Los años pasan aunque el niño emigrante de la aldea de Tines [Vimianzo] no olvida su gran alegrÃa cuando identificó la mano de su padre balanceándose en el muelle del puerto de Montevideo. El desembarco tuvo lugar el 27 de noviembre de 1958 luego de un viaje que no fue nada suave ya que el viejo "Cabo de Hornos" iba perdiendo fuerzas. En la larga singladura de 20 dÃas perdà mucho peso y no fue hasta llegar a Santos que pude recuperarme un poco gracias a mi tÃo José de RomarÃs que subió a bordo con unas sabrosas bananas brasileñas. Hoy los plátanos canarios me resultan casi insÃpidos en comparación con la mágica fuerza energética de aquellos hermosos colores amarillos.
Antes de bajar del barco hice un recorrido visual por todas y cada una de las edificaciones que rodeaban el puerto. Enseguida comprobé que el sol americano era mucho más fuerte que el de la aldea ya que nadie llevaba abrigo. Mi padre y quien le acompañaba -después supe que era su amigo Ramón de Castromil-- llevaban unas camisas de manga corta. Mi madre decÃa que aquà no iba a necesitar los zuecos ya que llueve poco y no hay barro en los caminos que además son de piedra. Pues, ciertamente semejaba que la cosa pintaba bien. Aún estaba en el barco pero muy convencido de que mis padres escogieran aquella ciudad para que yo pudiese correr más ligero.
El apartamento que alquilara mi padre en la calle Pantaléon Artigas e Ipiranga en el barrio de Aires Puros, estaba bien. No era grande pero tenÃa mucha luz y en la vereda contaba con la sombra protectora de unos árboles llamados paraÃsos. Allà fue donde armé mi nuevo espacio y sistema de vida. Todo cuanto veÃa era nuevo y todo cuanto oÃa era diferente. En la cocina un aparato llamado primus encendÃa sin leña. Pasaba la tarde entera jugando hasta el anochecer que era cando volvÃa mi padre del trabajo. Alrededor de las cinco se hacÃa una pausa obligada para el refuerzo de pan con mortadela. Aquel Montevideo era estupendo.
El primer domingo en tierras rioplatenses coincidió con una fecha histórica en el Uruguay: la celebración de las elecciones nacionales. Por supuesto que no me enteré del asunto electoral ni de que el Partido Nacional ganó después de nueve décadas de gobiernos del Partido Colorado. Para mi fue el domingo en el que ingresé como socio de pleno derecho en la generosa República Oriental del Uruguay. Un lugar especial, lleno de felicidad, en el que los niños hacen pozos en la playa de Buceo y corren por el Parque Rodó y aplauden a las murgas en los tablados. Quiero agradecer a Mercedes Vázquez Rama que fue quien me abrió las puertas del nuevo paÃs con su cordial hospitalidad.
El matrimonio Vázquez-Rama tenÃa casa propia en la calle Santa Ana a unos diez minutos de nuestro apartamento. Lo más directo para llegar era bajar hasta Propios y luego ir por la calle TudurÃ. Merceditas era de Vimianzo y también vino en un barco. Quedé maravillado con ella. Estaba atento a todo lo que decÃa y me gustaba todo lo que hacÃa. Su cuaderno escolar no tenÃa una mancha y los dibujos eran muy buenos. Merceditas utilizaba una técnica ---desconocida para mi--- que consistÃa en presionar más o menos el lápiz para obtener una u otra intensidad de color. Fue quien me informó de que en la escuela tendrÃa que aprender a cantar el himno nacional.
Mi nueva amiga tenÃa la experiencia adquirida en dos años de residencia y no querÃa que yo llegase a la escuela sin saber quien era Artigas. Fue a quien le escuché por vez primera la palabra héroe para definir a don José. Callé la boquita a pesar de no entender el significado. Lo único que me quedó claro fue que Artigas era amigo de los indios y que lo dejaron morir lejos en el olvido. En la merienda confirmé que desembarcara en el mejor lugar del mundo. Merceditas trajo para beber un agüita caliente y para comer unas rodajas de pan con una crema de color beis por encima. La bebida y la comida eran desconocidas pero no pregunté nada.
