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PARA ANGUSTIAS…CONSUELO
(Teatro La Máscara, Piedras 736, los domingos a las 20 horas)

Silvia Ramos, como dramaturga, apela al sentimiento y a la sencillez. Es la simple historia de dos mujeres gallegas (Angustias y Consuelo), que se comunican a través de cartas, ya que una de ellas emigró a Buenos Aires y la otra se quedó en su aldea natal. Salvo una escena del pasado, hay pocos diálogos directos entre ellas; se trata más bien de monólogos que transcriben los pensamientos de ambas protagonista y leen su intercambio epistolar.

En primer lugar se destacan esos soliloquios tan verosímiles que, con vigor dramático, reproducen el habla popular y sus modismos. Hay en ellos también un humor muy español y popular, que en su clave tan cercana al absurdo se burla de esta vida, tal vez por temor a la muerte. Los personajes —que evolucionan y cambian con el correr de los años— son altamente convincentes y transmiten una honda carnadura humana.

Estos méritos no sólo obedecen a la calidad del texto de Silvia Ramos —cuyo oficio teatral es innegable—, sino a las talentosas interpretaciones de ella misma como actriz y de Marcela Fernández Señor. La dicción de ambas es impecable, y modulan sus voces con idoneidad ya que transitan múltiples tonos y matices. Todo esto habla también de una descollante dirección de actores por parte de Patricio Azor, que dio a la puesta la dimensión sensible que requería la obra y que tanta respuesta emotiva encontró en el público.

La escenografía y vestuario de Lucía Trebisacce y Carlos Bustamante reflejan con inteligencia el carácter de Angustias y Consuelo como asimismo los ambientes en que se mueven. La inspirada música de Sergio Vainikoff otorga la atmósfera nostálgica de la pieza. Muy acertadas las cálidas fotografías de Nicolás Villalobos (la realización de videos es de Sebastián Hermida). El trabajo del resto del equipo (voces de Guido D'Albo y Gustavo Bonfigli, realización de vestuario de Lidia Benitez, diseño de iluminación de Ignacio Spaggiari y operación de luces de Alejandra Dziewguc, producción de Gabriel Picone y asistencia de dirección del citado Villalobos) fue esencial para el despliegue de esa “morriña” que tanto conmueve y desgarra.

Germán Cáceres

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Campaña del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para los festejos del 25 de mayo.
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LOS OBJETOS NOS LLAMAN
de Juan José Millás
(Seix Barral, Buenos Aires, 2009, 241 páginas)


En la presentación de esta colección de cuentos realizada en la 35ª Feria del Libro, el autor dijo haberla concebido una mañana que despertó e ingresó en esa zona inasible e intemporal que transcurre entre la vigilia y el sueño. Lo asaltó la imagen de un casco antiguo de una ciudad europea, en la que las callejuelas y pasajes se entrecruzan formando un laberinto lleno de sorpresas, y cuando uno cree haber llegado a destino se encuentra inesperadamente con que está en el punto de partida. Así entretejió la trama de estos setenta y cinco cuentos breves que componen el volumen. En cuanto al título, aclaró que siente una intensa fascinación hacia los objetos porque considera que las personas que los poseyeron dejaron en ellos las huellas de sus almas.

Las historias navegan entre la realidad y la fantasía y se introducen no pocas veces en el género fantástico: mujeres que caminan por la calle pero que en realidad están muertas; la sospecha de que los Reyes Magos existen; la insólita llamada telefónica de una abuela recién fallecida; un hombre de cincuenta años que al simular una cojera descubre que siempre la sufrió; una adolescente que puede convertirse en humo y entrar por las fosas nasales de un profesor y comprobar que es más guapo por dentro que por fuera; un excéntrico que recorre Madrid con una guía de Buenos Aires, y así siguen hasta el infinito esos episodios imaginarios que no conducen a ninguna parte.

