Editorial Dunken tiene en proceso de edición el último libro de poemas de Carlos Penelas, Homenaje a Vermeer.
Hace más de quince años Lucas Moreno escribió: “Su lirismo fluye libremente y advertimos un cautelo empleo de la palabra que transparenta en su sencillez la presencia de Góngora y de nuestro cercano y grande Ricardo Molinari. Carlos Penelas se va aproximando con lentitud reverente al ideal de don Antonio Machado: ser palabra en el tiempo”.
En este libro el poeta busca la luz, desea un mundo sensible, la apariencia diaria, lo invisible hecho visible, la revelación, ese ser profundo inseparable de su ocultación. Lo busca a través de la luz, del color, de la distancia y de la ausencia. Intenta ver lo que es sueño. Por eso regresan ciertos tópicos: la absorción de la amada, los hijos, los seres que regresan, los antiguos pastores, la insurrección del olvido. Con otra paleta intenta penetrar en el mundo neblinoso de la pintura, de cada emblema. En aquello mismo que ve, que no se deja ver fácilmente, que se oculta al mirar. Esa unidad, esa textura del mundo de la cual formamos parte.
A partir de la obra del maestro holandés el poeta anticipa y evoca la fuerza de lo vital, la eternidad o quietud, la corriente del tiempo, aquello que se intenta abrazar, el prolongar de una contemplación interior, lo atemporal de la creación en imagen, en universo poético.
Lleva en la tapa un dibujo original de Juan Manuel Sánchez.
Hace más de quince años Lucas Moreno escribió: “Su lirismo fluye libremente y advertimos un cautelo empleo de la palabra que transparenta en su sencillez la presencia de Góngora y de nuestro cercano y grande Ricardo Molinari. Carlos Penelas se va aproximando con lentitud reverente al ideal de don Antonio Machado: ser palabra en el tiempo”.
En este libro el poeta busca la luz, desea un mundo sensible, la apariencia diaria, lo invisible hecho visible, la revelación, ese ser profundo inseparable de su ocultación. Lo busca a través de la luz, del color, de la distancia y de la ausencia. Intenta ver lo que es sueño. Por eso regresan ciertos tópicos: la absorción de la amada, los hijos, los seres que regresan, los antiguos pastores, la insurrección del olvido. Con otra paleta intenta penetrar en el mundo neblinoso de la pintura, de cada emblema. En aquello mismo que ve, que no se deja ver fácilmente, que se oculta al mirar. Esa unidad, esa textura del mundo de la cual formamos parte.
A partir de la obra del maestro holandés el poeta anticipa y evoca la fuerza de lo vital, la eternidad o quietud, la corriente del tiempo, aquello que se intenta abrazar, el prolongar de una contemplación interior, lo atemporal de la creación en imagen, en universo poético.
Lleva en la tapa un dibujo original de Juan Manuel Sánchez.
Salió una nueva edición de la revista digital Chicle Mag. Este cuarto número es una edición especial de 270 páginas y cuenta con fotografías Lomo ojo de pez de Emiliano Penelas. Puede verse completa acá: http://issuu.com/chiclemag/docs/chicle_mag__4
Con el cuidado trabajo artesanal que caracteriza a sus títulos, la colección Lahuán Ediciones de poesía tiene el agrado de presentar en esta ocasión a los lectores la ópera prima de este joven poeta sudamericano, que cuenta con ilustraciones de Eugenia Limeses y el trabajo artesanal de Florencia Podestá.
Bryam Herrera (Cusco, 13 de noviembre de 1990) es poeta. Estudia Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires y es discípulo del escritor Carlos Penelas.
Además de ser autor de diversos artículos y ensayos breves, ha publicado, en materia de poesía, trabajos en los libros I Certamen Internacional Toledano “Casco Histórico” (Editorial Celya, Toledo, 2013), El Libro de los Talleres Vol. XXII (Editorial Dunken, Bs. As., 2014), Versos en el Aire III (Diversidad Literaria, Madrid, 2014) y 120 poemas para Pablo de Rokha (Ediciones Askasis, Santiago de Chile, 2014).
