Los objetos nos llaman
LOS OBJETOS NOS LLAMAN
de Juan José Millás
(Seix Barral, Buenos Aires, 2009, 241 páginas)
En la presentación de esta colección de cuentos realizada en la 35ª Feria del Libro, el autor dijo haberla concebido una mañana que despertó e ingresó en esa zona inasible e intemporal que transcurre entre la vigilia y el sueño. Lo asaltó la imagen de un casco antiguo de una ciudad europea, en la que las callejuelas y pasajes se entrecruzan formando un laberinto lleno de sorpresas, y cuando uno cree haber llegado a destino se encuentra inesperadamente con que está en el punto de partida. Así entretejió la trama de estos setenta y cinco cuentos breves que componen el volumen. En cuanto al título, aclaró que siente una intensa fascinación hacia los objetos porque considera que las personas que los poseyeron dejaron en ellos las huellas de sus almas.
La obra está apuntalada sobre un humorismo desopilante, que oscila entre la negrura y el absurdo, cuando no en el disparate. En uno de ellos un joven tripulante secuestra un avión y exige que le otorguen el premio Nóbel de Química; el comandante de la nave consulta con Estocolmo en donde le responden que como se trata de un terrorista sería más apropiado concederle el de la Paz, y el muchacho, satisfecho, se entrega. En otro, sucede que en una ciudad no se producen delitos y las comisarías no tienen nada que informar al periodismo; por ello, el ministro del área, temiendo el ridículo y la pérdida de su puesto, da a sus subordinados un plazo de un día para que se produzcan dos asesinatos, tres robos a mano armada y dos violaciones.
Pero, de repente, en medio de este desvarío cósmico que se ríe de todo, como si fuera una simple excusa del escritor para lucir su prosa maestra, límpida, de una perfección rayana en la manía, aparecen reflexiones que conmueven y perturban como los relámpagos o los truenos en medio de una tormenta. El protagonista de “Una metamorfosis completa” infiere que “lo que en cierto modo me pareció un alivio, como esos días en los que te levantas, te duchas, te afeitas, sales a la calle, llegas al trabajo y agradeces al cielo la seguridad de que tarde o temprano te tienes que morir”, y el de “Dios es zombi”, que remata ese pensamiento alegando que “Resucitar es fácil. Lo difícil es aguantar luego la vida minuto a minuto”. Y, volviendo al tono burlón y extravagante, en “El hombre invisible” se observa a dos chicas que “Un día estuvieron diez minutos discutiendo acerca de si era mejor ser rico y desgraciado que pobre y feliz. Llegaron a la conclusión de que era mejor ser rico y desgraciado porque un rico desgraciado era diez veces más dichoso que un pobre feliz. Sabían contabilidad existencial”.
Los cuentos poseen una aireación poética, emparentada con la sutil sensibilidad de “La casa inundada”, de Felisberto Hernández, la magia narrativa de “Algo había sucedido” y de “El hermano cambiado”, de Dino Buzzati, y el extrañamiento lúdico de Historias de cronopios y de famas, de Julio Cortázar.
Germán Cáceres
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