prácticamente todos los clásicos nacionales de la segunda mitad de los años treinta fueron exhibidos en la llamada "catedral del cine argentino". Los espectadores se amontonaban en el hall de entrada para ver de cerca a los actores, que asistían a los estrenos para ser entrevistados y fotografiados. Un cronista llamado Adolfo Avilés, muy conocido por sus transmisiones en vivo en Radio Splendid, se ubicaba en el interior de la sala y comentaba el film escena por escena. La gente que había quedado fuera de la función (las entradas se agotaban rápido; una sola película era capaz de llenar la sala diariamente y durante varias semanas) al menos tenía el consuelo de escucharla en la radio. Los oyentes percibían las risas y murmullos de la sala; el cronista contaba todo menos el final. Al día siguiente, muchos de esos oyentes corrían a comprar las entradas para ver con sus propios ojos el espectáculo prometido.
Borges va al cine, de Gonzalo Aguilar y Emiliano Jelicié, Buenos Aires, Libraria, 2010.
En Montevideo hay tres cuadras idénticas realizadas por el arquitecto catalán Emilio Reus. Casas bajas, coloridas y pensadas para la clase obrera, es una zona pintoresca de la ciudad, en medio de un barrio comercial. Aquí fotos del barrio, restaurado por estudiantes de la Escuela de Bellas Artes uruguaya en 1992, y posteriormente por la Comunidad Europea.
La fiebre especulativa de la década del 80 había llegado a Goes, traída por ese hombre inquieto y financista discutido que fue el español Emilio Reus. "Satán en persona no habría producido en Montevideo la revolución que en todas las clases sociales produjo la presencia de Emilio Reus", dijo su contemporáneo Domingo González.
Ambicioso especulador o empresario creador, Emilio Reus, igual que el pintoresco y más sólido Francisco Piria, dejó huellas en la toponimia ciudadana, y las viviendas populares que levantara a un cosado de Goes, en el Barrio de la Humedad, y que aún existen, llevaron su nombre. Hoy, ingratamente, la zona se llama oficialmente Villa Muñoz, pero el pueblo le sigue recordando como Barrio Reus. La sociedad conservadora de la época no vio, o no quiso ver, el intento del desgraciado Dr. Reus de construir viviendas baratas para las familias pobres. Los grandes capitales, los del Estado inclusive, sólo se preocupaban por financiar edificios de segura renta, olvidando que los humildes tienen necesidad de un techo que los ampare y termine con la obligación de pagar un alquiler cada día más abrumador que al cabo de cincuenta años no sirve siquiera para que el eterno inquilino sea dueño de un solo ladrillo de la cadsa que habitó toda una vida. El comentarista olvidó que Emilio Reus murió atendido por la caridad de sus vecinos en la humilde pieza de una casa ubicada en la calle Yaguarón, cerca de 18 de Julio, donde está hoy instalado El Día. Aún se recuerda la lista de personas que contribuyeron para pagar el entierro del Satán de Goes.
En "Goes y el viejo Café Vaccaro", 1948, por Juan Carlos Patrón.
Texto ubicado en la esquina de las calles Emilio Reus y Blandengues.