La obra está apuntalada sobre un humorismo desopilante, que oscila entre la negrura y el absurdo, cuando no en el disparate. En uno de ellos un joven tripulante secuestra un avión y exige que le otorguen el premio Nóbel de Química; el comandante de la nave consulta con Estocolmo en donde le responden que como se trata de un terrorista sería más apropiado concederle el de la Paz, y el muchacho, satisfecho, se entrega. En otro, sucede que en una ciudad no se producen delitos y las comisarías no tienen nada que informar al periodismo; por ello, el ministro del área, temiendo el ridículo y la pérdida de su puesto, da a sus subordinados un plazo de un día para que se produzcan dos asesinatos, tres robos a mano armada y dos violaciones.

Pero, de repente, en medio de este desvarío cósmico que se ríe de todo, como si fuera una simple excusa del escritor para lucir su prosa maestra, límpida, de una perfección rayana en la manía, aparecen reflexiones que conmueven y perturban como los relámpagos o los truenos en medio de una tormenta. El protagonista de “Una metamorfosis completa” infiere que “lo que en cierto modo me pareció un alivio, como esos días en los que te levantas, te duchas, te afeitas, sales a la calle, llegas al trabajo y agradeces al cielo la seguridad de que tarde o temprano te tienes que morir”, y el de “Dios es zombi”, que remata ese pensamiento alegando que “Resucitar es fácil. Lo difícil es aguantar luego la vida minuto a minuto”. Y, volviendo al tono burlón y extravagante, en “El hombre invisible” se observa a dos chicas que “Un día estuvieron diez minutos discutiendo acerca de si era mejor ser rico y desgraciado que pobre y feliz. Llegaron a la conclusión de que era mejor ser rico y desgraciado porque un rico desgraciado era diez veces más dichoso que un pobre feliz. Sabían contabilidad existencial”.

Los cuentos poseen una aireación poética, emparentada con la sutil sensibilidad de “La casa inundada”, de Felisberto Hernández, la magia narrativa de “Algo había sucedido” y de “El hermano cambiado”, de Dino Buzzati, y el extrañamiento lúdico de Historias de cronopios y de famas, de Julio Cortázar.


Juan José Millás (Valencia, 1946) obtuvo los Premios Sésamo (1974), por la novela Cerbero son las sombras; Nadal (1990), por la novela La soledad era esto; Primavera de Novela (2002), por Dos mujeres en Praga; Planeta y Nacional de Novela (ambos en 2007), por El mundo. En su calidad de periodista mereció los Premios Mariano de Cavia (1999), Miguel Delibes (2002) y Francisco Cerecedo (2005).

Germán Cáceres
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Del 15 al 22 de mayo, en el Cine Universitario (Canelones 1280) se llevará a cabo la cuarta edición del festival internacional de terror y ciencia ficción "Montevideo Fantástico", organizado por Arte7.


Montevideo Fantástico es el único festival especializado en películas de terror, fantasía y ciencia ficción del Uruguay. Su objetivo es dar a conocer anualmente producciones independientes y generalmente de bajo presupuesto, que suelen ser consideradas "menores" y que muy difícilmente acceden a circuito comercial y cultural.

El primer Montevideo Fantástico se realizó en 2005 con el fin de dar difusión y cabida a materiales que no podían encontrar un espacio en Uruguay. En las posteriores ediciones del festival no sólo aumentó la cantidad de días de exhibición, sino también el público asistente y la propia repercusión del evento a nivel nacional e internacional.

Para más información sobre la programación y actividades, click acá.

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INDIGNACIÓN
de Philip Roth
(Literatura Mondadori, Buenos Aires, 2009, 169 páginas)


Algunos protagonistas de las novelas de Philip Roth (Newark, Nueva Jersey, 1933) están enfermos de idealismo, de un sentido de la rectitud y del deber a ultranza que los conduce a la soledad y la melancolía y —lo más trágico— a su inevitable destrucción. Esto ya se comprobó en Me casé con un comunista (1998), y se repite otra vez en Indignación, novela en la que la madre del joven Marcus Messner le aconseja en vano que “Debes estar por encima de tus sentimientos. No soy yo quien te lo exige: es la vida. De lo contrario los sentimientos te arrastrarán”.