El agua caliente se echaba en unas hierbitas y se sorbÃa por una cañita metálica llamada bombilla. Era el mate dulce y sabÃa bien. Pero la emoción más fuerte la recibà cuando lleve a la boca un cacho de pan. Quedé hondamente sorprendido por un sabroso dulce de leche según le llamó Merceditas. Aquella delicia dejaba en segundo plano al chocolate que la abuela Concepción compraba en la feria de Baio. Volvà sonriendo para el apartamento. Mi padre hablaba de levantarse temprano para ir a trabajar a "Casa Ponti". Pensé en mi buena suerte. En la aldea no habÃa mate, ni dulce de leche y tampoco un primus para cocinar. El paraÃso de los paraÃsos estaba allà en la orilla del RÃo da la Plata.
Manuel Suárez Suárez
Antes de bajar del barco hice un recorrido visual por todas y cada una de las edificaciones que rodeaban el puerto. Enseguida comprobé que el sol americano era mucho más fuerte que el de la aldea ya que nadie llevaba abrigo. Mi padre y quien le acompañaba -después supe que era su amigo Ramón de Castromil-- llevaban unas camisas de manga corta. Mi madre decÃa que aquà no iba a necesitar los zuecos ya que llueve poco y no hay barro en los caminos que además son de piedra. Pues, ciertamente semejaba que la cosa pintaba bien. Aún estaba en el barco pero muy convencido de que mis padres escogieran aquella ciudad para que yo pudiese correr más ligero.
El apartamento que alquilara mi padre en la calle Pantaléon Artigas e Ipiranga en el barrio de Aires Puros, estaba bien. No era grande pero tenÃa mucha luz y en la vereda contaba con la sombra protectora de unos árboles llamados paraÃsos. Allà fue donde armé mi nuevo espacio y sistema de vida. Todo cuanto veÃa era nuevo y todo cuanto oÃa era diferente. En la cocina un aparato llamado primus encendÃa sin leña. Pasaba la tarde entera jugando hasta el anochecer que era cando volvÃa mi padre del trabajo. Alrededor de las cinco se hacÃa una pausa obligada para el refuerzo de pan con mortadela. Aquel Montevideo era estupendo.
El primer domingo en tierras rioplatenses coincidió con una fecha histórica en el Uruguay: la celebración de las elecciones nacionales. Por supuesto que no me enteré del asunto electoral ni de que el Partido Nacional ganó después de nueve décadas de gobiernos del Partido Colorado. Para mi fue el domingo en el que ingresé como socio de pleno derecho en la generosa República Oriental del Uruguay. Un lugar especial, lleno de felicidad, en el que los niños hacen pozos en la playa de Buceo y corren por el Parque Rodó y aplauden a las murgas en los tablados. Quiero agradecer a Mercedes Vázquez Rama que fue quien me abrió las puertas del nuevo paÃs con su cordial hospitalidad.
El matrimonio Vázquez-Rama tenÃa casa propia en la calle Santa Ana a unos diez minutos de nuestro apartamento. Lo más directo para llegar era bajar hasta Propios y luego ir por la calle TudurÃ. Merceditas era de Vimianzo y también vino en un barco. Quedé maravillado con ella. Estaba atento a todo lo que decÃa y me gustaba todo lo que hacÃa. Su cuaderno escolar no tenÃa una mancha y los dibujos eran muy buenos. Merceditas utilizaba una técnica ---desconocida para mi--- que consistÃa en presionar más o menos el lápiz para obtener una u otra intensidad de color. Fue quien me informó de que en la escuela tendrÃa que aprender a cantar el himno nacional.
