La mosca en la ceniza
Dirección y guión: Gabriela David. Producción: Pablo Bossi, Juan Pablo Buscarini y Gabriela David. Fotografía: Miguel Abal. Música: Mariano Núñez West. Intérpetes: Paloma Contreras, María Laura Caccamo, Cecilia Rossetto, Luis Machín, Luciano Cáceres, Vera Carnevale, Dalma Maradona, Ailín Salas. País: Argentina, 2010.
Sucede que la película, si bien apela a la ficción, no permite que la fantasía opaque su inocultable sentido de denuncia social, de cierto apego al cruel realismo de los hechos que narra. Además, centra su interés dramático en el afecto de dos amigas entrañables: Pato (Paloma Contreras) y Nancy (María Laura Caccamo), y establece un contrapunto entre sus disímiles personalidades. Pato es rebelde y valiente y desafía a los dueños del prostíbulo, en tanto Nancy es más cándida y está dispuesta a claudicar para pasarlo lo mejor posible. El antro es regenteado por una pareja despreciable: Susana es la madama que interpreta Cecilia Rossetto, entregada en cuerpo y alma a este repugnante personaje, mientras que la elaborada actuación de Luciano Cáceres consigue que Oscar sea un nauseabundo proxeneta. Ambos son una muestra elocuente de la miseria y sordidez que puede alcanzar la condición humana. Pero ésta, como sugiere la directora y guionista Gabriela David (Taxi, un encuentro, 2001), también es capaz de elevarse a lo sublime por esa lealtad a ultranza que une a las dos amigas. Sorprende encontrar en jóvenes actrices como Paloma Contreras y María Laura Caccamo un oficio tan seguro que les permite recorrer múltiples sentimientos. Las otras intérpretes (Dalma Maradona, Vera Carnevale y Ailín Salas) enriquecen a sus personajes dotándolos de interioridad: son tres chicas de conductas y actitudes diferentes frente al sometimiento.
La película se encarga de señalar que la solidaridad que salva a Pato y a Nancy está ausente en esta sociedad argentina cauta y silenciosa que se mantiene indiferente ante esta salvaje expoliación de adolescentes. En esa paqueta zona nadie ve ni oye nada: ni los vecinos, ni el florista, ni el policía que por supuesto es un corrupto que recibió su correspondiente recompensa.
Es como si La mosca en la ceniza (premiada en los festivales de Huelva y Kerala), con una estética que está en las antípodas del cine de tesis, se propusiera, sin embargo, adscribir al espíritu de Todos somos asesinos (1952), de André Cayatte. Porque la falta de lazos colectivos posibilita que sucedan estas atrocidades, como en la época de la funesta dictadura militar. Es más, el filme señala subliminalmente como principal responsable a un mozo de un bar (un Luis Machín formidable en sus matices), que frecuenta el prostíbulo y hasta sueña con enamorarse de Nancy y liberarla. El filme desliza con sutileza que esta caída del ser humano en los peores abismos de la abyección tiene como principal motor al cliente. Hay una palabra menos benévola y equívoca para designarlo, y es prostituyente, porque con su dinero en la práctica viola mujeres. En no pocos países se está abriendo camino una normativa legal que condena con severidad este delito.
La película no aclara el significado de su poético título, pero se puede deducir —como se ve hacer a Nancy— que el sumergir una mosca abombada o media muerta en un vaso de agua con ceniza la hace emerger de las tinieblas. Una suerte de alusión a estas chicas hundidas en el barro que, no obstante, logran salir a la libertad abriéndose paso entre la pasividad de la gente y el sadismo de sus expoliadores. Claro, se imponen afirmándose en la fraternidad y en el coraje de vivir.
Gabriela David es una realizadora que demuestra talento no sólo para filmar, sino para trabajar en equipo.
Germán Cáceres
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