Eugenia Limeses es licenciada en Artes Visuales y docente de arte y diseño de la Universidad Nacional de Buenos Aires.
Florencia Podestá es encuadernadora en Lahuán Ediciones, además de licenciada en Ciencias Políticas y docente de la Universidad de Buenos Aires.
***
También se puede obtener en Internet la versión e-book de El poeta y las piedras:
Para obtener cualquiera de las dos versiones se deben contactar con la Editorial, el autor o por Mercado Libre en las siguientes direcciones:
http://www.lahuanediciones.blogspot.com
herrera.bj@gmail.com
http://listado.mercadolibre.com.ar/_CustId_173839385
Próximamente estaremos anunciando más puntos de venta.
Para leer un adelanto del libro pueden ingresar a:
http://bryamherrera.blogspot.com.ar/2015/01/ya-esta-la-venta-el-poeta-y-las-piedras.html
https://issuu.com/lahuanediciones/docs/adelanto_de_el_poeta_y_las_piedras/3?e=0
Bryam Herrera (Cusco, 13 de noviembre de 1990) es poeta. Estudia Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires y es discípulo del escritor Carlos Penelas.
Además de ser autor de diversos artículos y ensayos breves, ha publicado, en materia de poesía, trabajos en los libros I Certamen Internacional Toledano “Casco Histórico” (Editorial Celya, Toledo, 2013), El Libro de los Talleres Vol. XXII (Editorial Dunken, Bs. As., 2014), Versos en el Aire III (Diversidad Literaria, Madrid, 2014) y 120 poemas para Pablo de Rokha (Ediciones Askasis, Santiago de Chile, 2014).
Eugenia Limeses es licenciada en Artes Visuales y docente de arte y diseño de la Universidad Nacional de Buenos Aires.
Florencia Podestá es encuadernadora en Lahuán Ediciones, además de licenciada en Ciencias Políticas y docente de la Universidad de Buenos Aires.
***
También se puede obtener en Internet la versión e-book de El poeta y las piedras:
Para obtener cualquiera de las dos versiones se deben contactar con la Editorial, el autor o por Mercado Libre en las siguientes direcciones:
http://www.lahuanediciones.blogspot.com
herrera.bj@gmail.com
http://listado.mercadolibre.com.ar/_CustId_173839385
Próximamente estaremos anunciando más puntos de venta.
Para leer un adelanto del libro pueden ingresar a:
http://bryamherrera.blogspot.com.ar/2015/01/ya-esta-la-venta-el-poeta-y-las-piedras.html
https://issuu.com/lahuanediciones/docs/adelanto_de_el_poeta_y_las_piedras/3?e=0
La prestigiosa fotógrafa argentina Sara Facio, responsable de la llegada de la fotografía al Museo Nacional de Bellas Artes, donó al mismo parte de su colección de fotos, que le fueron llegando por diferentes caminos. Hasta el 1 de febrero puede verse una selección de autores latinoamericanos.
Algunas le fueron obsequiadas especialmente por Victoria Ocampo, Annemarie Heinrich, Grete Stern, Mario Cravo Neto y artistas contemporáneos como Marcos López, Adriana Lestido o Luis González Palma.
“También me las enviaba gente para mi desconocida, - asegura- del interior del país o de países vecinos, que leían mis notas periodísticas y pensaban que iba a apreciar las fotos que ellos no se animaban a desechar. O colegas que me acercaban sus trabajos para comentarlos y me los dejaban; algunas me gustaban especialmente y las elogiaba, me las dedicaban y me las regalaban; muchas, que pedí para presentar en exposiciones, como curadora, nunca fueron retiradas; y sí, también algunas que, por muy diferentes motivos, compré.”
La colección, formada a lo largo de 50 años, tiene un valor cultural que trasciende lo personal y por eso merece estar al alcance y ser contemplada por los visitantes del museo mayor de la Argentina. Porque las fotos existen cuando se miran, adquiriendo ahí su verdadero sentido.
