Son las seis de la tarde de septiembre de 1985, merienda por llamarla del algún modo en un bar de Madrid en La Puerta del Sol frente a la escultura del Oso y el madroño, de pronto suena en la radio una melodía extraña para esa geografía y ese paisaje es la guitarra y el canto de Atahualpa Yupanqui cantando Sin caballo y en Montiel.
El camarero me mira sorprendido y me pregunta ¿conoces esto?
Y le respondo claro que sí es un cantor de la tierra en la que nací a la tuvieron que emigrar mis abuelas y abuelos gallega, gallego, andaluza y andaluz.
Y pregunta dónde queda Montiel, le cuento que en la provincia de Entre Ríos bordeada por el Paraná y el Uruguay.
El camarero me dice que es extremeño, de Cáceres y que se vino a Madrid porque en su región hay poco trabajo.
Madrugada de enero de sábado del 2002, un bodegón de la esquina de Salta y Moreno en Rosario en un radio con mucha fritura suena un tango en los bandoneones de Rubén Juárez y Julio Pane, de solo escucharlo surge tararear la letra que algo así como: era la piba de arrabal que amaba un payador... bajo de su ventanal... pero su amor por aquella mujer del taura más mentao...
Melancolía, soledad de soledades, el bar casi desierto con sillas sobre las mesas salvo un par y detrás de la barra un hombre fuma mirando pasar la vida con un trapo rejilla húmedo en la mano.
Los dos miramos el reloj y nos decimos que a las tres damos las hurras y no despedimos con un abrazo hasta más ver.
Carlos A. Solero