A próposito de la evacuación de las aldeas y cargar todas las cosas en un carro...


Esos tesoros configuraban el rostro de la casa, eran lo objetos de un culto de religiones particulares. Cada uno en su lugar, los hábitos los habían hecho necesarios, los recuerdos los habían embellecido, y la patria íntima que contribuían a fundar les otorgaba valor. Pero se creyó que eran valiosos por si mismos, se los arrancó de su chimenea, de su mesa, de su pared, y se los amontonó en completo desorden, de modo que lo que ahora hay allí son sólo objetos de bazar que muestran su desgaste. Las reliquias piadosas dan náuseas cuando se las amontona.

Piloto de guerra, de Antoine de Saint-Exupéry

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