La muestra es un recorte de las 172 obras donadas por Sara Facio de los siguientes artistas: Jorge Aguirre, Manuel Alvarez Bravo, Claudia Andujar, Cayetano Arcidiácono, Hugo Aveta, Francisco Ayerza, Alejandro Balaguer, Daniel Barraco, Sebastián Barbosa, Verónica Barclay, Luigi Bartoli, Fiora Bemporad, Nair Benedicto, Raquel Bigio, Maureen Bissilliat, Lázaro Blanco, Enrique Bostelman, Sandra Boulanger, Pablo Cabado, Daniel Caballero, Carlos Caputto, Manuel Carrillo, Agustín Casasola, Martín Chambi, Víctor Chambi, César Cichero, Hugo Cifuentes, Laura Cohen, Eduardo Colombo, Eduardo Comesaña, Horacio Coppola, Mario Cravo Neto, Alicia D’Amico, Juan Di Sandro, Sandra Eleta, Julieta Escardó, Luiz Felizardo, Walter Firmo, Jorge Fisbein, Cristina Fraire, Héctor García, Flor Garduño, Eduardo Gil, Diego Goldberg, Alberto Goldenstein, Andy Goldstein, Luis González Palma, Eduardo Gonzalez Taboas, Alejo Grellaud, Eduardo Grossman, Annemarie Heinrich, Graciela Iturbide, Willy Kenning, Eduardo Klenk, Alberto Korda, Antonio Legarreta, Adriana Lestido, Eduardo Longoni, Marcos López, Bartolomé Loudet, Mario Marotta, Gianni Mestichelli, Pedro Meyer, Guadalupe Miles, Daniel Muchiut, María Cristina Orive, Pedro Otero, Fernando Paillet, Julio Pantoja, Liliana Parra, Bern Pascale, Ataulfo Pérez Aznar, Oscar Pintor, Norberto Puzzolo, Dalila Puzzovio, Marcelo Ranea, Raúl Stolkiner – R.E.S., Miguel Río Branco, Daniel Rivas, Humberto Rivas, Anatole Saderman, Sebastiao Salgado, Osvaldo Salzamendi, Alfredo Sánchez, Ricardo Sanguinetti, Marcos Santilli, Nicolás Schoenfeld, Madalena Schwartz, Javier Silva Meinel, Sandra Siviero, Grete Stern, Sebastián Szyd, TAFOS (Clemente Huayta), Evandro Texeira, Juan Travnik, Gastón Ugalde, Gabriel Valansi, Luis Vellocci, Francisco “Paco” Vera, Valerio Vieira, Julie Weisz, Sivul Wilensky, Alejandro Witcomb, Alejandro Wolk, Mariana Yampolsky, Marcos Zimmerman, Helen Zout, Facundo de Zuviría.
Puede visitarse hasta el 1 de febrero de martes a viernes de 12:30 a 20.30 horas, y sábados y domingos de 9:30 a 20.30.
En el marco de la exposición “La seducción fatal. Imaginarios eróticos del siglo XIX”, en el Museo Nacional de Bellas Artes, un sector dedicado a los tangos prostibularios.
La muestra exhibe alrededor de 65 obras de pintura y escultura, además de grabados, fotografías e impresos, reunidas en los siguientes núcleos: Erotismo y violencia: el rapto; Prisioneras y cautivas; Desnudo, voyeurismo y trasgresión; Seductoras fatales y musas modernas.Esta selección permite contemplar obras de artistas europeos y argentinos - incluyendo al uruguayo Juan Manuel Blanes- del siglo XIX para considerarlas en conjunto, siguiendo el hilo de la imaginería erótica de Occidente en el arte y en el gusto de los coleccionistas y públicos argentinos, con sus sincronías y divergencias.
La muestra exhibe alrededor de 65 obras de pintura y escultura, además de grabados, fotografías e impresos, reunidas en los siguientes núcleos: Erotismo y violencia: el rapto; Prisioneras y cautivas; Desnudo, voyeurismo y trasgresión; Seductoras fatales y musas modernas.Esta selección permite contemplar obras de artistas europeos y argentinos - incluyendo al uruguayo Juan Manuel Blanes- del siglo XIX para considerarlas en conjunto, siguiendo el hilo de la imaginería erótica de Occidente en el arte y en el gusto de los coleccionistas y públicos argentinos, con sus sincronías y divergencias.