Poco antes de morir al ser herido en una cruenta batalla ocurrida durante la guerra de Corea, Marcus, y mientras yace en una camilla, recibe una aplicación de morfina que lo lleva a evocar aspectos de su corta vida, en la que ser hijo de un carnicero kosher no es un estigma menor. La sangre de los animales despedazados a cuchilladas marca a su familia, sobre todo al padre, que ingresa en una especie de paranoia que lo conduce a una actitud tiránica y de hostigamiento protector hacia aquél.

Así como la citada Me casé con un comunista se situaba en la época del macartismo y señalaba cómo esta persecución aberrante había herido las entrañas más íntimas de la sociedad norteamericana, Indignación hace hincapié en el desgarramiento patológico que ocasionó en sus miembros la guerra de Corea. La obra de Roth devela que tras la supuesta democracia estadounidense anida un espíritu reaccionario y prejuicioso que la ha infectado hasta sus más íntimas entrañas, como lo prueba el abominable discurso que pronuncia Albin Lentz, el presidente de la Universidad de Winesburg, en Ohio, al reclamar a los alumnos por “los elevados principios de la conducta personal que se requerirán de todos los jóvenes de este país si queremos ganar la batalla global por la supremacía moral que estamos librando contra el ateo comunismo soviético”.

Lo paradójico es que Marcus, en su deseo de huir de su autoritario y perturbado padre y de elevar su nivel académico, se traslada de la mediocre Universidad de Robert Treat, en Newark, a la prestigiosa Winesburg, y choca con un clima bochornoso, en el cual la mediocridad y la represión sexual hacen estragos en el alumnado, hasta que este dique de contención se quiebra y los estudiantes de primer año arman un escándalo destrozando instalaciones y saqueando los dormitorios femeninos para robar sus prendas interiores.


Tal vez la escena más vigorosa de la novela y la que da cuenta de la nobleza espiritual de Marcus, a la vez que su alarmante ingenuidad, es su discusión en el despacho del decano Caudwell, sujeto imbuido de un conservadurismo y de una mojigatería repugnantes. Allí sostiene que Bertrand Russell “Menciona con absoluta franqueza cómo las iglesias han retrasado el progreso humano y cómo, con su insistencia en lo que deciden llamar moralidad, infligen a toda clase de personas un sufrimiento inmerecido e innecesario”. El decano replica ofendido “a las calumnias racionalistas vertidas por un inmoralista (…), casado cuatro veces, un flagrante adúltero, un defensor del amor libre, un socialista confeso”, a lo cual Marcus, desbordado de indignación, responde vomitando sobre la alfombra.

Este personaje fatalista se emparienta con otros de Roth, como el David Kepsh de El animal moribundo (2001), cuya obsesión sexual se asocia a un sentimiento tortuoso acerca de la inexorable muerte, y el publicista de Elegía (2006), que cae en la absoluta desesperación cuando intuye su próxima agonía.

La novela descuella en una virtud proverbial en Roth, como es su prosa llana, concisa, de lectura fluida, pero desbordante de vigor, de precisos conceptos y de contundentes imágenes. Y el lector no puede menos que solidarizarse con la dignidad de Marcus, a pesar de su rigidez ética y de su neurótico sentimiento de culpa.

Germán Cáceres
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Encontré en la web un enlace a este sitio que señala, eligiendo alguna de las películas que ofrece (son pocos títulos, pero están bien), en qué momento del film se encontraría nuestra vida calculando la expectativa de años que uno planea o supone que puede llegar a vivir. Es simpático, y pueden consultarlo haciendo click acá.



