Éramos muchos y llegó Tinelli
Detrás de Susana vinieron Sandro, Cacho, Moria y hasta Luis Alberto Almirante Brown Artaud Spinetta, que harto de tanto surrealismo tiró a Artaud por la ventana y se refugió en el fascismo dominante.
Decididamente: la agenda pública la fijan los medios, pero eso no significa complejas paranoias respecto de las decisiones de La Nación o Clarín o TN, ésas a las que el kirchnerismo resulta tan afecto. También tiene que ver con los muchachos y muchachas del espectáculo, que definen sus focos a partir de sus pocas neuronas y sus muchos intereses. El narcisismo exasperado hace el resto: detrás de Susana Giménez vinieron Sandro, Cacho Castaña, Moria Casán y hasta Luis Alberto Almirante Brown Artaud Spinetta, que harto de tanto surrealismo tiró a Artaud por la ventana y se refugió en el fascismo dominante. Triste destino el de algunos ídolos.
Lo de Tinelli debe leerse en la misma serie, donde nada sorprende, aunque exaspere. Los medios, decía Beatriz Sarlo hace unos años, son irresponsables estética y éticamente. Y sus protagonistas actúan en consecuencia. El rating es una señora que debe ser seducida a toda costa y, como todos saben largamente que se seduce a fuerza de repeticiones y no de novedades, van por más de lo mismo. Tinelli persevera en la línea editorial de Susana, con un breve retroceso respecto de la muerte deseada para los “delincuentes”: como es un defensor de los derechos humanos, según él mismo proclama, no puede pedir los fusilamientos que su inconsciente desea y se limita a pedir que “se haga algo”, porque “salís a la calle y te asesinan” –una frase fantástica en boca de quien jamás sale a la calle, no al menos a la misma calle que yo y los lectores y lectoras. “El que mata no tiene castigo”, afirma muy suelto de cuerpo, despreciando las cifras exorbitantes de procesados y condenados, para luego asentar la amenaza irrefutable: “¿Hay que esperar que a uno lo maten para hacer justicia por mano propia?”.
Mi inalterable buen humor está tambaleando: la secuencia de barrabasadas que esta gente está repitiendo ya deja de ser anecdótica y debemos verla como síntoma, porque los famosos y famosas suelen encarnar cierto estado del imaginario colectivo. Además, no se trata simplemente de impulsos: basta ya con eso de que Susana habló en caliente, porque todos los demás hablaron en frío para repetir lo mismo. Se trata de hablantes de las clases medias urbanas, blancas y más o menos educadas, aunque pareciera que la cultura occidental les ha pasado por el costado mientras profieren este discurso pretendidamente producido desde las tripas –desde la pasión, el sentimiento, el dolor, el sentido común de todo aquello que la cultura nos enseña a racionalizar para poder vivir en una comunidad más o menos democrática, que se jacta, además, de su europeidad y modernidad.
Como dije hace dos semanas, debemos resistir duramente la embestida. Mejor aún: contraatacar. Pero eso implica reclamar a dos bandas. Por un lado: si el único tema posible es la inseguridad, basta apurar un poco a estos voceros de la Seccional 456º y de los tanques en las calles para que acepten que la educación tiene bastante que ver con lo que ha ocurrido en nuestra sociedad, con los niveles feroces de desintegración e inequidad social. Entonces, susanos de toda laya… ¿por qué no se ponen del lado de los maestros y maestras que en este mismo instante les recuerdan tanto a Macri como a Scioli que están ganando sueldos vergonzantes para trabajar en escuelas precarias de toda precariedad? ¿Por qué no reclaman escuelas de primera para nuestros ciudadanos de segunda? Incluso, háganlo como “contribuyentes” –descuento que no están evadiendo–: “Para reducir la inseguridad, queremos escuelas magníficas con maestros y maestras brillantes y brillantemente pagos. Y vamos a la Plaza para lograrlo”.
Y por el otro: el kirchnerismo juguetea con el discurso progresista que repudia la mera represión, aunque insiste en caer en las trampas de los susanos y se enoja con los jueces –como si fuera una simple cuestión de justicia, de cuestionar a jueces que ya se están ocupando de mandar legiones de pobres a las cárceles. Pero entonces, ¿qué esperamos, todos aquellos que creemos que la inseguridad es fundamentalmente una cuestión de inequidad, fragmentación social, descomposición de lo que supo ser una sociedad más justa, para exigirle a este gobierno menos progresismo retórico y más justicia real? Ingreso ciudadano garantizado, ni un solo chico en la calle, ni un solo adulto sin ingreso mínimo, ni un solo chico con hambre. Hagamos la prueba: no de decirlo sino de hacerlo. Y después sí, le mandamos la policía a Tinelli por irresponsabilidad estética.
Permítanme terminar, después de tanto famoso/a bocón/a, recordando una frase de la sabiduría popular: “Es mejor cerrar la boca y parecer un boludo que abrirla y disipar toda duda”.
Pablo Alabarces
Publicado por el diario Crítica de la Argentina.
Lunes 16 de marzo de 2009.
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