Hasta siempre, José

Este sábado 17 de agosto de 2019 falleció a los 93 años José Martínez Suárez.


Hijo de José Martínez Fernández, quien fuera presidente de la Junta de apoyo a la República Española en la provincia de Santa Fe, y de Rosa Suárez García, maestra que fue homenajeada con la imposición de su nombre a una de las aulas de la Escuela Número 178 “Juan Cañás”, donde se había desempeñado entre 1919 y 1936, Martínez Suárez nació en Villa Cañás, provincia de Santa Fe, el 2 de octubre de 1925.

Josecito, como desde siempre es conocido familiarmente, asistió al cine con fascinación y entusiasmo desde pequeño. El mejor amigo de su padre, el empresario Humberto Bianchi, era el dueño del cine contiguo a su casa. Su ámbito de juegos era el cine vacío y sentía pasión por la cabina de proyección y el aroma a acetato de los restos de película. “Los sábados a la tarde, nos íbamos a la entrada del pueblo para esperar a la chata que traía las copias de películas. Nosotros ayudábamos a subir las películas a la cabina. Y eran películas de gángsters, así que yo me nutrí del género negro, el que más me agrada”, confesó en una entrevista publicada por el diario Clarín el 8 de octubre de 2002.


Sus hermanas, las mellizas Chiquita y Goldie, apenas tenían ocho años y José iba a cumplir diez cuando su padre le dijo a su esposa: “Andá con los chicos a vivir a Rosario. Allá tendrán más oportunidades para estudiar. Yo sigo con la librería acá en Cañás y viajaré los fines de semana para verlos”. Rosa y sus tres hijos se instalaron en Rosario. Todos los sábados los cuatro esperaban a José en la avenida ubicada en la entrada de la ciudad, que era el paso obligado para llegar desde Villa Cañás.


"Mis abuelos eran andaluces. Vinieron de Uleila del Campo, una población campesina de la provincia de Almería. No creo que tuvieran ninguna actividad política. Él era escobillero y mi abuela ama de casa. Mi padre tuvo las primeras nociones de anarquismo trabajando en los galpones del ferrocarril Pacífico durante los años de la Primera Guerra Mundial en el pueblo bonaerense de Arribeños, vecino al límite con la provincia de Santa Fe", nos dijo en una ocasión.

"Recuerde que fue presidente de la Comisión de Ayuda al Pueblo Republicano Español en la provincia de Santa Fe y que por lo menos en un viaje lo acompané en auto a Bs. Aires custodiando camión (o camiones) con lo recolectado", agregó.

"Recuerdo el patio del depósito en el que se entregó la mercadería que consistía en ropa tejida de abrigo, mantsa, colchones, alimentos envasados...", decía José.


Luego de la muerte de su marido, Rosa y los chicos se mudaron a Buenos Aires. En el verano, Goldie, quien ya había adoptado el nombre de Silvia, fue consagrada Reina del Carnaval en los corsos de la Avenida de Mayo. Un año después, salió elegida Mirtha. Las dos lucieron vestidos cosidos y bordados a mano por su madre. Ninguna de las dos pasó inadvertida y cautivaron con su encanto y belleza. Así fue como fueron seducidas para actuar en cine, y de allí se dan, un poco por casualidad, los inicios de José en el ámbito cinematográfico, de la mano de las mellizas, a quienes comenzó a acompañar a los sets de filmación.

“Las acompañaba porque me gustaba ver la cámara, las órdenes, los actores, la toma”, cuenta en una entrevista en la revista “Viva” del 12 de marzo de 2006. Y continúa: “Una vez Goldie estaba filmando una película de noche y como yo estaba ahí me dijeron si quería hacer de extra. Y dije que sí. Me iban a dar cuatro o cinco pesos, estaba contento.” Pero el director, al ver el entusiasmo del chico de camisa a cuadros que ya se “había muerto cuatro veces”, tuvo que pedir por altavoz que “no se muera más”.


Como director realizó cinco películas, en un país que ha sido ingrato con la obra de la mayoría de sus cineastas, pero en especial de quienes pertenecieron a la llamada “Generación del '60”: El crack (1960), Dar la cara (1962), Los chantas (1975), Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976) y Noches sin lunas ni soles (1984). Además, realizó el episodio La Salamanca de la película Viaje de una noche de verano (1965), y escribió junto a Gius el guión de La Mary (1974), dirigida por Daniel Tinayre, a quien asistió también en otras películas. Entre colaboraciones, asistencias y otros roles, ha participado en más de cuarenta películas. Sus inicios fueron en los recordados estudios Lumiton, y fue asistente de dirección, entre otros, de Mario Lugones, Manuel Romero, Lucas Demare y Leopoldo Torre Nilsson.


Sus obras generaron una visión original no sólo desde la temática sino también, y principalmente, desde lo estético. Los chantas es una crónica de un grupo de embusteros que sueñan con dar el “gran golpe”; Los muchachos de antes no usaban arsénico, cuya remake estrenó este año Juan José Campanella como El cuento de las comadrejas, es una gran película que en clave de humor negro habla de la Argentina de esos años nefastos; y Noches sin lunas ni soles, un policial con lo mejor del género, una historia “de chorros y policías”, de ese cine que lo apasionó desde pequeño.

Luego suplió la falta de hacer cine, o de dirigir, porque siguió con algunas colaboraciones y produciendo, a partir de la tarea docente que viene llevando a cabo. Formador de cineastas desde hace más de dos décadas, es un reconocido maestro que forma personas íntegramente, en charlas personales que mantiene en su domicilio. Entre sus alumnos pueden resaltarse los nombres de Juan José Campanella o Lucrecia Martel.


Dueño de una memoria prodigiosa y un entusiasmo sin límites, José lograba contagiar sus obsesiones y enseñanzas a todos los que lo rodean. Era imposible mantenerse indiferente ante su figura, y mucho menos ante su obra, pero quienes lo conocimos lo admiramos con intensa devoción. Casi como la que él tenía por Jorge Luis Borges, de quien era ávido lector.

Últimamente había recibido numerosas distinciones y reconocimientos en torno a su trayectoria y su obra, y seguía al frente del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, en el que demostraba no sólo su carisma, sino su plena vigencia intelectual, su eficacia profesional, ética y honestidad.


En lo personal, recuerdo haberlo conocido hace muchos años, apenas egresado del ENERC, cuando asistí a su taller particular en la casa de la Av. Coronel Díaz. Compartimos amistad y viajes, momentos de cine, chicanas futboleras, pasiones de todo tipo y hasta vino a mi casamiento con Eugenia. Lloré su muerte como pocas, me duele saber que no estará para saber de su buen humor constante. Me alegra que haya vivido tanto y tan bien. ¡Hasta siempre, José!

Emiliano Penelas

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