Un poco más macabro resulta que abajo de esa misma entrada, hay otro enlace hacia una "calculadora de vida" en la que, poniendo algunas referencias de edad, sexo, antecedentes de enfermedades familares y varias preguntas más, calcula qué expectativa de vida podemos llegar a tener. Se accede acá.
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LA HIJA DEL SEPULTURERO
de Joyce Carol Oates
(Alfaguara, Buenos Aires, 2009, 682 páginas)

Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938) constituye un fenómeno insólito situado en la misma línea prolífica de Lope de Vega, Balzac, Simenon y Asimov: su obra ya ha superado el centenar de títulos. No estaría mal recurrir a la ironía y apuntar que lleva más tiempo leer un libro suyo que a ella escribirlo. Y lo más sorprendente es que ninguno de sus textos prescinde de la calidad.

La hija del sepulturero es una empresa ambiciosa, y no es aventurado atribuir a la autora el deseo de aspirar con ella al título de Gran Novelista Americano —como señala la contratapa—, esa utopía tan anhelada por sus colegas estadounidenses y que a esta altura, con la abundancia de obras maestras que ha dada esa literatura, carece de sentido atribuírselo a alguno de sus grandes exponentes.

La novela abarca un amplio espectro de temas y de corrientes literarias, a pesar de que se centra en la vida de Rebecca Schwart, desde su nacimiento en 1936 a bordo de un barco proveniente de Europa, recién anclado en el puerto de Nueva York, hasta su convalecencia en Lake Worth, Florida, en 1998/9. En ese periplo de sesenta y tres años Oates presenta un escalofriante cuadro de familia: el padre de Rebecca se ve obligado a emigrar de la Alemania nazi y a aceptar el ínfimo puesto de cuidador del cementerio de la pequeña población de Chautauqua Falls, donde su mísera vivienda está contaminada por los miasmas de los cadáveres. Esta frustración crece y deriva en la compulsiva y macabra aniquilación de sus miembros. La sórdida pesadilla (”¿Por qué este mundo es un estercolero, eh? ¡Pregúntaselo al que tira los dados!”) desemboca en una tragedia morbosa e inevitable, pues la narración transmite constantemente un leit motiv que alude a la muerte (”¡El coche fúnebre! Majestuoso, de brillos oscuros, con ventanillas de cristales tintados”).


Pero a Rebecca no le depara mejor suerte su primer casamiento, en el que tiene un hijo. La violencia familiar adquiere dimensiones espeluznantes, que la impulsan a huir con el niño cambiando de personalidad para construirse una nueva. Hasta aquí la novela exhibe tintes del más crudo naturalismo, pero la fuga de Rebecca la lleva a recorrer gran parte del territorio de los Estados Unidos y la historia asume los ribetes de una road movie.

Uno de los mayores atractivos de la novela es su respiración decimonónica, a la manera del John Irving de Una mujer difícil, y muestra personajes con múltiples vivencias y cambios, en las que abundan todo tipo de experiencias y de sucesos. La historia gira varias veces brindando sorpresas que fogonean el interés del lector que termina devorando el libro porque quiere saber qué pasará. Otra variante la proporcionan aquellos personajes que aparentemente se pierden de vista para reaparecer luego creando una incógnita sobre su pasado y de cómo influirá éste en el oscilante destino de la protagonista.

Sin embargo, un nuevo casamiento de Rebecca modifica su vida, y todo hace pensar en un inverosímil final feliz o en el retorno de Rebecca a una situación signada por la desolación y el horror. Pero allí está el talento de la escritora que apela a un epílogo para transcribir las cartas entre Rebecca y una prima y poner al descubierto que la felicidad es huidiza y no apta para los desdichados seres humanos, que en última instancia no logran escapar de su soledad y del sufrimiento: “Fue un acto de valor en tus memorias decir con tanta claridad que habías tenido que endurecer tu corazón contra muchas cosas para sobrevivir”.

Germán Cáceres

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