Mi nueva amiga tenÃa la experiencia adquirida en dos años de residencia y no querÃa que yo llegase a la escuela sin saber quien era Artigas. Fue a quien le escuché por vez primera la palabra héroe para definir a don José. Callé la boquita a pesar de no entender el significado. Lo único que me quedó claro fue que Artigas era amigo de los indios y que lo dejaron morir lejos en el olvido. En la merienda confirmé que desembarcara en el mejor lugar del mundo. Merceditas trajo para beber un agüita caliente y para comer unas rodajas de pan con una crema de color beis por encima. La bebida y la comida eran desconocidas pero no pregunté nada.
El agua caliente se echaba en unas hierbitas y se sorbÃa por una cañita metálica llamada bombilla. Era el mate dulce y sabÃa bien. Pero la emoción más fuerte la recibà cuando lleve a la boca un cacho de pan. Quedé hondamente sorprendido por un sabroso dulce de leche según le llamó Merceditas. Aquella delicia dejaba en segundo plano al chocolate que la abuela Concepción compraba en la feria de Baio. Volvà sonriendo para el apartamento. Mi padre hablaba de levantarse temprano para ir a trabajar a "Casa Ponti". Pensé en mi buena suerte. En la aldea no habÃa mate, ni dulce de leche y tampoco un primus para cocinar. El paraÃso de los paraÃsos estaba allà en la orilla del RÃo da la Plata.
Manuel Suárez Suárez
Según la prestigiosa publicación británica Sight & Sound, El hombre de la cámara, de Dziga Vertov, es el mejor documental de la historia del cine. Por suerte, su consagración al tope de su ranking difÃcilmente reproduzca la polémica que desató, hace dos años, la revelación de que Vértigo, de Alfred Hitchcock, era la mejor pelÃcula de la historia, destronando del podio que ocupaba hacÃa medio siglo El ciudadano, de Orson Welles (el ranking se revisa cada diez años).
Los cincuenta documentales que pondera la lista fueron el resultado del voto de 340 crÃticos, programadores y cineastas. Entre las diez mejores sólo hay una pelÃcula estrenada en este siglo, Les glaneurs et la glaneuse, de Agnès Varda (2000).
1.El hombre de la cámara, de Dziga Vertov (1929)
2. Shoah, de Claude Lanzmann (1985)
3.Sans Soleil, de Chris Marker (1982)
4.Noche y niebla, de Alain Resnais (1955)
5.La delgada lÃnea azul, de Errol Morris (1989)
6. Crónica de un verano, de Jean Rouch & Edgar Morin (1961)
7. Nanook, el esquimal, de Robert Flaherty (1922)
8.Les glaneurs et la glaneuse, de Agnès Varda (2000)
9.Don't Look Back, de D.A. Pennebaker (1967)
10.Grey Gardens, de Albert y David Maysles, Ellen Hovde y Muffie Meyer (1975)
Los cincuenta documentales que pondera la lista fueron el resultado del voto de 340 crÃticos, programadores y cineastas. Entre las diez mejores sólo hay una pelÃcula estrenada en este siglo, Les glaneurs et la glaneuse, de Agnès Varda (2000).
1.El hombre de la cámara, de Dziga Vertov (1929)
2. Shoah, de Claude Lanzmann (1985)
3.Sans Soleil, de Chris Marker (1982)
4.Noche y niebla, de Alain Resnais (1955)
5.La delgada lÃnea azul, de Errol Morris (1989)
6. Crónica de un verano, de Jean Rouch & Edgar Morin (1961)
7. Nanook, el esquimal, de Robert Flaherty (1922)
8.Les glaneurs et la glaneuse, de Agnès Varda (2000)
9.Don't Look Back, de D.A. Pennebaker (1967)
10.Grey Gardens, de Albert y David Maysles, Ellen Hovde y Muffie Meyer (1975)
Verónica Condomà y Liliana Vitale se presentaron en la sede Parue Chacabuco del Instituto Vocacional de Arte "Manuel José de Labardén" a través de una iniciativa de la Unión de Trabajadores de la Educación y el Ministerio de Cultura de la Nación.