Dentro de ellas hay un sector dedicado a la caricatura política, la publicidad en las primeras revistas ilustradas, el cine, la milonga y el tango. A partir de esos cruces, resulta evidente la fluidez con que las imágenes, los símbolos, las formas de pensar y sentir circularon entre la cultura de las elites y la de las clases populares, en una ciudad que por esos años alimentó una fama mundial de ser tan bella y seductora como peligrosa.
Puede visitarse hasta el 15 de marzo de martes a viernes de 12:30 a 20.30 horas, y sábados y domingos de 9:30 a 20.30. La curadora es Laura Malosetti Costa.
En las frías mañanas de Londres, adonde había llegado refugiándose de las más feroces hostilidades del autoritarismo, Guillermo Cabrera Infante solía seguir minuciosamente un ritual toda vez que se disponía a escribir. En un pequeño piso en Gloucester Road, rodeado de una frondosa vegetación que le traía recuerdos del Caribe, cada mañana se quitaba sin prisa primero el saco, y luego los pantalones, la camisa, la ropa interior y las medias, de modo que cuando se sentaba ante su máquina de escribir, una Smith Corona que lo acompañó siempre y en la que inventó una de las obras más deslumbrantes de la literatura en lengua castellana, estaba completamente desnudo. Su compañera de toda la vida, Miriam Gómez, lo miraba entre risueña y perpleja, y se preguntaba qué demonios estaría escribiendo el cronista antillano así, tal como Dios lo había traído al mundo. Cabrera Infante escribía sumido en un silencio de muerte, y cada tanto se inclinaba sobre un mapa de La Habana desplegado sobre su mesa de trabajo, cuya cartografía acicateaba su memoria y le producía una punzada en el corazón.
Muchísimos años después, cuando ya el escritor había muerto, dejándonos una obra monumental, su musa supo que ese texto era Mapa dibujado por un espía, la crónica de ese último desgarro que fueron los cuatro meses de 1965 durante los que el poeta vivió en Cuba antes de ser carcomido por el exilio. Cabrera Infante era agregado cultural en Bruselas, pero debió regresar ese año a La Habana para velar los restos de su madre. La burocracia castrista retuvo en el país al escritor, que ya se había desencantado de la revolución y poco después se convertiría en uno de sus críticos más furibundos. Miriam Gómez decidió publicar ese texto descarnado, aunque su esposo narraba en él con indisimulado trazo autobiográfico los infortunios y las desolaciones de su deriva fantasmal por la ciudad, pero sobre todo sus amoríos desesperados y sus volcánicas aventuras sexuales.
Cabrera Infante tenía 36 años, ya había escrito la decisiva Tres tristes tigres y su estilo mordaz, que es un verdadero prodigio del lenguaje y al que alguien definió como ilusionismo retórico, había fascinado ya al mundo hispanohablante en los días del boom latinoamericano. Su obra posterior (Mea Cuba, La Habana para un infante difunto) es en buena parte una memoria de su tierra y de lo que amó en ella durante sus años de juventud, que fueron los años tempranos de la revolución: los bares, la bohemia de la noche, los cabarets, los parques y las salas de cine, donde se dejó encantar por el lenguaje ilusorio de las imágenes y se formó como crítico cinematográfico. Ese ejercicio de la memoria fue también para él un modo de guarecerse de la intemperie existencial a la que lo arrojó brutalmente el exilio. Sabía, como lo saben desde el fondo de los tiempos todos quienes han padecido el destierro, que el lenguaje es un hogar.
El nombre de Cabrera Infante regresó esta semana a los diarios -cuando tras más de medio siglo de distanciamiento Washington y La Habana anunciaron la reanudación de relaciones diplomáticas-, junto al de otros artistas e intelectuales cubanos como Reinaldo Arenas y Néstor Almendros, cuyas vidas también cambiaron para siempre cuando después de abrazar el ideario de la revolución hicieron oír sus primeras disidencias con el régimen cubano. Arenas, el formidable autor de Antes que anochezca y contemporáneo de José Lezama Lima, fue víctima además de una feroz persecución que develó uno de los rasgos más atroces de los autoritarismos: fue encarcelado por su condición de homosexual. Consiguió escapar de ese encierro cuando Fidel Castro autorizó el éxodo de miles de disidentes que se refugiaron en la embajada de Perú y partieron hacia Miami desde el puerto de Mariel. Una vez en el exilio, en Nueva York, Arenas se suicidó a los 47 años.
Miriam Gómez decía que en el extranjero Cuba solía convertirse en el infierno de su marido. Quizás ese sentimiento invade a los exiliados de todos los autoritarismos, que pese a ser hombres libres viven recluidos en la memoria y deben resignarse a no abandonar del todo su patria. Leonardo Padura, el autor de El hombre que amaba a los perros, suele decir que el problema de los cubanos es que ni huyendo de Cuba consiguen salir de la isla.
Esa herida se llama melancolía.
Muchísimos años después, cuando ya el escritor había muerto, dejándonos una obra monumental, su musa supo que ese texto era Mapa dibujado por un espía, la crónica de ese último desgarro que fueron los cuatro meses de 1965 durante los que el poeta vivió en Cuba antes de ser carcomido por el exilio. Cabrera Infante era agregado cultural en Bruselas, pero debió regresar ese año a La Habana para velar los restos de su madre. La burocracia castrista retuvo en el país al escritor, que ya se había desencantado de la revolución y poco después se convertiría en uno de sus críticos más furibundos. Miriam Gómez decidió publicar ese texto descarnado, aunque su esposo narraba en él con indisimulado trazo autobiográfico los infortunios y las desolaciones de su deriva fantasmal por la ciudad, pero sobre todo sus amoríos desesperados y sus volcánicas aventuras sexuales.
Cabrera Infante tenía 36 años, ya había escrito la decisiva Tres tristes tigres y su estilo mordaz, que es un verdadero prodigio del lenguaje y al que alguien definió como ilusionismo retórico, había fascinado ya al mundo hispanohablante en los días del boom latinoamericano. Su obra posterior (Mea Cuba, La Habana para un infante difunto) es en buena parte una memoria de su tierra y de lo que amó en ella durante sus años de juventud, que fueron los años tempranos de la revolución: los bares, la bohemia de la noche, los cabarets, los parques y las salas de cine, donde se dejó encantar por el lenguaje ilusorio de las imágenes y se formó como crítico cinematográfico. Ese ejercicio de la memoria fue también para él un modo de guarecerse de la intemperie existencial a la que lo arrojó brutalmente el exilio. Sabía, como lo saben desde el fondo de los tiempos todos quienes han padecido el destierro, que el lenguaje es un hogar.
El nombre de Cabrera Infante regresó esta semana a los diarios -cuando tras más de medio siglo de distanciamiento Washington y La Habana anunciaron la reanudación de relaciones diplomáticas-, junto al de otros artistas e intelectuales cubanos como Reinaldo Arenas y Néstor Almendros, cuyas vidas también cambiaron para siempre cuando después de abrazar el ideario de la revolución hicieron oír sus primeras disidencias con el régimen cubano. Arenas, el formidable autor de Antes que anochezca y contemporáneo de José Lezama Lima, fue víctima además de una feroz persecución que develó uno de los rasgos más atroces de los autoritarismos: fue encarcelado por su condición de homosexual. Consiguió escapar de ese encierro cuando Fidel Castro autorizó el éxodo de miles de disidentes que se refugiaron en la embajada de Perú y partieron hacia Miami desde el puerto de Mariel. Una vez en el exilio, en Nueva York, Arenas se suicidó a los 47 años.
Miriam Gómez decía que en el extranjero Cuba solía convertirse en el infierno de su marido. Quizás ese sentimiento invade a los exiliados de todos los autoritarismos, que pese a ser hombres libres viven recluidos en la memoria y deben resignarse a no abandonar del todo su patria. Leonardo Padura, el autor de El hombre que amaba a los perros, suele decir que el problema de los cubanos es que ni huyendo de Cuba consiguen salir de la isla.
Esa herida se llama melancolía.
Víctor Hugo Ghitta
La Nación, domingo 28 de diciembre de 2014